Desde la muerte de Stalin en 1953 la extinta Unión Soviética tuvo una especie de “institucionalización”. No porque el imperio comunista haya tenido instituciones serias o democráticas, sino porque pudo encontrar la manera de fortalecer una corporación política sólida, con un eventual líder no “todopoderoso”.
Ni Kruschov, ni Brézhnev ni Gorvachov (menos sus breves intermezzos) hicieron lo que quisieron a mano desatada. Formaban parte de un engranaje burocrático, tenían sus compromisos políticos internos, limitaciones del panorama externo y estaban expuestos a procesos políticos que no controlaban. En cierta manera, Vladímir Putin logra recuperar la peligrosa tradición estalinista que el poder y el Estado son él. Las instituciones políticas de Rusia no son más que una burda pantalla para justificar las posiciones del mandamás.
La última reunión del Consejo de Seguridad de Rusia, realizada hoy ante las cámaras, dejó en evidencia que la primera plana política de Moscú debía desfilar ante el micrófono y confirmar la postura que Putin necesitaba: el reconocimiento de Donbass como territorio independiente. Como era de esperar, la mayoría de las opiniones fueron el “sí, señor” para el exagente de la KGB, que ayer ingresó en territorio ucraniano.
Parece que Sergei Naryshkin, cabeza del Servicio de Inteligencia, no estaba del todo de acuerdo con firmarle la resolución al líder en los términos claros e incondicionales que Putin demandaba. En el marco de lo que fue una transmisión en vivo para el mundo, el funcionario comenzó proponiendo la posibilidad de darle a los “socios de Occidente una última oportunidad” para reconsiderar la posición rusa y evitar conflictos mayores.
Putin, con la tranquilidad como si nadie lo viera, lanzó una media sonrisa burlona que hizo que el aire del salón se corte con un cuchillo de manteca. “¿Estás sugiriendo que empecemos una negociación o reconociendo la soberanía?”, preguntó el presidente, irónicamente, como dándole a entender a su subalterno que había cometido un grave error. Naryshkin titubeó, mostró un evidente nerviosismo y comenzó a pasar, lo que probablemente fue la situación más complicada de su trayectoria política.
Eso que no hablamos de algún novato. El jefe de Inteligencia ya tiene el cuero curtido. El hombre ya tuvo que ser el vocero de la tesis del “Occidente desinformador” y hasta fue sancionado personalmente luego del conflicto de Crimea por el gobierno de los Estados Unidos. A pesar de su rango, cargo y experiencia, Naryshkin pasó un mal momento y sufrió una humillación despiadada en público por parte de su jefe. “Habla, habla claramente”, le ordenó Putin, casi sin inmutarse, cuando vio que el tono y el contenido del funcionario no lo satisfacía.
Cuando el jefe de espías consideró que ya había sido suficiente, tiró la toalla y dijo que “apoya la propuesta de entrar a los territorios”. Lejos de haber terminado el calvario, todavía le faltaba lo peor: Putin lo corrigió, siempre sin inmutarse, y le dijo que eso no era lo que estaban debatiendo. “Estamos discutiendo acerca de reconocer su soberanía o no”.
El “da” de Naryshkin fue tardío. Putin consiguió lo que buscaba y dejó en claro que el que manda es él. Las instituciones rusas son una farsa que baila bajo las órdenes de un solo director de orquesta. Como no pasa hace muchos años en las frías tierras del Este.