Cuando Cristina Fernández de Kirchner decidió, para muchos, “capitular” y “bajarse” a la vicepresidencia, lo hizo porque reconoció que prácticamente medio país es “antikirchnerista”. Recurrir a su excolaborador más crítico, lejos de un acto patriótico de grandeza, fue casi un manotazo de ahogada. Acto inteligentísimo, sí, pero también desesperado. Un nuevo período macrista podría haber sido sinónimo de condenas y desafueros, por lo que se resignó a un rol secundario (no demasiado) con tal de mantenerse en el núcleo duro del poder. Cuando cambien los aires políticos (y judiciales) en Argentina, en el peor de los casos, la expresidente sufrirá alguna prisión domiciliaria. Pero lo más probable es que nunca pise una prisión, a pesar de todas las causas que la complican.
Su hijo, Máximo, el único vinculado a la política, no solamente tiene la herencia millonaria de los bienes económicos sospechados. También carga con el rechazo de gran parte del electorado, que no quiere bajo ningún punto de vista que llegue a la presidencia como sus padres. Con un Alberto Fernández degastado, el peronismo puede buscar otra opción para mantener el poder y el que ya se anotó en la pelea es el hijo de la pareja presidencial. Pero aunque Máximo Kirchner ya se lanzó a presidir el Partido Justicialista, los primeros números que llegan a nivel país no son del todo alentadores.
Según CB Consultores, en tres de los distritos más importantes del país (Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Mendoza y Córdoba) su imagen positiva no puede romper el techo del 25 %. Lo mismo ocurre en provincias como Jujuy, gobernadas por dirigentes de Cambiemos, como Gerardo Morales. En la Provincia de Buenos Aires, el actual diputado y líder de La Cámpora tiene un poco más de aprobación y llega hasta el 38 % de voto positivo, sin embargo su percepción negativa es igual de alta, por lo que los analistas perciben que no hay mucho terreno para ganar.
En tierra del fuego y Santa Cruz es donde mejor le va, ya que supera el 50 %. Pero esos distritos aportan pocos votos al conteo general y también existe el rechazo duro de la otra mitad del electorado.
Con rechazos mayoritarios como el de CABA, con un 67,8 % y del 65 % en provincias como Córdoba, Máximo por ahora tiene serias dificultades para alcanzar la presidencia en las elecciones de 2023. Pero, más allá de estos primeros números que ya están en su poder, el legislador del apellido tan amado como odiado todavía mantiene vivas sus ilusiones. Falta mucho. Primero están las legislativas de este año, donde probablemente salgan a la luz algunas opciones para el traje de candidato opositor.