Lamentablemente, la cabeza de la Iglesia Católica, que ejerce una influencia indudable mediante sus expresiones, no tiene la más pálida noción de economía. Lo que es peor, el papa Francisco carga con varios prejuicios peronistas setentistas, que los ha llevado consigo al Vaticano y hasta aparecen en sus encíclicas. Ignorando por completo el proceso creador de riqueza, el papa Francisco insiste con las políticas redistributivas como solución al problema de la pobreza en el mundo. Aunque no lo sepa, el sumo pontífice no hace otra cosa que pretender apagar incendios con combustible.
Sin embargo, quienes perciben que su perspectiva tiene los vicios históricos del socialismo caen sistemáticamente en una falacia como crítica: le piden a Jorge Bergoglio que, para ser consecuente con su prédica, además de llevar una vida austera, que “reparta” los millonarios bienes del Vaticano.
Jorge Bergoglio, además de ser un ingenuo total en cuanto a los incentivos del Estado al frente de los recursos fiscales, tampoco comprende cómo afectan, por ejemplo, los impuestos progresivos que defiende. Él ve la riqueza existente como un híbrido entre un flujo y un stock, que, si se reparte mejor, la misma se seguiría creando de igual manera. Piensa que puede tocar una variable y mantener la otra inalterable. No advierte que si la presión impositiva baja la riqueza crece y que, si se aumentan los impuestos indiscriminadamente, lo único que se termina repartiendo es la miseria y billetes impresos sin respaldo, que, paradójicamente complican a los asalariados humildes por la creciente inflación.
Pero la confusión entre flujo y stock, y los mecanismos de creación y multiplicación de riqueza, parece que también existen entre los más acérrimos críticos del papa, que repiten un argumento bobo, como si fuera un Padre Nuestro laico anticlerical. En lugar de levantar el nivel del debate, y analizar cuestiones como el impacto en las tasas de capitalización, si se siguen los consejos de Bergoglio, los que lo critican piensan que los problemas de la pobreza se solucionarían si el papa reparte todas las riquezas del Vaticano.
Puede que el resultado del experimento, que hasta es propuesto por periodistas en los medios, no sea tan perjudicial como las políticas que el papa propone. Pero definitivamente, en el caso de repartir la fortuna vaticana, nada cambiará en el mundo. Hasta pareciera que, lejos de ser una propuesta pensante, se trata de una iniciativa motivada por la misma envidia que tienen muchos de los seguidores izquierdistas del papa actual.
Claro que para sacar a la gente de la pobreza hay que incrementar la economía de mercado y reducir la intervención gubernamental, que son propuestas en las antípodas de Bergoglio. Pero que la propuesta alternativa sea la repartija de la Capilla Sixtina y el dinero del Banco Vaticano es un absurdo, digno de la capacidad intelectual de los que piensan que la pobreza se soluciona con un Estado presente y regulador.