En Rusia debe haber mucha gente —sobre todo en las cumbres del poder político y económico— muy interesadas en que termine el delirio de Vladímir Putin cuanto antes. La invasión a Ucrania ya fracasó estrepitosamente. Ya no importa que tomen la capital y se carguen al presidente o que éste les firme una rendición incondicional. Terminen donde terminen las fronteras rusas en Europa del Este, les espera una calamidad aislacionista y un desastre económico. Y cada día que pasa, y más se visibilizan los abusos y atrocidades sobre la población civil ucraniana, la situación será peor.
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El ególatra del presidente autoritario devenido en dictador no piensa volver atrás. Sabe que su largo gobierno quedará encasillado con estas acciones y cualquier salida decorosa del conflicto para él no es opción. Es como un delincuente con múltiples causas penales, que se escapó de la cárcel con cadena perpetua, y se encuentra tiroteándose con la policía en un fallido robo de banco. Está jugado. Para los únicos que puede cambiar algo es para las víctimas inocentes alrededor de la locura. Y acá no hablamos de un par de rehenes, sino de un arsenal atómico que puede terminar con la vida en el mundo si se genera una guerra nuclear.
Aunque se hace referencia a que se evitó un conflicto de esta naturaleza durante la Guerra Fría, ya que ningún bando podía salir triunfante, lo cierto es que hay otra cuestión que sirvió de garantía. El estalinismo ya había terminado y a la URSS la gobernaba una corporación política. Y un politburó puede quitarle las libertades básicas a su pueblo en beneficio de una casta, pero, al ser varios los poderosos con decisión, se evita por lo menos la irracionalidad del loquito individual.
El trastornado de Fidel Castro dio el ejemplo, cuando se enojó con los rusos, porque le quitaron el arsenal que habían puesto apuntando hacia los Estados Unidos. Putin tiene la suma del poder público de Stalin (y por eso sus subalternos le temen como a él), pero además tiene un arsenal nuclear a disposición y a discrecionalidad de sus asistentes. Pero no hay que subestimar la importancia de la individualidad en el marco de los regímenes autoritarios. Recordemos el caso del soldado soviético que recibió la señal de un supuesto ataque estadounidense que decidió no reportar, ya que consideró que no tenía sentido semejante locura. Como le dijo su sentido común, era una falla del radar. De haber seguido el guion, la historia hubiera sido otra. Terminó condecorado y galardonado por su desobediencia en varios países, actitud que pudo haber salvado al planeta.
La solución al problema ruso, es rusa
El círculo íntimo y el poder alrededor de Putin tiene que tomar cartas en el asunto. Claro que hablamos de una jugada que se puede pagar con la vida. Así lo hizo el coronel Claus von Stauffenberg. El condecorado hombre de la Wehrmacht, junto a un grupo de militares y políticos alemanes se dieron cuenta que tenían que poner fin a la locura de Hitler. Planearon un atentado que se realizó el 20 de julio de 1944 en La guarida del lobo. Aunque el explosivo que dejó von Stauffenberg antes de retirarse de la reunión del alto mando militar estalló, el Führer salió levemente herido. Y más resentido y paranoico.
El plan era la activación del protocolo denominado “Valkiria”, diseñado años antes por el régimen para la rápida reorganización del poder ante eventualidades mayores como un golpe de Estado o la muerte del mismo Hitler. Aunque el proceso se puso en marcha cuando los conspiradores informaron el deceso del dictador, la estructura gubernamental volvió a ponerse a las órdenes del déspota, ni bien dio una señal de vida en el teléfono. Los valientes rebeldes fueron fusilados, junto a centenares de personas sospechadas de complicidad.
Esta idea ya debe estar en la cabeza de más de uno en Moscú. Razones morales y utilitarias sobran. Lamentablemente, a simple vista no parecen existir soluciones alternativas más civilizadas ante la gravedad del problema y la eventualidad de su peligrosísima prolongación. Pero si algo puede hacer que esta tragedia no sea mucho peor, no es la intervención de la OTAN. Es la irrupción de una solución rusa. Y no ocurrirá por voluntad de Putin.