Sin las reformas de fondo que necesita el país y abrazados al cortoplacismo contraproducente de los controles y “acuerdos” de precios, Argentina terminó enero con casi 4 puntos de inflación tramposa. Sin usar de referencia al primer mundo, vecinos de la región como Perú, Brasil o Paraguay no alcanzarán ese número ni siquiera sumando todos los meses de aquí a diciembre (eso que tienen estadísticas más serias y precios más libres).
Ni hablar del caso de Ecuador, que le sacó la máquina de imprimir billetes a los monos con navaja que llegan al gobierno. De más está decir que los ecuatorianos salvaron su vida, al dolarizar antes de la llegada del populista irresponsable de Rafael Correa. La proyección inflacionaria que tienen para los 12 meses es de -1,01 %.
Según estimaciones privadas, para finales de este año, Argentina terminará con una inflación del 49,8 %. El número es uno de los más altos del mundo y el segundo en la región, debajo de Venezuela. Si bien está lejos del desastre chavista (que proyecta casi un 1500 %), lo cierto es que también está bastante alejado de los países más normales, todos por debajo de un dígito.
Pero, aunque los analistas más optimistas discuten el número de años que le tomaría a la Argentina ubicarse en un rango inflacionario de una sola cifra, lo cierto es que si analizamos el contexto económico y las políticas implementadas por el gobierno, ubicados cerca del 50, todo parece indicar que los tres dígitos son más probables que el único. Nada de lo que está haciendo el equipo de Alberto Fernández deja entrever que la tendencia puede ir hacia la baja.
Un equipo económico confundido y un Banco Central dependiente
Aunque el presidente demostró durante el segundo mandato de Cristina Kirchner (a la que criticó duramente y con precisión), que comprende a la perfección las causas de la inflación, no quiso o no pudo armar un equipo con un programa serio. Quedará a la interpretación de cada uno el análisis sobre si Fernández fue sometido por el espacio de la vicepresidente o no, pero lo cierto es que tanto el BCRA como las autoridades económicas tienen serios problemas conceptuales. De eso no hay duda alguna. Para ellos la inflación es un fenómeno multicausal donde (en el mejor de los casos) la emisión y el déficit es sólo una variable. El resto del esquema mental de estos funcionarios es una mezcla de keynesianismo pretencioso y marxismo infantil. Es decir, delirantes modelos económicos expansivos, mezclados con estupideces vinculadas a una supuesta lucha de clases entre poderosos y frágiles, que necesitan de un Estado que equipare fuerzas. En manos de esta gente no hay solución a la vista.
Desde afuera nos repiten lo obvio
Es un tanto vergonzoso que desde el exterior nos tengan que recordar la realidad misma, la que parece que como país no llegamos a percibir del todo y como deberíamos. Fue el norteamericano Steve Hanke el que se animó a manifestar que el peso argentino está “muerto”, por lo que su lugar natural es el museo. El año pasado, el economista criticó las estadísticas oficiales del país y aseguró que la pérdida del poder adquisitivo del peso fue cuatro veces más grande de lo que advirtió el INDEC.
Esta semana, Jonathan Fortum, del Instituto de Finanzas Internacionales, dijo lo que cualquier estudiante de economía serio de cualquier lugar del mundo sabe: “Quien piense que la inflación no es un fenómeno monetario, mejor que revise el comportamiento de la base monetaria M2 en todos los países de América Latina. El caso de Argentina es clarísimo. El nivel de emisión de ese país durante el 2020 asusta”. Pero para los economistas estatistas locales, todo esto es discutible.
Dolarizar sería blanquear la preferencia de los argentinos
Aunque los voceros del oficialismo tilden de “antipatrióticos” a los que sugieren abandonar el papelito empobrecedor del Banco Central, lo cierto es que quedarse en el peso es hacerle el juego a la oligarquía más impune: la que se sirve de la emisión monetaria y saquea a los más pobres que no pueden cubrirse de la inflación.
Es por esto que, además de la discusión económica, hay que comenzar a discutir los términos mentirosos en los que el Gobierno plantea este debate. Ellos, según dicen, son la patria y los críticos somos los “cipayos”, “vendepatria” y enemigos del pueblo. La realidad muestra todo lo contrario. Arrebatarle el recurso de la emisión monetaria a los gobiernos populistas es la medida más patriótica que podamos imaginar. Los oligarcas y explotadores son ellos. Además, técnicamente, son ladrones y saqueadores. Lo único que necesitan los argentinos para darse cuenta de esto es comprender un poquito mejor las leyes económicas más básicas.