Es común que, al defender las posturas liberales, los contradictores busquen deslegitimar los planteamientos al afirmar que aquéllas defienden a los privilegiados (a los empresarios), en lugar de a los ciudadanos del común. La semana pasada me encontré con un ejemplo que demuestra exactamente lo contrario.
El precandidato a la presidencia de la república, Jorge Enrique Robledo, reconocido dirigente de la izquierda nacionalista, proteccionista e intervencionista, publicó en su cuenta de Facebook una reunión que sostuvo con un grupo de empresarios, agrupados en una organización llamada Proindustria.
Lo anterior demuestra, primero, como señalé, que es falso que la defensa del libre comercio y la no intervención del Estado en la economía sean las que reflejen los intereses de los empresarios. Segundo, también es falsa, la creencia de muchos, incluso analistas políticos y académicos, de que las posturas de izquierda sean las preferidas por las clases más pobres o excluidas.
Pero, claro, las cosas en su debida dimensión. La publicación de Robledo tampoco demuestra que todo el empresariado colombiano lo esté apoyando. Ni siquiera que sean los empresarios más importantes. Lo que sí se puede observar, sin que el análisis de cantidades sea relevante, es que, a diferencia de lo que señaló Marx – y que siguen creyendo muchos de sus convertidos – la supuesta existencia de una clase empresarial que comparte intereses y no tiene diferencias, no existe. De igual manera, a pesar de la retórica de los candidatos de izquierda, basada en la lucha por las mayorías y en contra de las élites, la realidad es que esas élites también son importantes para ellos. Tanto como para publicar, con orgullo, y como estrategia de campaña, una reunión que se sostuvo con algunos de ellos.
Como instinto, al principio no creí que el grupo Prodindustria estuviera formado por empresarios. Fui a su página en Internet y busqué quiénes eran. En su presentación, en efecto sostienen que son un centro de pensamiento, formado por empresarios y personas conocedoras de esos temas. No nos muestran nombres ni quiénes los financian. Pero luego comprendí que yo mismo estaba enfocando mal el análisis.
Desde autores como Frédéric Bastiat, pasando por Friedrich Hayek y Ludwig von Mises, todos comprendieron en su momento que sus ideas no estaban dirigidas a defender a los empresarios, sino a exaltar la importancia de la actividad empresarial. Como resultado de ello, la mayoría de liberales sabemos que, en muchas ocasiones, los que menos comparten nuestras posiciones son los empresarios mismos.
En general, el empresario tiene como principal interés el generar beneficios de su actividad económica. Pero claro está que ese resultado es muy incierto y difícil de lograr si solo se trata de convencer a millones de individuos a que les compren sus productos. En consecuencia, qué mejor que obligarlos a hacerlo por vías institucionales: ¿Por qué no prohibir la competencia internacional? ¿Por qué no hacer que el Estado financie las actividades?
Ante esta realidad, decidí no cuestionar quiénes son o los financian, sino concentrarme en sus posiciones. Por ejemplo, estos empresarios consideran que la principal forma de crear riqueza es por medio de la industria. Claramente, esta es una aproximación desde el paradigma del valor objetivo que, como suele suceder, ha sido desmentido por la evolución teórica y por la experiencia. Muchos de los países más ricos, como Suiza, Luxemburgo o Singapur, no son potencias industriales. La Unión Soviética lo fue, de industria pesada, y eso no lo convirtió en un país donde imperase la riqueza. A todas estas, ¿qué entenderán por creación de riqueza y prosperidad estos empresarios? Aunque no lo definen, es claro que piensan en todo menos en el bienestar de los individuos.
En otra parte de su presentación, afirman que “la Nación” (así, con mayúscula) no puede competir internacionalmente. No solo esto refleja el típico pseudo-argumento de la incapacidad de los colombianos para enfrentarnos a los poderosos (y más inteligentes) extranjeros, sino que tiende a un odioso – y equivocado – colectivismo. Aunque parecen no notarlo, dentro de las muchas causas equivocadas que mencionan (“estado físico (?), político, […], ético [?], […] y de recursos humanos”), ubican dos, la carga impositiva y el sistema legal (regulatorio, habría que explicarles), que son correctas.
Sin embargo, las mencionan de paso y parecen no darse cuenta de su importancia porque a la larga consideran ellos que el problema está en la falta de Estado y no en el exceso de él. De hecho, señalan que su objetivo es proponer políticas industriales, de comercio exterior y luchar en contra de los tratados de libre comercio. Con estos objetivos, no queda claro cuando hacen referencia a los aranceles, a la legislación laboral, a los impuestos y a la normatividad, qué querrán decir. ¿Endurecerlos? No existe evidencia para pensar que la respuesta sería no.
En otro apartado, señalan: “Nuestro principio básico es que estamos de acuerdo con el comercio pero no con los malos negocios” [sic]. ¡Al mejor estilo Trump!
Al leer estas posiciones, es evidente por qué este grupo apoya al pre-candidato Robledo. No son empresarios, sino buscadores de rentas y de privilegios. Eso solo se los ofrece la postura estatista, nacionalista, xenófoba y antiliberal representada por él, a pesar de todo lo que intente ocultarlo para llegar al poder.