La foto hablaba por sí sola. No había más que pedir disculpas. En cualquier país serio, el presidente hubiera presentado la renuncia, claro. Pero como estamos en Argentina, lo único que quedaba analizar era el impacto del perdón. No lo hubo, ni eso. Alberto Fernández está tan encerrado en su mundo y su soberbia, que ni siquiera pudo pedirle al país que lo disculpe. Resumiendo, le echó la culpa a su pareja y dijo que no va a volver a ocurrir. Una vergüenza más, por parte del presidente que dijo que iba a terminar con el patriarcado.
“El 14 de julio, Fabiola convocó a una reunión, a un brindis, que no debió haberse hecho. Me doy cuenta que no debió haberse hecho y lamento que haya ocurrido”, dijo el presidente en un acto que fue convocado por otro asunto. Lejos de mostrar un arrepentimiento personal, el mandatario se limitó a decir que “no va a volver a repetirse”.
Probablemente usar a la primera dama como escudo humano es su manera de defender la igualdad entre los sexos, ya que al inicio de su mandato aseguró que la lucha antipatriarcal sería uno de los principales ejes de gobierno. Pero los que estamos más alejados del pensamiento progresista actual, aunque no percibimos el patriarcado del que tanto habla la izquierda, consideramos que lo menos que se le puede decir a Fernández es poco caballero.
Pero más allá de la actitud, que mucha gente en las redes sociales calificó como de “poco hombre”, lo cierto es que responsabilizar exclusivamente a la primera dama por la reunión incompatible con el decreto presidencial es un mal chiste. Alberto está posando en la foto, donde además de haber una decena de personas, está hasta el perro Dylan. En el caso que él no haya sabido de la convocatoria previamente (que por las copas y los platos parecía bien organizada) ¿no podía pedir que cada uno regrese a su hogar, dado que el festejo era imposible por la cuarentena que él mismo decretó? No, Alberto fue uno más de una fiesta impúdica, mientras la gente no podía siquiera darle el último adiós a sus seres queridos que fallecían por esos días.
A pesar que el presidente pide a los jóvenes votantes que le “piquen boleto” a los candidatos liberales, parece que el que no se da cuenta que el que lo tiene picado hace rato es él. Perdió absolutamente el rumbo, la brújula y está encerrado en su soberbia. Lo que hizo hoy, de culpar a su pareja, no aportará a la causa de terminar con el patriarcado, pero sí quedará en la historia como uno de los últimos bochornos de un presidente al que parece quedarle poco.