Ante la inminencia de la denominada consulta anti-corrupción, decidí señalar en redes lo inconveniente del ejercicio, no solo por su altísimo costo, sino por su incapacidad para solucionar el problema para el que se piensa realizar y porque parece ser una medida diseñada de manera oportunista por algunos políticos que, sin importarles los efectos y sabiendo que esto no pasará de la buenas intenciones, muy poco les interesa gastarse cientos de miles de millones de pesos de los contribuyentes para mantener altos sus niveles de popularidad y pescar más votos.
Las respuestas de indignación a mi trino no se hicieron esperar. Es comprensible: las personas suelen creer que cuestionar este tipo de ejercicios es o estar en contra de los líderes políticos que las promueven o estar a favor de los fenómenos. Es decir, si yo no creo que la consulta va a servir para acabar con la corrupción, las personas parecen escuchar que a mí me gusta la corrupción y que quiero que haya muchos corruptos. Algo que es equivocado, pero estos son los problemas del lenguaje, de la forma como pensamos y del nivel de debates que tenemos.
Sobre si me caen bien o mal los líderes políticos, pues no hay mucho para decir: no conozco políticos en curso y, por lo tanto, no sé cómo son ellos. Lo que sí es cierto es que suelo desconfiar profundamente de los políticos…de cualquiera y de todos. Así, que es posible que, si los conociera personalmente, hasta sería amigos de ciertos políticos. No obstante, no los conozco y desconfío de su labor: por ello, me parece que manipulan todo. Manipulan la propuesta con fines específicos y hasta manipulan el nombre. Por ello la llaman Consulta anti-corrupción, porque saben que con ese nombre apelan a las emociones de las personas y nadie va a cuestionar el ejercicio porque será tildado de corrupto, de amigo de corruptos y demás.
Decidí escribir sobre este asunto porque me llamó la atención el tipo de respuestas que me dieron los críticos de mi posición. Antes escribí sobre los problemas de la consulta y mencioné algunos elementos que pueden explicar la corrupción en los países. En esta ocasión no volveré sobre esto, aunque sí permite no solo caracterizar sino refutar los tipos de respuestas indignadas que noté ante mi trino.
Comencemos por el final: ¿Por qué oponerse a una consulta? En principio, es una consulta, exceptuando dos o tres de sus estipulaciones (como la de reducción del salario de congresistas y discusión pública de presupuestos), aparentemente inofensiva. Pero si se mira a profundidad no lo es tanto.
Las personas, así como piensan que el que no esté de acuerdo, es corrupto o está a favor de la corrupción, creen que el solo hecho de manifestar su rechazo por ese fenómeno y aprobar los puntos establecidos solucionará el problema. Esto es lo que les han vendido. Alguien me contestó que yo pensaba en los costos de la consulta, pero no en los millones en corrupción que ésta iba a ahorrar. Es decir, esta persona asume que la consulta, por el solo hecho de aprobarse su contenido, va a disminuir o eliminar la corrupción. Pero esto es falso. No será así.
Por ello, cuando la votación no genere ningún impacto en los niveles y escándalos de corrupción, las personas no culparán a la incapacidad de la consulta para solucionar el problema, sino que recurrirán a los chivos expiatorios de siempre: los políticos tradicionales o las elites. Esto, en una situación política en Colombia, en la que tenemos rodeándonos el peligro del populismo de izquierda, podría implicar la llegada al poder de estas ideas equivocadas (que, por cierto, solo engendran más corrupción). Por ello, el ejercicio no solo es muy costoso, sino irresponsable.
Cuatro tipos de críticas me llegaron, cada cual más indicativa de lo difícil que es el debate sobre estos temas:
- La de “hay que hacer algo”: Se piensa que, si hay un problema, es necesario, por obligación, actuar; hacer algo. No se contempla la opción que, si no conocemos bien el fenómeno, a veces sea mejor no actuar.
- La de “cómo ser tan inhumano por preocuparse por los recursos”: ¿Cómo preocuparse por cuánto cuesta? Eso es injusto, antidemocrático. Uno no debe preocuparse por la plata. Para comenzar, hay una grave contradicción acá: están hablando de una consulta anti-corrupción. Es decir, ellos se están preocupando por la plata.
Pero además de esta contradicción, está el tema de que la plata no es algo alejado de las personas. De un lado, son recursos que hemos trabajado todos y aportado al Estado. En consecuencia, lo que se haga con ellos nos compete a todos. Y nos debería preocupar a todos. Del otro, esos recursos se le dan al Estado con fines puntuales, no para que sean dilapidados en cualquier aventura que se les ocurra a los políticos de turno.
En consecuencia, preocuparse por cuánto cuestan los gastos del Estado no solo es una responsabilidad de los ciudadanos, sino que también es realmente preocuparse porque todos estemos mejor. Lo demás es fomentar la idea, corrupta esa así, de que no importa cuánto se gasta porque ese dinero no es de nadie. Gastar por gasta es también una forma de estimular la corrupción.
- La de “cómo osar criticar los ejercicios democráticos”: ¡No quiere que las mayorías se manifiesten! ¡No quiere que la gente se sienta más identificada con la democracia y desarrolle virtudes democráticas! Muy bien, pues ésta no es la única manera ni de lo uno ni de lo otro.
Es más: para ser honestos yo no quiero (y los verdaderos demócratas tampoco lo quieren) que todo se decida por mayorías para que la gente se sienta “incluida” o para que “desarrolle su sentido democrático”. Yo no quiero que decidan luego, por ejemplo, a quién puedo amar o con quién puedo acostarme. Porque ojo: defender esta consulta bajo la retórica democrática, nos deja sin piso para cuestionar las muchas otras que se proponen (incluso, las de persecución a minorías). Así, este argumento resulta hasta peligroso (¿sí se ve cómo incluso posiciones aparentemente inofensivas pueden abrir puertas que no queremos abrir?).
- La de “lo sabemos que no va a funcionar, pero ése no es el problema”: ésta es la más cínica. Algunos me decían que era claro que las medidas contempladas no eran la solución, pero que la cosa era tan compleja que ninguna podía hacerlo. Entonces, ¿para qué hacerla con todos los recursos (logísticos, humanos, en tiempo, y demás) que se requieren?
Lo que queda claro es que, detrás de estas respuestas se esconde, más que posiciones políticamente correctas, ideas equivocadas sobre el ámbito de la política que tienen que ser debatidas y cuestionadas. Enumero algunas de ellas:
- La complejidad de los fenómenos: pensamos linealmente entre causa-resultado y así pensamos que ejercicios simples pueden solucionar todos los asuntos que consideramos problemáticos. Pero esto no es cierto y puede ser contraproducente.
- No todo se soluciona ni vía Estado, ni vía democracia: no todos los asuntos son públicos; ni deben serlo. Aquéllos que lo son no necesariamente se solucionan con más y/o mejores regulaciones.
- Las acciones no son neutrales, en la mayoría de casos: las medidas que se adelantan tienen, siempre, efectos; son resultado de decisiones que privilegiaron un camino por sobre los demás; y generan estímulos en los individuos afectados.
- Lo peor de todo es que la mayoría de veces, ni la complejidad, ni los asuntos, ni las acciones podemos comprenderlas en su total magnitud. Esto debería hacernos más humildes y pacientes. Muchas cosas no funcionan en nuestras sociedades como quisiéramos que funcionaran, pero esto no quiere decir que cualquier acción se pueda tomar porque incluso las más bienintencionadas pueden tener consecuencias indeseables.
- Las cosas no son de buenas intenciones: ¿son los políticos buenos o malos? ¿son los empresarios buenos o malos? ¿somos los ciudadanos buenos o malos? A esto se han reducido, en un inaceptable proceso de sobre-simplificación, la mayoría de cuestiones. No obstante, la mayoría de veces los individuos actúan según el contexto en el que se encuentren. Es más: la bondad o maldad no solo se expresan según el contexto, sino que sus atributos son resultado también de los contextos.
- Los recursos sí importan: así no nos guste, el ser humano vive en una situación de escasez. Precisamente, esta realidad la que genera tantas dificultades y problemas sociales. Por ello, no se pueden desvincular las consideraciones sobre recursos de todos los debates sociales.