La liturgia de la palabra de las misas dominicales del 18 de septiembre del 2022 arrancan con la lectura del capítulo 8 del libro del profeta Amós. Los versículos hablan de la falsificación de las medidas y los pesos por parte de comerciantes inescrupulosos. Pero también condenan a quienes compran a los pobres por un poco de trigo.
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Desde siempre, los pobres han sido instrumentalizados por toda clase de ambiciosos de poder. Sin embargo, una vez que los «salvadores» del pueblo consiguen sus objetivos, los desechan. Hasta finales de los 80, esa falsa piedad era practicada por los marxistas. Pero hoy es un comportamiento presente en las izquierdas posmodernas, que incluye a todas las variantes del movimiento woke.
Por ejemplo, durante la década de los 90, en mi natal Bolivia surgieron una numerosa cantidad de ONGS. Muchas de estas instituciones tenían buenas intenciones. Pero otras eran el refugio de militantes socialistas que, ante el derrumbe del bloque soviético, se habían rearticulado para seguir esparciendo su veneno.
Existen muchas investigaciones que prueban como las ONGS construyeron el relato alrededor de la coca y la figura de Evo Morales. Fueron éstas que promovieron un «cambio» en el país, y que, tomando como pretexto a los pobres, conspiraron para tumbar a gobiernos democráticos.
Empero, después de casi dos décadas de régimen masista, los índices e indicadores muestran que la situación de los pobres en Bolivia no solo se ha mantenido igual, sino que ha llegado a caer. Veamos.
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) de la ONU, durante la primera semana de septiembre, publicó su Informe sobre Desarrollo Humano 2021-2022, donde sitúa a Bolivia en el puesto 118 de 191 países. A nivel Sudamérica, el país sólo está por encima de Venezuela.
El promedio de las notas obtenidas por el Tercer Estudio Regional Comparativo y Explicativo (TERCE) es una investigación realizada por la UNESCO desde el 2013. El país se negó en participar del estudio hasta el 2017, año en el que se suma. Unos 12.000 alumnos de los nueve departamentos participaron en los exámenes. En el promedio de las notas el país ocupó el puesto 13 entre un total de 16. Una de las «maravillas» del «exitoso» proceso de cambio.
Es evidente que para la izquierda los pobres son escaleras de poder. Sin embargo, el dejarlos a su suerte ―cosa que proponen muchos exponentes de la derecha― tampoco debería ser una alternativa. La solución la viene enseñando el cristianismo desde hace más de 2000 años. Se llama koinonia.
El libro de Hechos de los Apóstoles cuenta que durante las primeras comunidades cristianas existían pobres. También nos muestra que sus necesidades eran suplidas por aquellos que tenían mejor estatus económico. Esos relatos son una prueba de la importancia que daban los cristianos primitivos al ejercicio de la caridad. Por si acaso, no se trataba de una redistribución de la riqueza de carácter socialista, sino de una forma de expresión de amor al prójimo. No es producto de una medida coactiva, sino de hacer, en cierta medida, lo que Cristo hizo en uno mismo.
En consecuencia, podemos afirmar que ningún cristiano puede sentirse dispensado del servicio de la caridad. No debe existir una comunidad cristiana donde la caridad, como centro de la koinonia, no sea visible.
Necesitamos abrir bien la mirada al mundo en que vivimos. Fijarnos en los que sufren al lado nuestro. Descubrir los nuevos rostros de la pobreza. Escuchar el clamor de los pobres. Romper inercias. Lanzarnos a buscar lo que hoy es bueno y necesario no solo para mí, sino para todos. Esa es la mejor manera de mostrarle al mundo la verdad de la koinonia cristiana y, al mismo tiempo, la falsa caridad progresista.