Mauricio Macri, en vísperas de las elecciones presidenciales que lo llevaron a gobernar Argentina, hizo una serie de promesas que poco tenían que ver con sus opiniones personales y sus manifestaciones políticas de siempre.
Antes de enfrentar a Daniel Scioli en la segunda vuelta de finales de 2015, en uno de sus discursos de campaña, se vistió de populista y realizó promesas que podían esperarse de su rival, como que mantendría Fútbol para Todos (el programa financiado por el Estado que emitía los partidos por televisión abierta) y que Aerolíneas Argentinas seguiría siendo de propiedad estatal.
Sus palabras generaron sorpresa para algunos de sus seguidores y el público se dividió entre silbidos y aplausos. De esta manera, Cambiemos buscó que el kirchnerismo no pueda acusarlo de “neoliberal privatizador” en los últimos días de campaña, cosa que consiguió a medias porque pocos creyeron sus palabras.
A la hora de tomar las riendas del gobierno, y enfrentar el enorme déficit fiscal heredado del kirchnerismo, salieron a la luz los terribles manejos de la estatización del fútbol. Las pérdidas enormes, de un programa que tendría que ser redituable, hicieron que la opinión pública no castigue al nuevo presidente por faltar a su promesa electoral y terminar con la absurda injusticia de que todos los argentinos paguen el programa de los “futboleros”. A partir de este campeonato, los argentinos deberán pagar un abono mensual para ver los partidos, pero el desastre que fue Fútbol para Todos hizo que Macri salga ileso políticamente.
La situación de Aerolíneas Argentinas transcurrió de una manera distinta. A pesar de lo que muchos pensaban (que al poco tiempo de gestión se blanquearían los balances y el déficit para justificar una privatización) lo cierto es que la empresa de aeronavegación estatal comenzó a reducir considerablemente sus pérdidas desde que Mauricio Macri nombró a las nuevas autoridades.
Esta situación podría considerarse como una oportunidad perdida y no como una buena noticia para los que pensamos que el Estado no tiene que jugar al empresario con los dineros de los contribuyentes. Mucho menos manejando un monopolio, como era hasta hace muy poco la empresa en cuestión. A pesar de que al momento no existe una política de “cielos abiertos” que permita una competencia irrestricta, se ha comenzado el camino para otorgar distintas rutas a nuevas compañías y los precios han comenzado a bajar para los vuelos nacionales.
Lamentablemente, por ahora no existe una oferta política liberal en Argentina con posibilidades de conducir al país en una dirección de reducción del Estado y el gasto público. Macri y Cambiemos están desarrollando una política que, a grandes rasgos, podría denominarse como “socialdemócrata”. Toda la oposición al gobierno actual es más estatista y dirigista que el gobierno, al que acusan sin fundamentos de “liberal”.
Dado el panorama político actual, si Macri es reemplazado en 2019 o en 2022 por una facción peronista, podría suponerse que nuevamente el Estado será el lamentable actor principal en la economía nacional.
En caso de que esto ocurra, lo mejor (o menos malo) sería que para entonces exista la menor cantidad de dependencias gubernamentales posibles, ya que nuevamente serían infladas con el sudor de la frente de los contribuyentes argentinos.
Macri lo sabe. Hasta el momento su gradualismo y su día a día le han generado satisfacciones, pero también problemas. Se verá luego de las elecciones de octubre si el presidente argentino está más interesado en cambiar el país y hacer historia, pensando en el largo plazo, o si le ganan las inquietudes políticas de asegurar un nuevo mandato dejando para otro momento lo que hay que hacer y hasta ahora no se hizo.