Un 27 de octubre de 2010, en medio de una jornada de censo nacional, Néstor Kirchner murió de una insuficiencia cardíaca en su casa de El Calafate. Para ese momento, el expresidente se desempeñaba como diputado nacional, mientras su esposa y sucesora, Cristina Fernández, promediaba su primer mandato en el Poder Ejecutivo de la Nación. Muchos asesores de la oposición diezmada en medio del kirchnerismo hegemónico aseguraban por entonces que no había forma de ganarle a una viuda, por lo que la elección estaba “cantada”. Al año siguiente, CFK conseguía su segundo mandato con el histórico 54 % de los votos, comenzando el proceso más radicalizado de lo que hasta ese momento se llamaba “Frente para la victoria”.
El supuesto proceso virtuoso de la presidencia de Néstor (muchos aseguran que el plan era intercalar un período cada uno con Cristina), tiene como característica la confusión entre lo que sería la “foto” y la “película”. Es decir, el error de tomar un período determinado, aislado del contexto y los antecedentes históricos. Lo único cierto del relato kirchnerista es que, en aquella presidencia, Argentina tuvo por última vez superávit fiscal. Los impúdicos discípulos del expresidente muestran ese logro como una medalla de la ortodoxia, cuando se les achaca el oscurantismo económico del espacio político K.
Sin embargo, este fenómeno se debió a la sencilla razón que la transición de Eduardo Duhalde y Remes Lenicov rompió la regla monetaria de la convertibilidad de toda la década del noventa, habilitándole al gobierno la emisión monetaria como recurso. Pero, como si esto fuera poco, los precios de los internacionales de los productos agropecuarios se incrementaron considerablemente, con relación al gobierno de Fernando de la Rúa que propuso un ajuste fiscal real, para evitar la hecatombe que finalmente ocurrió. La estabilidad cambiaria, el efímero superávit y el contexto internacional fueron los hacedores de esa “foto”, que sería absolutamente insustentable en el tiempo.
Allí comenzó el estatismo exacerbado, la incrementación de todas las plantas de empleo público, los subsidios a la energía, la estatización de las empresas privatizadas y todo el proceso que conocemos, que tarde o temprano terminaría con los recursos del “veranito” que se vivió en la presidencia 2003-2007. Considerar que aquel breve oasis artificial se trató de algún tipo de virtuosismo de gestión es portar una ignorancia en materia económica supina.
La obstinación de mantener un modelo fallido no le causó solamente la salida al kirchnerismo en 2015. El mismo Mauricio Macri, que no se animó a cambiar de raíz la matriz populista, corporativista e insustentable del país, también fracaso por aferrarse a este esquema. Al mantenerlo por el ahora denominado Frente de Todos, el modelo ya tocó fondo. Todas las encuestas revelan que, además de hartarse del kirchnerismo y los kirchneristas, los argentinos se hartaron del modelo estatista fracaso. Eso explica en buena parte el fenómeno Javier Milei, que hoy hasta podría estar ingresando en un balotaje, dejando al peronismo tercero por primera vez en la historia.
Néstor Kirchner falleció hace más de una década, pero su influencia se mantuvo vigente hasta estos tiempos. Recién ahora, el legado populista del hombre que pretendió aplicar a nivel nacional su modelo feudalista santacruceño, parece estar llegando al final.