En la pantalla de C5N, cuando no era tan kirchnerista como ahora, había hace unos años un programa de noticias llamado “El diario”. Allí, una dupla con buena química llevaba la conducción a buen puerto. Hablamos de los periodistas Pablo Duggan y Julia Mengolini. Más allá de las cualidades técnicas y de las personalidades compatibles con la pantalla chica de los dos, el dúo era interesante como par, ya que de vez en cuando se sacaban entretenidos chispazos entre ellos.
Mengolini era la izquierdista del binomio, con posiciones cercanas a las propuestas coyunturales del kirchnerismo, y Duggan, en la mayor parte de los casos, aportaba al juego el rol más “conservador”. Más allá de la programación cada vez más “K”, el periodista, la mayor parte del tiempo, oscilaba entre posturas “no kirchneristas” hasta otras directamente “antikirchneristas”. El conductor incluso mantenía este discurso en otros programas de la emisora, que contaban con su presencia como invitado y panelista. Por aquellos días, sin eufemismos, Duggan hacía referencia a la corrupción “asquerosa” del kirchnerismo.
Baratta recaudaba coimas, Uberti recaudaba coimas, Jaime recaudaba coimas… es tremenda la corrupción del kirchnerismo, es algo nunca visto… impresiona y asquea.
— Pablo Duggan (@pabloduggan) August 16, 2018
Ante las discusiones de la dupla Mengolini-Duggan, era lógica y predecible mi empatía para con el segundo. A pesar de la falta de profundidad de análisis del conductor con respecto a las problemáticas de fondo (hay que ser justos con él y reconocer que es un mal general de la mayoría de los comunicadores argentinos) las posiciones de Julia me resultaban (y me resultan) directamente imposibles. Hay que ser justos también con ella y reconocer que la gran mayoría de los periodistas argentinos tienen el mismo nivel de estatismo y colectivismo en sangre, por lo que no es algo personal. Y si a ese colectivismo y estatismo le agregamos una pizca de socialismo y feminismo, el combo, en lo personal, me resulta conceptualmente insoportable.
Si aclaramos que el rechazo a sus posiciones no tiene nada que ver con lo personal, tengo que reconocer también que, si al ámbito personal hacemos referencia, la empatía tendría que haber estado con Mengolini. Es que, a pesar de las enormes e irreconciliables diferencias dentro del ámbito ideológico y político, tenemos y tendremos algo en común con la colega toda la vida. Cursamos nuestros estudios de periodismo juntos hace ya varios años aquí en Buenos Aires.
Recordando esa época, puede que también tenga que reconocer otra cosa. Más allá del amor al oficio de ambos, creo que hablo por los dos (aunque nunca hablé con Julia al respecto, por lo que le pido disculpas si me equivoco) creo que tanto ella como yo vimos en la carrera y la profesión una herramienta política. Es decir, desde la perspectiva de cada uno, una herramienta para cambiar la realidad. Ahí sí que se termina el recorrido en común. Los caminos que cada uno considera como virtuosos para una sociedad son absolutamente antagónicos.
Viendo la brusca metamorfosis de Pablo Duggan, que se convirtió “misteriosamente” y de forma repentina en un kirchnerista furioso y fanático, que ahora directamente utiliza el insulto para descalificar a los críticos del Gobierno, puede que haya que decir algo más de su excompañera, con la que nunca estuve de acuerdo. Julia dijo, pensó, escribió y comunicó siempre lo mismo. Antes de convertirse en la periodista “famosa” de nuestro curso, decía las mismas cosas, con los mismos argumentos y fundamentos que me llevaban a agarrarme los pelos de la cabeza (tenía más entonces) en las aulas de TEA en aquella cursada nocturna.
Afortunadamente, tanto ella como yo tuvimos la suerte de dedicarnos a nuestro oficio y poder vivir de la carrera a la que apostamos. Y trabajar de lo que a uno le gusta, diciendo lo que uno quiere y piensa, es algo para estar agradecido todos los días. El “periodismo militante” impulsado por el kirchnerismo hizo que la sospecha del beneficio económico esté siempre detrás de cada comunicador progresista argentino. No es para menos, ejemplos sobran. Los hay desde el día uno y también los hay “conversos”, que, curiosamente, son los más fanáticos y violentos. Periodistas que han decidido rifar incluso trayectorias de años. Les espera un triste ocaso. No por kirchneristas, sino por algo peor.
No es el caso de Mengolini. Nuestras discusiones por aquellos años me dejan muy en claro que diría exactamente lo mismo, gratis y pagando incluso. Es decir, haciendo comunicación ad honorem, por la causa y la “camiseta”, en caso de no haber tenido éxito con su carrera, trabajando de otra cosa.
Aunque parezca que el debate político ideológico comienza y termina en la posición de cada uno, actitudes como las de los Pablo Duggan, los Gustavo Sylvestre o los Víctor Hugo Morales dejan en evidencia que hay algo más primario incluso: la honestidad intelectual. Es a priori. Allí habría que comenzar a separar las aguas.