Argentina tiene varios problemas graves que se retroalimentan. El Estado grande genera déficit, lo que incrementa los impuestos y la emisión monetaria. La inflación, junto a las regulaciones imposibles perjudica la inversión y el empleo. Pero en lugar de ir desarmando el entramado, el Frente de Todos le echa más leña al fuego: más controles, más déficit, más emisión y más subsidios. Mientras languidece el sector privado, cada vez más gente depende de un Estado quebrado que, inevitablemente, muy pronto no podrá repartir nada. La historia de un productor de naranjas y limones, hoy volvió a dejar en evidencia que el problema nacional es el socialismo. Si a alguien le parece exagerado esto, entonces podemos decir que los problemas de Argentina, son los del socialismo. Y eso es indiscutible.
Ricardo Ranger, de la provincia de Misiones, tuvo que desechar un millón y medio de kilos de limones y doscientos mil de naranjas. Es que su nivel de producción lo obliga a contratar empleados formales, pero los cosechadores de la provincia no tienen interés en darse el alta como empleados registrados. ¿Por qué? Simple, porque automáticamente perderían los planes sociales que les asigna el Estado. Para ellos, los únicos trabajos considerables son las “changas” informales, no registradas, ya que no ponen en riesgo sus “asignaciones sociales”. Cabe destacar que una familia subsidiada, en muchos casos logra ingresos superiores al de dos trabajadores, incluso profesionales.
El empresario, que perdió literalmente una fortuna aproximada de 50 millones de pesos, le reconoció a la prensa que cuando les decía a los posibles candidatos que los registraría, lejos de alegrarse por la obra social y los aportes jubilatorios, los cosecheros se escapaban.
“Es gravísimo. Tenemos un grupo reducido de gente que ocupamos para otras labores y necesitamos cosecheros, y en todos los alrededores de la quinta, hasta 10 kilómetros, cuando les decía ‘te doy de alta en AFIP’, se iban inmediatamente, porque cobran planes sociales, tarjetas alimentarias, etcétera, que pierden cuando los contrato”, explicó a los medios Ranger.
Aunque mucha gente asocia estos desacoples del mercado laboral con el socialismo, por la idea de un Estado grande que todo lo regula, lo controla y lo arruina (lo que es cierto), además hay otra cuestión más compleja para analizar. Si bien tiene que ver con un ámbito más “teórico”, sirve para entender más a fondo esta problemática y para recordar porqué, además de todas las experiencias dictatoriales, el socialismo fracasa estrepitosamente en el ámbito económico.
Como bien explicó Ludwig von Mises hace ya un siglo, el problema imposible de resolver en las sociedades socialistas es la imposibilidad del cálculo económico ante la falta de propiedad privada. Como detalló el autor austríaco, si no hay propiedad, no hay intercambios libres. Si no existe eso, no pueden manifestarse las preferencias. Y al no haber ni propiedad ni preferencias manifiestas en los intercambios, basadas en aspectos como la subjetividad de las personas y la escasez, no se forman los precios.
Ante la falta de precios no hay coordinación económica. Por lo tanto, los sobrantes, los faltantes y la desconexión total es el único resultado posible de la planificación centralizada. El libre mercado, imperfecto como es, desde su descentralización corrige permanentemente, ajusta precio, cantidades y, mal que mal, coordina. De ahí la diferencia entre las góndolas llenas y las colas y cartillas de racionamiento.
El socialismo no es una buena teoría que falla en la práctica. El socialismo está viciado desde su misma teoría. Von Mises se dio cuenta de esto en los albores de la revolución bolchevique, solamente analizando los eventuales resultados de una sociedad que iba a tener que coordinar y asignar recursos sin precios libres. Todas las experiencias comunistas hasta el día de la fecha le dieron la razón.
Aunque pueda sonar exagerado comparar al estatismo corrupto peronista con las experiencias sangrientas del comunismo, lo cierto es que detrás del problema del productor, las naranjas, los limones y los cosecheros que no quieren trabajar, subyace el mismo problema de desconexión que causó el colapso de la Unión Soviética. Las distorsiones del Estado, que aparecen como planes sociales, modifican los incentivos de los trabajadores, que manifestarían otra preferencia si no tendrían estas redes artificiales gubernamentales, que además son insustentables.
Los quebrantos de los productores también dan señales, por lo que, ante estas situaciones, en el futuro decidirán asignar sus recursos en otras direcciones. De esta manera las señales de la economía comienzan a alejarse de las preferencias de los individuos. El único resultado de esto es una caída en las tasas de capitalización. Hablando “sencillo”, en los puestos laborales y en nivel de salarios.