El expresidente Mauricio Macri tuvo dos caminos para elegir. En realidad, la elección se le presentó dos veces. La primera cuando ganó la elección presidencial de 2015 y la segunda luego de la victoria en las elecciones legislativas de 2017, cuando la gente lo apoyó, incluso ante una situación económica adversa.
En ambos casos, el expresidente, que en su fuero íntimo entendía a la perfección la problemática argentina, se decidió por escuchar a sus asesores que le recomendaban evitar las reformas. El primer plan (previsiblemente fallido) era bajar muy gradualmente el gasto, financiar con deuda la transición y esperar por las reformas que permitan equiparar las cuentas en el futuro. ¿Qué inversión de peso iba a llegar con la presión impositiva y la regulación laboral prohibitiva? Ninguna, claro. El modelo explotó para las elecciones de medio término cuando, una vez más, Macri tuvo la chance. Pero nuevamente el programa ambicioso de reformas que Argentina necesita fue dejado para después. Ya sin financiamiento privado, el macrismo corrió al Fondo Monetario Internacional para conseguir, básicamente, aire hasta la reelección. Ahí se podría evaluar si se hacía lo que correspondía hacer en diciembre de 2015. Pero el electorado le dijo basta a Cambiemos y de ese experimento heterodoxo solo quedó la deuda.
Alberto Fernández llegó de la mano del kirchnerismo y, aunque tenía menos capacidad de maniobra dada la coalición de gobierno, las urgencias eran las mismas. Al asumir, el actual presidente dejó pasar una nueva oportunidad, en sintonía con su antecesor. La necesidad de corregir el déficit para ofrecer un plan de pago a los acreedores fue sinónimo de incremento de impuestos al sector agropecuario, devaluación encubierta (dólar “solidario), ajuste de jubilaciones y emisión monetaria. El plan en el mejor de los casos podía llegar a comprar algo de tiempo, hasta que Fernández encuentre el peso político necesario para la presentación de un plan económico.
Probablemente, desde el día uno, con Cristina Fernández y el kirchnerismo no podía hacer más que eso. Sin embargo, el presidente argentino hoy ve como su reloj de arena está absolutamente vacío en la parte superior. Las circunstancias locales y externas le dieron a Alberto un abrupto final de “luna de miel” de inicio de mandato y, por primera vez, el peronismo las tiene todas en contra y no cuenta con recursos para inventos populistas.
Este inicio de marzo es un callejón sin salida para Alberto. El derrumbe del precio del petróleo le enterró el sueño dorado de Vaca Negra. Como si esto fuera poco, el incremento de retenciones a las exportaciones agropecuarias causó malestar y, en lugar de ser tolerado o cuestionado, los productores se están volcando a la huelga. Resumiendo, la situación es más complicada que nunca y el Gobierno argentino se puede quedar sin un dólar en cualquier momento.
Macri en dos oportunidades y Fernández en una tuvieron dos caminos: el complicado y doloroso, pero correcto, para sacar el país adelante, o la más cómoda continuidad para la decadencia en el mediano y largo plazo. La segunda elección del actual presidente argentino ya presenta otras posibilidades. Por un lado, claro, la que debería elegir de la corrección del rumbo y el cambio radical del proyecto o las otras dos, que parece barajar el peronismo. La inacción y la crisis en el corto plazo o la radicalización que pide el kirchnerismo. Ya desde el espacio de la expresidente, varios referentes pidieron la nacionalización del comercio exterior, en sintonía con la Constitución del primer peronismo. La idea es clara: el saqueo total y absoluto al campo, al que no expropian solamente porque lo tendrían que trabajar.
Por ahora Fernández sigue teniendo opciones. Eso sí, cada vez son más peligrosas y no elegir nada, en cierta manera, también es elegir uno de los peores caminos para Argentina.