Advertía yo en una columna de mediados de abril del fatídico 2020 que la fatal ignorancia que exhibía orgullosamente el gobierno social-comunista español empeoraría los efectos de la pandemia a extremos inconcebibles. Aunque bajo ningún tipo de gobierno socialista contemporáneo podía ocurrir otra cosa, porque, como ya adelanté entonces:
“El socialismo en sentido amplio es ignorancia disfrazada de sabiduría mediante la palabrería vacía pero grandilocuente. Es mentira y manipulación emocional de atavismos ancestrales subyacentes en la conciencia del hombre civilizado. Para entender tal fatal ignorancia –y sus peligros presentes y futuros– recordemos que el marxismo ha sido la clave ideológica del socialismo en sentido amplio. Y el marxismo que hoy más influye en el socialismo en sentido amplio es una amalgama de (…) marxismo en la escuela de Frankfurt, (…) con ideas de los más radicales intelectuales del socialismo escandinavo, (…) hiperemocionalidad infantilizante y estética de ‘nueva era’”.
El fracaso universal del socialismo –en todas sus variantes– ante la pandemia era una tragedia inevitable. Pero incluso de entre socialistas estrellándose con la realidad, cabía esperar resultados diferentes, todos malos, pero unos peores que otros. Y lo que anuncié entonces fue que el mundo desarrollado los peores resultados esperables, tanto en materia sanitaria como económica, los daría la ignorancia y negligencia criminal que exhibía, a una escala inusitada, el gobierno de la alianza de Sánchez, Iglesias y el separatismo filo terrorista en España. No había estupidez, por extrema que fuera, que no hubieran exhibido ya entonces ante la emergencia de la pandemia. De aquello únicamente cabía esperar una escalada creciente e indetenible de desastres, empeoradas por su arrogante negación de la realidad factual. Y así ha sido.
¿Por qué es peor en España que en casi cualquier otro país desarrollado? En parte porque España es de muy reciente desarrollo e institucionalmente muy frágil todavía. Pero sobre todo porque el socialismo español en el poder es de nuevo cuño, de nueva generación, posmoderno y aliado de una no menos posmoderna ultraizquierda, representada por Iglesias. Del neomarxismo de la escuela de Frankfurt es obvio que los resultados serán peores –en cualquier caso y en cualquier campo, excepto el del avance, rápido o lento, escaso o notable, hacia su sueño totalitario de miseria y destrucción– y en el caso de España, ya adelantaba yo entonces que:
“Pedro Sánchez es la encarnación de la fatal ignorancia. El socialdemócrata fue ‘deconstruido’ en la mencionada amalgama. Dio su apoyo incondicional de totalitarismos en el poder, fue aliado de sus agentes locales, ha sido amigo del eje entre socialismo revolucionario, terrorismo y crimen organizado que –gracias a la fracasada guerra a las drogas– y emergió como nueva estrategia de la izquierda revolucionaria y su entorno. La fatal ignorancia de socialistas contemporáneos va de la economía a la biología y la ausencia de sentido de moral y justicia, porque impone sobre el sentido común y la noción natural de justicia creencias falsas, ancladas en resentida envidia. Es su negación de la realidad la que justifica sus absurdos mediante falsa superioridad moral”.
Desinformación y propaganda
Ya en julio de 2020, el grueso de la prensa española servía de megáfono a la desinformación y propaganda del gobierno negando su fracaso sanitario ante la pandemia, con el falso dilema de “salvar vidas antes que salvar la economía”. La prensa especializada sería. La poca prensa independiente de España empezaba a advertir dos cosas:
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El fracaso sanitario de Sánchez ante la pandemia sería uno de los peores –tal vez el peor– de Europa. Y uno de los peores del mundo.
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Los efectos económicos de la pésima estrategia sanitaria –sesgada, politizada, ideologizada, corrupta y contradictoria– además de devastadores por sí mismos, empeorarían por las intencionadas torpezas fiscales y regulatorias en una escalada de negligencia criminal que superaría ampliamente a los peores gobiernos del resto de Europa. Y en general del mundo desarrollado.
El cuadro estadístico es de apenas dos meses tras aquella columna. Desde entonces no dejan de empeorar. España es el único país desarrollado en el que la prensa especializada pone abiertamente en duda fuentes oficiales obviamente manipuladas. Mera propaganda. Y lo peor es que nos limitamos todavía al número de muertes por el virus de Wuhan –COVID-19 para una OMS al servicio de Beijing– sin considerar –y comparar de país a país– el número de muertes por otras patologías –desatendidas o insuficientemente atendidas– que no habrían ocurrido sin lo que se hizo para enfrentar la pandemia. Es la peor –y la todavía oculta– tragedia humana que eventualmente emergerá sobre esfuerzos de multilaterales y gobiernos para ocultarlo. España tendrá resultados sanitarios y económicos propios de un país subdesarrollado ante la pandemia, porque con una economía moderadamente desarrollada elevó mentes subdesarrolladas al poder. Y no cabían otros resultados de eso.
Ni salvan vidas –pierden muchas más de las que admiten– ni salvan la economía, pero crece el poder y autoritarismo del gobierno. Debilitar, empobrecer y hacer dependiente a la población mientras fortalecen al gobierno es el objetivo socialista. Y aprovechan la oportunidad que una pandemia les ofrece. Unos a mayor coste que otros. González, Iglesias y Cía en España al más alto coste del mundo desarrollado. Recordemos que a fin de cuentas todo esto empezó, como indiqué en abril, cuando:
“La ignorancia, el fanatismo y la arrogancia fueron las características que llevaron a los jerarcas del totalitarismo socialista chino a responder inicialmente a la epidemia con censura, contención de información real y difusión de información falsa. Persiguieron a quienes advertían el peligro. Cinco millones de personas fueron de Wuhan al resto de China –y al mundo– antes de que admitieran la epidemia. La ignorancia voluntariosa fue la inicial complicidad criminal de la OMS al respaldar las mentiras del totalitarismo, oponiéndose a restricciones de vuelos y afirmando que “no se difundía de persona a persona” a mediados de enero. Es la típica ignorancia de idiotas que, cuando la realidad les da a elegir entre proteger sus vidas o sus mitos, eligen los mitos.”