
A través de la sátira, el caricaturista cubano exiliado conocido como Arístide representó al recientemente elegido presidente Miguel Díaz-Canel como una cucharita sostenida por Raúl Castro, alegando que bajo los Castro, quien tenga el cargo de presidente, si no tiene el apellido adecuado, no tiene poder.
El apodo “cucharita” se originó el mismo año de la revolución de los Castro. Desde 1959 hasta 1976 fue presidente de Cuba Osvaldo Dorticós Torrado, a quien el pueblo cubano llamaba “cucharita”, pues “ni pincha ni corta”.
Con este concepto remitían que era inofensivo, sin voz ni voto. Pero no bastó con equipararlo con una cuchara, que a diferencia de un cuchillo puede causar daño, sino que le redujeron a una simple cucharita que cabe en la palma de la mano de quien en verdad está al mando. Es decir, que lo maneja. Como sucedía y ostenta el pueblo aún sucede, cuando el verdadero poder le pertenece a uno de los Castro.
Ahora el apodo le corresponde a Díaz-Canel, el recientemente elegido —por la asamblea y no por el pueblo— como presidente de Cuba; quien, en la toma de mando, dejó en claro que —como primer secretario del Partido Comunista— Raúl Castro “encabezará las decisiones de mayor trascendencia para el presente y el futuro de la nación”.
El que tiene el poder es Raúl Castro
Tras las declaraciones de Díaz-Canel, pasa del rumor a la evidencia el hecho de que quien tiene el poder es Raúl Castro y como tal, el ahora presidente es un instrumento, como lo fue su predecesor Osvalido Dorticós Torrado décadas atrás.
En un país de partido único, el comunista, la ilusión de democracia, de participación ciudadana, de que el poder —como la riqueza de acuerdo al ideal del socialismo científico ideado por Karl Marx— se distribuye, se debe mantener por medio de mecanismos creados por quienes tienen el poder y no lo quieren soltar.
Los votos por los puestos más jerárquicos dentro de la asamblea oscilaron entre el 99,83 y el 100 % de los votos de los 604 diputados que decidieron quién gobernará sobre los cubanos, entre ellos cinco vicepresidentes.
Es decir, se votó por unanimidad. Lejos de mostrar pluralidad, por tanto, de opciones, y de lo que sería una democracia participativa, dejó ver cómo en Cuba la democracia significa voto de la mayoría que está en el poder, y que esta es la única con acceso a elegir.
El sistema de Dorticós
Fue el propio Dorticós, el primer “cucharita”, quien forjó parte de las normas que hoy rigen en Cuba. Como estudiante de derecho fue miembro e incluso secretario del Partido Socialista Popular, de tendencia socialista.
Ya graduado, como abogado, en 1959, año de la revolución, fue nombrado ministro de Leyes Revolucionarias. Con Fidel Castro al mando del gabinete, alineado con los principios socialistas que profesaba, en rechazo a la propiedad privada, Dorticós participó en la redacción de la legislación revolucionaria, como la Ley de Reforma Agraria y la Ley Fundamental Orgánica que sustituyó a la Constitución imperante desde 1940. Ese mismo año, Dorticós fue nombrado jefe de Estado por el Consejo de Ministros el 17 de julio.
Al momento, la Unión Soviética y por tanto el bloque socialista estaba en apogeo. Por ende, en 1961, como presidente, Dorticós representó a Cuba en la Cumbre de Países No Alineados que se celebró en la ex-Yugoslavia.
Asimismo, durante la Crisis de los Misiles de 1962, cuando la Unión Soviética almacenó misiles con alcance suficiente para llegar a EE. UU., Dorticós dijo ante la ONU que Cuba tenía armas nucleares. Pero cuando la Constitución cubana de 1976 entró en vigor, Fidel Castro fue nombrado presidente del Consejo de Estado y Dorticós quedó librado de su cargo.
En ese momento desapareció la figura de “Presidente de la República” y consigo todo rezago que quedaba de la estructura republicana y la tradicional división de poderes que se regulan entre sí para impedir el monopolio del poder y consigo una tiranía.
El Consejo de Estado pasó a ser el máximo órgano de poder. Dorticós fue nombrado Presidente del Banco Nacional de Cuba y miembro del Consejo de Estado. Ocupó dichos cargos hasta su muerte, cinco años después.
Ahora, en particular desde el exilio, hay escepticismo respecto a que —dicho por él mismo— el actual presidente dejará en manos de Castro las decisiones, y será —como fueron sus predecesores (Dorticós y Urrutia)— una pantalla que luce como democracia y una “cucharita” de quienes en verdad tienen el poder.