El Banco Central de la República Argentina (BCRA) tiene uno de los peores desempeños en la historia mundial. Desde su creación, a mano de los conservadores en 1935, el país tiene un promedio de inflación anual del 55 %. Hiperinflaciones sin guerras, historias calcadas de fallidos control de precios y un Estado deficitario que ahoga cada vez más al sector privado forman parte de las postales nacionales más comunes.
Probablemente estas cuestiones tengan que ver con el buen desempeño de los argentinos que trabajan por el mundo. Aunque la educación ya no es lo que era, nuestros compatriotas que dijeron basta a la locura que se vive desde Ushuaia a La Quiaca suelen ser recursos humanos valorados alrededor del planeta. Es que, en cierta manera, somos sobrevivientes. La capacidad de improvisación y adaptación de un argentino que tiene que burlar al fisco por necesidad, el entrenamiento para sortear una burocracia imposible y la planificación mensual en una moneda que se derrite (en medio de un control de cambios estricto) forman un carácter especial que un alemán, por ejemplo, no tiene.
En estos 85 años de moneda emitida por el BCRA hubo una década que contribuyó para que el promedio que refleja un pésimo desempeño no sea aún peor. El plan de la convertibilidad noventista, donde cada peso estaba respaldado por un dólar norteamericano, fue la excepción. Sin embargo, la crisis de 2001 y el colapso de 2002 fueron sucesos que en el imaginario colectivo quedaron relacionados con la salida del plan de la convertibilidad.
El discurso del duhaldismo y del primer kirchnerismo hizo que una gran parte de la opinión pública, que si bien reconoce la estabilidad monetaria y la tranquilidad de los años menemistas, opine que la crisis y la megadevaluación fue el resultado inevitable de un plan que puede ser muy bonito, pero que no es para un país como la Argentina.
Agustín Etchebarne, economista y director de Libertad y Progreso, se anima a dar una lucha complicada en el debate actual. Defiende la convertibilidad, asegura que el programa funcionó “muy bien” y que la crisis posterior tuvo que ver con causas que nada tienen que ver con la regla monetaria de entonces.
“En diez años cambiamos la regla monetaria y pusimos la convertibilad. La inflación pasó a ser cero. Es preocupante que mucha gente que puede ocupar espacios de poder y decisión digan en sus libros que la inflación es multicausal. Que son los empresarios… que son los oligopolios, pero si cruzás la cordillera, los mismos empresarios que están en Chile están acá y allá no hay inflación”, señaló el economista.
Como era de esperar, la defensa del plan de Domingo Cavallo generó la repregunta de una periodista que le consultó si la convertibilidad no funcionó como una “olla a presión” que terminó explotando, en sintonía con la creencia general. Etchebarne respondió que no y que la crisis tuvo que ver con otras cuestiones: “La convertibilidad funcionó muy bien y en los últimos tres años del programa la inflación era negativa, menor que la de Estados Unidos. Lo que pasó es lo mismo que está pasando ahora. ¡Claro que hubo una crisis! Pero es lo mismo que está pasando ahora que no tenemos convertibilidad: déficit fiscal”.
Etchebarne señaló que al igual que ocurrió hacia finales de los noventa, el mismo déficit fiscal y la deuda están incrementando considerablemente la incertidumbre e indicó que ya se fueron 1 de cada 3 dólares de los depósitos. “Es lo mismo que pasaba durante 2001, lo que demuestra que el problema no era la convertibilidad”.
La evidencia respalda las afirmaciones del economista liberal. Eso no se discute. Sin embargo, su cruzada que busca desterrar un mito arraigado en la mayoría de la opinión pública, lamentablemente, requiere más que datos duros. Es una lucha constante que requiere insistencia y que combate contra la maquinaria comunicacional oficial de un Estado que no quiere perder la “maquinita” de imprimir billetes para no ceder privilegios.