Aunque poco se ha tratado en la prensa, lo cierto es que con el RCEP, los países de Asia y el Pacífico crearon la zona comercial integrada más grande y poderosa del planeta. Una apuesta arriesgada por el pragmatismo comercial. Las tensiones geopolíticas en la región son enormes.
La Unión Europea por su parte rechazó obtusamente un gran acuerdo comercial transatlántico que intento resucitar incluso la administración Trump, disfrazando su proteccionismo de hipócritas preocupaciones ideológicas y ambientales. Asia asciende comercial y económicamente, tomando enormes riesgos geopolíticos, Europa se suicida y América —desdeñada por una Unión Europea en manos de canallas mitómanos como Macron— al norte y al sur está en suspenso ante la batalla política y jurídica por Washington.
El ascenso de Asia
Las naciones del Pacífico y el sudeste asiático —comprometidas, en mayor o menor grado, al arco de contención a China por la SEATO— sin dejar de resistir la creciente presencia militar China, ni de contrarrestar —por los medios a su alcance— la apuesta del totalitarismo de Beijing por la hegemonía, apuestan también el pragmatismo del acuerdo de libre comercio entre Beijing y la zona comercial más poderosa del mundo; la Asociación Económica Integral Regional —RCEP— une Australia, Japón, Nueva Zelanda, Corea del Sur y la ASEAN —Brunei, Camboya, Indonesia, Laos, Malasia, Myanmar, Filipinas, Singapur, Tailandia y Vietnam— en un acuerdo comercial con China —y hay negociaciones con India— estableciendo la zona de libre comercio de mayor importancia del planeta.
Aunque los llamados mal tratados de libre comercio son acuerdos de comercio administrado por políticos y burócratas, los gobiernos que los establecen se ven obligados a ceder algunas pretensiones proteccionistas al realismo del intercambio comercial y la interdependencia, en mayor o menor grado. El RCEP es un mercado unificado 2 mil 300 millones de personas, con una economía de USD $27 billones. China tiene un producto interno bruto estimado —las cifras del PIB Chino siguen siendo poco confiables y sobredimensionadas pues consolidan valores irreales, pero se aproximan más al posible verdadero PIB que en el pasado— de aproximadamente USD $14.3 billones y una población de 1.4 mil millones. El PIB de Japón es de alrededor de USD $5 billones y tiene 126 millones de ciudadanos. La economía y la población de la ASEAN crecen: su PIB tiene un valor cercano a los USD $5 billones y sus diez países suman 650 millones de habitantes. Hay grandes disparidades en términos de población y producto que tienen más de oportunidad que de problema si mantienen un enfoque pragmático mediante en que el área crecería rápidamente. RCEP además de ser la zona comercial más grande del mundo tiene el mayor —y más rápido— potencial de crecimiento.
La Unión Europea tiene un PIB de USD $15,6 billones. El PIB conjunto del NAFTA —EE. UU. Canadá y México— es de USD $24,4 billones. La gran paradoja geopónica y económica de Asia-Pacífico es que China es, para sus mayores socios comerciales de la región, tanto el el mayor socio comercial como la mayor amenaza política y militar. Por dos siglos, Europa y los EE. UU., establecieron los estándares del comercio internacional. Y con esos estándares aumentó exponencialmente la prosperidad de Occidente. Y en menor grado la del resto del mundo. Aunque todos crecieron. Pero el centro de la economía global se está desplazando rápidamente del Atlántico norte al área del Pacífico. Vista la demografía, con apenas una apertura a mecanismos capitalistas limitados —a la medida de un nuevo tecno-totalitarismo— en China, giros al mercado de mayor o menor grado el resto de la zona, y apoyados en una integración comercial con economías de mercado desarrolladas de larga en la zona, era de esperar.
Proteccionismo obtuso y canalla
El suicidio de Europa está determinado por un seudo-principismo canalla que sirve de disfraz al proteccionismo hipócrita. Las motivaciones son variadas. Pero es un suicidio porque pese a las apuestas ideológicas de los diversos sectores comprometidos —en mayor o menor grado y por muy diferentes motivos— con una agenda globalista —contraria a una verdadera globalización de libre mercado— lo que logran es debilitar la influencia occidental en el escenario global. China es ferozmente proteccionista, pero su estrategia social-mercantilista y tecno-totalitaria junto a su demografía —y paradójicamente la extrema pobreza previa del grueso de su masiva población— le permite apuestas —y maniobras— que Europa no puede sostener.
El comercio libre, la competencia interna y externa, marcos fiscales y regulatorios libres de excesos y una orientación pragmática ante realidades geopolíticas que influyen las economías son indispensables para estimular la innovación y mantener altos niveles de capitalización y productividad. Pero la agenda ideológica de izquierdas seudo-ambientalistas signadas por la influencia neomarxista, junto al oportunismo cortoplacista de estilo populista orientan a políticos obtusos a falsos éxitos de corto plazo —alto rédito electoral a corto y más alto coste económico a mediano y largo plazo— combinando proteccionismo, sobrerregulación y presión fiscal excesiva con subsidios y privilegios para grandes empresas establecidas. La UE habla de libre comercio mientras apuesta al proteccionismo contra lo que se pone en riesgo su monolítico e inmovilista bloque cerrado de productividad y competitividad decrecientes.
Sus pretextos van de proteger a los consumidores europeos —en realidad protegen a empresas incompetente— a proteger el medio ambiente en las naciones en desarrollo, mediante mentiras tan descaradas como los despreciables “fake news” de Macron sobre la temporada de incendios del Amazonas. Impiden a proveedores extranjeros acceso al mercado europeo mediante barreras reglamentarias artificiosas. Bloquean casi completamente el acceso de productos competitivos de Sudamérica —y África— al mercado Europeo. En consecuencia, las pequeñas y medianas empresas europeas no pueden crecer en un entorno fiscal y regulatorio hostil, mientras las grandes corporaciones europeas, sobre-reguladas pero sobreprotegidas, reducen y casi eliminan inversiones para innovar y competir. Se concentran en una subvencionada y artificiosa “Investigación y desarrollo” —complaciente con obsesiones neomarxistas— a la captura de rentas. Un suicidio de Europa que examinaremos mejor en la próxima entrega.