Por estas horas, todos los rumores apuntan a un nuevo toque de queda. Cada señal del Gobierno argentino se interpreta como la antesala del retorno a la fase 1, pero el hartazgo de la gente deja en evidencia que abril del 2021 es distinto a su versión del 2020. El presidente, que gozaba de aprobaciones cercanas al 80 %, ahora es duramente cuestionado por diversos sectores. Antes de llegar a la elección de medio término ya aparecieron los “arrepentidos” que le dieron el voto en su momento, pero que podrían garantizar una derrota electoral para el oficialismo en los próximos meses.
La nueva restricción nocturna, que obliga a los bares y restaurantes a cerrar a las 11 de la noche, ya fue duramente cuestionada por los empresarios del sector. En una charla exclusiva con PanAm Post, Dante Liporace aseguró que, de avanzar con las prohibiciones, el mundo gastronómico iba directamente a la quiebra. En la Ciudad de Buenos Aires, los dueños de los gimnasios ya dijeron que no piensan acatar las nuevas normativas, debido a que se encuentran al borde de la quiebra. Si bien la municipalidad local, en una benévola interpretación del decreto presidencial, dijo que no aplicaba lo de “deportes en lugares cerrados”, permitiéndoles la continuidad con protocolo, los musculosos estaban listos para la guerra.
Esta mañana, la ministra de Salud, Carla Vizzotti, dijo que daban “el mensaje más difícil”, ya que Argentina está en una “situación crítica”. En este sentido, le pidió a la ciudadanía que solamente salga a la calle para ir a trabajar y para llevar a los chicos al colegio. En su opinión, no es momento para festejos, ni “actividades irresponsables”.
La falsa dicotomía que plantea el Gobierno argentino es la máxima peronista “del trabajo a la casa” y de “la casa al trabajo” versus el descontrol, las reuniones masivas y las fiestas clandestinas. Los irresponsables que son descubiertos en estas actividades de riesgo, no hacen otra cosa, además de ponerse en peligro de contagio, que “darle de comer” al kirchnerismo a la hora de justificar sus restricciones.
Claro que no se hace mención al sistema de salud endeble, a la tardía y escasa vacunación con privilegios, ni al fracaso de la primera cuarentena dura. Todo se le atribuye a la ciudadanía irresponsable. Y la gente ya está harta. A pesar de los dos extremos que plantea el Gobierno, hay amplias posibilidades por el medio, que podrían evitar que más argentinos pierdan sus empleos. Aunque suene una frivolidad tener la posibilidad de ir a tomar un café, que con los protocolos necesarios no significa ninguna actividad de riesgo, detrás de esa cuestión hay fuentes de trabajo que se debaten entre la vida y la muerte. Muchos de los bares de Buenos Aires quebraron el año pasado y los que pudieron sobrevivir, nuevamente quedan al borde de la extinción.
Pero, aunque esto sea evidente en los pequeños comercios, la economía básica nos advierte que lo mismo ocurre con las grandes empresas. Aunque las cadenas de cines y los teatros tengan más espalda para aguantar tiempo a pérdida, ¿qué piensan que ocurre con todo el personal en planta? Acomodadores, vendedores, técnicos, personal de limpieza y un largo etcétera. Todas las actividades son esenciales para la gente que vive de ellas. Separar entre “esencial” y “no esencial” ha sido lo más parecido al nazismo que experimentó la democracia argentina. Para quien piense que esto es una exageración, mejor que repase los casos de suicidios, depresiones y gente que lo ha perdido todo desde que comenzó la cuarentena.
Dada la improvisación total y absoluta del Gobierno argentino, no resultaría descabellado pensar que se encuentran leyendo las redes sociales y examinando a ver si hay espacio o no para cerrar el viernes. Basta leer los comentarios de los usuarios en todos los medios para percibir la indignación total y absoluta de gran parte de la población. Dicen que el decreto ya está escrito o que al menos está el borrador. Si el viernes no pasa nada o hay anuncio lavado, será que fueron para atrás. Ojalá que así sea.