Una imagen que ilustró la fatal ignorancia que hace a la pandemia del virus chino más destructiva fue la del presidente del gobierno español, el socialista Pedro Sánchez, introduciendo en público el dedo en el interior de un tapaboca quirúrgico. Hay peores, pero esa resumió todo. De la censura totalitaria que impidió contener la epidemia en su origen a la complicidad política y desastrosos manejos de la crisis sanitaria (y peores que su impacto económico futuro). Todo con el sello “hecho en socialismo”.
El socialismo en sentido amplio es ignorancia disfrazada de sabiduría mediante la palabrería vacía pero grandilocuente. Es mentira y manipulación emocional de atavismos ancestrales subyacentes en la conciencia del hombre civilizado. Para entender tal fatal ignorancia –y sus peligros presentes y futuros– recordemos que el marxismo ha sido la clave ideológica del socialismo en sentido amplio. Y el marxismo que hoy más influye en el socialismo en sentido amplio es una amalgama va de la síntesis neomaltusiana de Commoner a la de psicoanálisis y marxismo en la escuela de Frankfurt, de la multiplicación de antagonismos “de clase” y “clase elegidas por la historia”, con ideas de los más radicales intelectuales del socialismo escandinavo, existencialismo y “praxis” gramsciana, a la hiperemocionalidad infantilizante y estética de “nueva era”.
Va y regresa entre tontos útiles e intelectuales orgánicos y entre el frio fanatismo de cuadros revolucionarios profesionales y la falsa calidez de masas de simpatizantes regodeándose en su ignorancia voluntaria. Cubre el arco completo de la izquierda política y social. En Occidente –y su periferia– la deconstrucción es clave de destrucción material y moral para crear condiciones revolucionarias pese –o incluso mediante– el éxito indiscutible del capitalismo. Para alcanzar el poder –y lo que ellos entienden por poder es más que el gobierno de Estado– necesitan la mayor destrucción material y moral, para luego imponer sobre las ruinas su asfixiante y gris totalitarismo.
Pedro Sánchez es la encarnación de la fatal ignorancia. El socialdemócrata fue “deconstruido” en la mencionada amalgama. Dio su apoyo incondicional de totalitarismos en el poder, fue aliado de sus agentes locales, ha sido amigo del eje entre socialismo revolucionario, terrorismo y crimen organizado que –gracias a la fracasada guerra a las drogas– y emergió como nueva estrategia de la izquierda revolucionaria y su entorno. La fatal ignorancia de socialistas contemporáneos va de la economía a la biología y la ausencia de sentido de moral y justicia, porque impone sobre el sentido común y la noción natural de justicia creencias falsas, ancladas en resentida envidia. Es su negación de la realidad la que justifica sus absurdos mediante falsa superioridad moral. La ignorancia, el fanatismo y la arrogancia fueron las características que llevaron a los jerarcas del totalitarismo socialista chino a responder inicialmente a la epidemia con censura, contención de información real y difusión de información falsa. Persiguieron a quienes advertían el peligro. Cinco millones de personas fueron de Wuhan al resto de China –y al mundo– antes de que admitieran la epidemia. la ignorancia voluntariosa fue la inicial complicidad criminal de la OMS al respaldar las mentiras del totalitarismo, oponiéndose a restricciones de vuelos y afirmando que “no se difundía de persona a persona” a mediados de enero. Es la típica ignorancia de idiotas que, cuando la realidad les da a elegir entre proteger sus vidas o sus mitos, eligen los mitos.
Por eso, mientras en Suiza y Alemania implementaban estados de emergencia –ponderando sus efectos económicos tras la pandemia– ante el brote epidémico en Italia, los partidos de la coalición de gobierno socialista de España –y sus periodistas, artistas, intelectuales y afines– minimizaron, ridiculizaron y negaron la pandemia. Efectuaron manifestaciones masivas en el 8 de marzo. El 9 prohibían eventos públicos. Poco después, fue el turno de la cuarentena. Tarde y mal. Pero aspiran a pasar la factura de los efectos económicos de su torpeza a la Unión Europea.
Son los mismos que ignoran y bloquean donaciones millonarias de urgente necesidad mientras compran pruebas falsas. Filtraciones ya revelan que creen que las medidas pueden –y según ellos deberían– incluir la incautación de recursos de laboratorios, empresas y hospitales privados. Se ha negado atención a pacientes mayores y/o con menor expectativa de vida futura. Les escuchamos confesar que “ya se les está negando tratamiento a los ancianos en residencias”, limitándolos a antibióticos y “si es coronavirus, mala suerte”. Las promesas del Estado de Bienestar eran una estafa. Y no, no es el protocolo de triaje de guerra: es mucho peor. No se trata de salvar a quien más posibilidad de sobrevivir tenga dejando morir a quien tenga menos, a falta de recursos para atender a todos. Ciertamente, no es “el interés social sobre el individual”: es negar atención a quienes toda su vida pagaron impuestos y deducciones para esa sanidad pública. Se trata de negar a quienes atienden pacientes lo indispensable para no contagiarse. Se amenaza a quienes, además de impuestos y seguridad social, pagaron seguros y sistemas privados de medicina prepaga con incautarles sus recursos garantizándoles la muerte. Se han propuesto los limitados recursos propios e incautados –más limitados tras lo rechazado por capricho ideológico, ausente por sobre-regulación y barreras burocráticas e inútil por impune corrupción– a quienes poco o nada pagaron.
Ocultos tras el “interés social” protegerán, a cualquier coste, sus clientelas electorales. Limitarse a “más años de supervivencia esperable” centralizando todo en el Estado por la fuerza es negar atención a los mayores contribuyentes de la sanidad pública para garantizarla a no contribuyentes, mientras la sanidad privada pende de la amenaza de incautación. Todo esto en nombre de la “solidaridad” y los “derechos humanos”. Eso es socialismo democrático y Estado del bienestar ante una crisis que en España es menos producto de la epidemia que de la arrogante ignorancia con que la enfrentaron sus gobernantes. Una España que fácilmente habría podido responder a tiempo, con flexibilidad y razonable eficacia a la pandemia y sus efectos económicos futuros, paga el precio de la fatal ignorancia.