
Un extraño hábito ha aparecido en las últimas semanas en América Latina. Cuando en redes sociales surge una discusión pública sobre la profunda crisis humanitaria de Venezuela, aparece, veloz como un rayo, un aluvión de descreídos que se apresuran a instaurar una extraña competencia para posicionar al país propio como el más miserable de la región. De repente, el desafío empezó a ser por destacarse como el que peor vive.
Es cierto que la mayoría de los países de América Latina enfrentan graves problemas ocasionados por la escasa libertad económica y erosión de las instituciones democráticas. Así mismo, una notable desaceleración económica afecta a la mayoría de países de un subcontinente que mantiene inmersa a más de 175 millones de personas en la pobreza y 75 millones de personas en la indigencia, mientras algunos países presentaron crecimiento negativo del PIB a través del cual se perjudica a las clases menos favorecidas y se abre un precipicio hacia la pobreza en los pies de la clase media que cada vez lucha más fuerte por mantener su modo de vida.
- Lea más: Para Aznar, Obama y Cuba son el origen de las grandes crisis de América Latina
- Lea más: Más de 20 parlamentarios de América Latina se pronuncian contra crisis en Venezuela
Igualmente, los escándalos de corrupción explotan con una frecuencia pasmosa desde la Patagonia (Argentina) hasta el Río Bravo (México), incrementando la desconfianza en el sistema democrático y abriendo la puerta para liderazgos populistas afanados por la concentración del poder en detrimento de las libertades individuales. Mientras tanto, la seguridad sigue siendo una de las principales preocupaciones de la región que cuenta con algunas de las ciudades más peligrosas del mundo.
Así que es cierto, los países latinoamericanos enfrentan situaciones sociales y económicas complejas. Sin embargo, la realidad venezolana es de lejos la peor del continente.
Para empezar, en el sector laboral, sin lugar a dudas la principal bandera de los socialistas, a través de las políticas que han despojado al Bolívar de su valor, se ha logrado que el salario mínimo venezolano llegue a equivaler unos USD$ 14 mensuales, cifra que contrasta con los USD$ 282 de Colombia, los USD$ 413 de Chile, los USD$ 744 de panamá, los USD$ 512 de Costa Rica y los USD$ 105 de México.
Mientras tanto, el bajo salario mínimo de un venezolano es devorado rápidamente por la astronómica y rampante inflación del 700 %, definitivamente mayor a la de Colombia (5,75 %), Perú (3,23 %) México (3,36 %) o Chile (2,7 %).
Por otra parte, los logros en el sector de la salud, destacado frecuentemente por los socialistas cuando quieren explicar las supuestas benevolencias de la sociedad centralmente planificada, es dan cuenta de una verdadera tragedia. En Venezuela, la tasa de fallecimientos infantiles durante el primer año por cada 1000 nacidos vivos recientemente alcanzó a ubicarse 24,8 y la tasa de mortalidad materna por cada 100000 nacidos vivos se encuentra en 216,7. Para hacerse una idea de lo alto que son estas cifras, países como Chile o Colombia cuentan con una tasa de mortalidad infantil de 8,1 y 17,4 y de mortalidad materna de 25 y 54,6 respectivamente.
Pero el desastre no acaba ahí. Desde la llegada de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela en 1999 se ha presentado un incremento exponencial en el nivel de violencia homicida al pasar de 25 a 92 homicidios por cada 100 mil habitantes entre 1999 y el 2016.
Así, la revolución bolivariana logró cumplir el triste hito de casi cuadruplicar la tasa de homicidios de un país como Colombia, famoso por su guerra interna, el tamaño de sus estructuras criminales y su incapacidad por garantizar seguridad y justicia al total de su población. Esto ya debería ser un dato suficientemente impactante para que aquellos que defienden el Socialismo del Siglo XXI renuncien a hacerlo. Sin embargo esa es tan solo la punta del iceberg de la tragedia venezolana.
Como es previsible, en materia institucional tampoco brillan los resultados de la revolución bolivariana. De acuerdo con el Índice de Democracia elaborado por la Unidad de Inteligencia de The Economist, con un puntaje de 4,68 sobre 10, Venezuela es calificada como un régimen híbrido entre autoritarismo y democracia lo que la convierte, después de Cuba con un puntaje 3,46, en el país más antidemocrático de la región. Por su parte, países como Perú, México y República Dominicana obtienen puntajes de 6,65, 6,47 y 6,67 respectivamente, ubicándolos dentro del grupo de países con democracias imperfectas.
Si hay algo que debe reconocérsele al Socialismo del Siglo XXI es que ha logrado convertirse en el mejor referente de todo lo que no se debe hacer. Por supuesto, esto no quiere decir que el resto de países latinoamericanos no tengan problemas importantes que deban ser abordados, simplemente, a través de esta breve comparación se quiere mostrar que aquella competencia por establecer el país que en peor situación está ya tiene a un ganador.
Finalmente, se debe tener en cuenta que una buena parte de problemas que tienen los países latinoamericanos son derivados, precisamente, por contar promover aquellas instituciones que también priman en Venezuela: el irrespeto a la propiedad privada, la aversión al libre mercado, el Estado elefantiásico y la corrupción endémica.