Cristina tiene miedo. Sí, la todopoderosa vicepresidenta nominal —presidenta de facto— de la Argentina, tiembla.
¿Qué es lo que la angustia? ¿La pandemia que está dejando un reguero de muertos en su país? ¿El dolor de los cientos de miles de personas que han perdido su trabajo o sus empresas? ¿Que la pobreza en el país que ella gobierna se ubique cerca del 50 % de la población económicamente activa? ¿La desesperación de tantos de sus conciudadanos? ¿Las decisiones y acciones injustas, e incluso aberrantes, de algunas autoridades?
No, nada de eso conmueve a Cristina. La falta de empatía de esta mujer es tremenda. Encerrada en su palacio de oro y marfil junto con su familia y sus fieles vasallos, calzarían a la perfección en su boca las siguientes palabras de Rubén Darío: “Me río del viento que sopla afuera, del mal que pasa.”
A Cristina lo único que le aterra es no poder llevar adelante su proyecto político de impunidad y venganza e instaurar una monarquía hereditaria en Argentina encabezada por su familia. Dinero, poder absoluto y recibir pleitesía son los móviles de su accionar. Convertir a los ciudadanos en siervos parecería ser su plan siniestro, a juzgar por los pasos que está impulsando desde el Senado y el Instituto Patria.
Es por eso que Cristina tiene miedo. Tiene terror de que la debacle sobre Argentina se produzca antes de que pueda cerrar el círculo de sus designios, antes de que pueda controlar absolutamente todos los resortes de la vida nacional. Está asustada porque la historia de su país enseña, que la gente no se queda quieta sino que reacciona saliendo a la calle y expulsando de malos modos a los gobernantes indeseables.
Y eso precisamente es lo que las encuestas le están avisando: cada vez más gente la rechaza a ella y al gobierno que encabeza.
Por ejemplo, los últimos datos de una encuesta de la Universidad de San Andrés muestran que Cristina tiene una imagen negativa del 73 % (la positiva es de tan solo 21 %). Por su parte, la de Giacobbe & Asociados indica que está muy mal valorado el Gobierno de Alberto Fernández: el 62 % cree que no hay un plan económico y que “improvisa”, mientras que el 57 % cree que las decisiones las toma Cristina Kirchner.
Con respecto al clima electoral, esta última encuesta vaticina un “cachetazo” al gobierno en las elecciones legislativas de 2021: el 51,3 % quiere que el gobernante Frente de Todos pierda. Jorge Daniel Giacobbe afirma que “Se solidifica un público mayoritario (más de 50 %) disgustado que buscará herramientas para pegarle un cachetazo al gobierno nacional. Contrapesado por un tercio de la población que saldrá a defenderlo”.
Cristina reaccionó frente a ese panorama adverso para sus intereses, publicitando una Carta mediante la cual pretende desvincularse de la desastrosa gestión de Alberto Fernández. Desde esa perspectiva, dos son las ideas principales que se desprenden de ese texto: “El que gobierna es él” y el llamado a un gran acuerdo nacional que involucre a todos los sectores de la vida nacional.
Esta reacción de Cristina podría ser encuadrada dentro de una tragedia griega. Mucha gente cree que esos antiguos textos ya no tienen nada que decirnos en la actualidad. Están equivocados. Los griegos demostraron un penetrante conocimiento del alma humana, especialmente sobre el carácter de los que gobiernan.
Los antiguos griegos creían que el peor de los vicios que podía tener un gobernante es la “hybris” que significa orgullo, desmesura, falta de control de los propios impulsos y no respetar los límites. Precisamente, las características que exhibe Cristina en su accionar político.
Por el contrario, la mayor virtud era la “sophrosyne” que consiste en ser equilibrados, moderados y guiar las acciones por la prudencia (“phronesis”), virtudes de las cuales notoriamente Cristina carece.
Las tragedias griegas tienen un carácter didáctico. En ellas se advierte a los que tienen poder que si comenten hybris, los dioses los van a castigar. ¿Cómo? Pues cegando psicológicamente a los que desean perder. Los espectadores están viendo claramente que las acciones del “héroe trágico” lo llevará a su perdición, pero el personaje no se da cuenta y sigue insistiendo en su abuso de poder. Finalmente, cuando el “héroe” se da cuenta de los nefastos efectos que ha producido su conducta sobre la población, la catástrofe es inminente y ya no hay nada que pueda hacer para salvarse.
Cristina con su Carta pretende frenar el desarrollo de la tragedia que ella misma está impulsando, no para evitarles mayor dolor a sus conciudadanos porque como dijimos eso le importa un bledo, sino la que podría afectarla a ella y a sus seres cercanos. El tiempo dirá si lo logrará o no.
Por lo pronto, el nivel de credibilidad de Cristina es sumamente bajo. Según encuestas de opinión, el 57,5 % “no le cree nada”, un 25,5 % le cree “todo lo que dice” y un 15 % le cree “algo de lo que dice”.
Es llamativo que llame a un gran acuerdo nacional en la misma carta en que denigra a amplios sectores de la sociedad. No se lo cree nadie cuando ha dinamitado todas iniciativas anteriores que iban en esa línea.
Por ejemplo, en julio de este año un grupo de dirigentes de la política, la academia, la religión y el sindicalismo difundió un documento titulado “Unidos en la diversidad. Para afrontar el presente y construir un futuro digno para todos los argentinos”. Allí se pedía que se convocara a una “mesa de diálogo nacional” con el objetivo de alcanzar consensos para enfrentar la brutal crisis que se está cerniendo sobre Argentina.
En el texto los firmantes lamentan la desconfianza social en las instituciones, reclaman la independencia judicial y aseguran que el Congreso es el ámbito en el que se deberán “pactar consensos” en el corto plazo.
En el escrito se expresa que “a través de las autoridades de los bloques legislativos, convoque con carácter urgente a una mesa de diálogo nacional. Es tiempo de implementar un plan de coincidencias mínimas que integre a los partidos políticos, los sectores de la producción y del trabajo, los representantes de la economía informal, las organizaciones sociales, la comunidad educativa, las entidades profesionales, las congregaciones religiosas y demás entidades representativas de la sociedad civil”.
“Son las instituciones de la República las que deben definir las herramientas adecuadas para afrontar los desafíos acuciantes del presente y delinear las políticas encaminadas a superar sus consecuencias. Lamentablemente, la confianza de la sociedad en nuestras instituciones es débil y, justamente, son los tres poderes del Estado quienes, incluso con las limitaciones que imponen las recomendaciones sanitarias, tienen que cumplir con su rol indelegable y tratar de reconstruir esa confianza.”
Los firmantes enfatizan que “debemos sumar inteligencia, debate, creatividad y es el Congreso de la Nación el ámbito adecuado para pactar consensos. La ley debe respetarse y para ello el Poder Judicial tiene que cumplir con su rol sin injerencias de los otros poderes del Estado. Saldremos de la emergencia con más democracia, no con menos”.
Sin embargo, no ha habido avances en esa dirección y los tímidos intentos que realizó Alberto Fernández en ese sentido, fueron torpeados por la propia Cristina. ¿Y ahora llama a una mesa de diálogo?
Eso no se lo cree nadie. Más bien, se asemeja a esas jugarretas de Nicolás Maduro con sus “diálogos” con la oposición cada vez que estaba débil, con el único fin de ganar tiempo y afianzarse en el poder.