Minutos atrás puertas adentro en el Congreso había tenido lugar otra página negra de la historia legislativa argentina. En sintonía con lo más turbio de la década del noventa, un “diputrucho” le habilitó el quorum al peronismo para votar una ley que podría ser un peligro y que, definitivamente, no logrará conseguir sus objetivos.
La reforma del sistema jubilatorio judicial, que tenía como intención hacer un aporte a la reducción del gasto, terminó generando un éxodo de magistrados que presentaron su renuncia para terminar el trámite antes del nuevo modelo. Es decir, que la seguridad social deberá pagar más jubilaciones a partir de ahora y nuevos jueces asumirán sus cargos con sus salarios full. Cabe destacar que esto no es más que el impacto económico. Los mal pensados, que no son pocos y que tienen un punto, consideran que todo esto fue una estrategia para llenar el Poder Judicial de jueces adictos al nuevo Gobierno.
Lo que ocurrió dentro del parlamento generó indignación en parte de la opinión pública que comenzó a expresarse en redes sociales. Pero el reclamo no terminó en internet. De a poco empezó a llegar gente al Congreso para golpear sus cacerolas en reclamo de la sesión bochornosa que terminó con los diputados opositores retirándose del recinto. Los legisladores de Cambiemos consideraron que la sesión y la media sanción no tienen validez y judicializarán el asunto.
Los primeros manifestantes ocuparon un espacio en la vereda, haciéndose escuchar y convocando a nuevos vecinos de la zona que decidieron acompañar el reclamo. “No a la reforma judicial” decían algunos de los carteles con más “contenido”, mientras otros, más efusivos, cantaban e insultaban a la vicepresidente, Cristina Fernández de Kirchner.
Pero más allá de los cánticos, el folklore político, el justo reclamo y la sana respuesta ciudadana, cuando la manifestación se tornó levemente concurrida, los antikirchneristas, sin siquiera pensarlo, se vistieron de kirchneristas.
En un momento los autoconvocados que hacían sonar sus cacerolas sobre la vereda decidieron pasar a la calle y cortar el tránsito en la intersección de las avenidas Rivadavia y Callao. Una vez más, la policía se dedicó a desviar a los autos y los buses, que debían buscar rutas alternativas ante el corte de una de las principales arterias porteñas.
Una de las cosas que más indignó a la oposición en épocas kirchneristas fue la impunidad con la que la izquierda cortaba calles y rutas en las manifestaciones. A veces con 10 personas y un neumático quemado se lograba interrumpir una ruta nacional o una avenida principal generando un colapso en el tránsito y complicándole la vida a miles de ciudadanos que, según la Constitución, deberían tener garantizado el libre tránsito.
Seguramente, los manifestantes que ayer cortaron las principales avenidas alrededor del Congreso se pasaron los años K cuestionando la actitud de las fuerzas de seguridad que permitían, en nombre de la “protesta social”, que agrupaciones piqueteras le corten el paso a las personas.
Lamentablemente, Argentina sigue profundizando una grieta esteril entre kirchneristas y antikirchneristas, donde ambos grupos se parecen cada vez más. Los votantes de Mauricio Macri, que concentraron sus críticas en las figuras de Néstor y Cristina Kirchner, no percibieron que el gobierno al que llevaron al poder continuó con el mismo modelo económico que criticaron antes. Cuando uno mira los números del período 2015-2019 difícilmente perciba que en ese momento estuvo “Cambiemos”, que no “cambió” absolutamente nada.
Ser antikirchnerista por ser antikirchnerista, y darle la espalda al debate de fondo, a los modos, a las ideas y a la discusión de políticas públicas, es algo absolutamente tribal y superficial. Es, en cierta manera, ser kirchnerista.