¿Es una película progre? Sí, es una película progre. Por si alguien tiene dudas sobre los mensajes que el director de No mires arriba (Don´t look up), Adam McKay, está interesado en difundir, no hace falta más que mirar sus redes sociales. El cineasta ha festejado a los usuarios que han trazado un paralelismo de su película con la cuestión del calentamiento global y hasta replica comentarios que advierten sobre los peligros del “conservadurismo y del neoliberalismo” en Estados Unidos y el mundo (aunque también criticó a “la izquierda” en las entrevistas de presentación del film). Sin embargo, más allá de ser una película tendenciosa, el largometraje evita caer en lo panfletario más burdo y hasta tiene algunos bemoles para interpretar en varios sentidos, a diferencia de proyectos como Avatar, que no son más que propaganda marxista pura y dura.
Lo que se pueda decir en este sentido es tan evidente que no precisa demasiado análisis: el pesimismo, la supuesta falta de conciencia de los seres humanos sobre la sustentabilidad de la vida en la tierra, la influencia de las corporaciones y el mensaje general en formato de sermón hollywoodense. No hay que ser un analista político ni un crítico de cine para advertir todas estas cuestiones, en una película que, dentro de todo, logra mantener el equilibrio entre la prédica aburrida y lo entretenido de un film “pochoclero” que al fin de cuentas se deja ver.
Sin embargo, si uno está dispuesto a mirar un poco más allá, No mires arriba tiene algunas críticas interesantes a ciertos ámbitos que pertenecen, más que nada, al universo progresista. La frivolidad de los conductores televisivos del programa donde los personajes de Leonardo DiCaprio y Jennifer Lawrence presentan masivamente al mundo la mala noticia de la inevitable extinción es claramente una merecida crítica a un importante segmento de la mass media superficial y hueco. Probablemente los realizadores quisieran un “compromiso social” de los comunicadores en un sentido que podría ser incluso más nefasto que el nadismo que expresan, pero eso ya no corresponde al análisis. Lo mismo ocurre con el personaje de Ariana Grande, una cantante frívola e intelectualmente impresentable, que muestra el backstage de estos jóvenes artistas, más que nada vinculados al progresismo y al discurso vacío.
Otro aspecto interesante, probablemente el único que pueda interpretarse levemente en “clave libertaria”, es la falibilidad de las autoridades políticas, en este caso representadas por una presidente mujer de los Estados Unidos. Podía ser hombre y republicano, cayendo ya en una cuestión burda y panfletaria. Pero no. Es mujer, impresentable, hipócrita, de doble discurso y hasta podría ser demócrata. Aunque su estética recuerda cierta gestualidad de Sarah Palin, la mandataria, personificada por Meryl Streep, tiene en su despacho una foto abrazando a su antecesor (y probablemente miembro del mismo partido) Bill Clinton.
Aunque detrás de la jefa de Estado está un ambicioso y multimillonario empresario, el progresismo, sobre todo desde la pandemia del coronavirus, ha buscado convalidar la autoridad política, desde donde se cometieron todo tipo de arbitrariedades. En este sentido, la lapidaria crítica a una mandataria desastrosa, ofrece algo para que cada espectador saque su propia conclusión. La lectura básica, que hizo más de uno, asegura que la presidente es una especie de Donald Trump en versión femenina. Pero tan válida como esta interpretación es la otra, que hace referencia a la falibilidad de la burocracia, de la que hay que cuidarse como una de las mayores amenazas para la ciudadanía.
Más allá de todo esto, ¿vale la pena mirarla? Depende de lo que busque cada uno. Probablemente si el espectador está buscando el mensaje que cambie el rumbo de su vida, lo mejor que puede hacer es cerrar la pantalla de la laptop y abrir un libro. Pero si se busca pasar el rato, y no hay nada mejor, puede ser que no sea una mala idea. Sin embargo, más allá de lo pretencioso del discurso y el mensaje, lo único que deja en concreto la película, y aplica para todos los espectadores, de todas las ideologías, es una pregunta que deberíamos hacernos más seguido: ¿Qué harías si supieras que es el último día de tu vida?