Tras el éxito global de El Capital en Siglo XXI, Thomas Piketty pasó de prestigioso economista académico socialdemócrata, a una autoridad intelectual para el socialista corriente. Y el éxito de ventas de un libro de economía fue muy buena noticia, al menos para mí, incluso estando en total desacuerdo con su autor. Particularmente cuando no fue un esfuerzo divulgativo dirigido al mercado masivo, sino un aporte original con rigurosidad teórica en su propio paradigma. Piketty presentó una teoría nueva que puso de cabeza la tradición económica de la justificación de la envidia para seguirla justificando. Las mayores alabanzas fueron de quienes desearon coincidir con sus conclusiones con independencia de sus argumentos. La más curiosa fue de un premio nobel de economía, Krugman, defensor de un modelo neokeynesiano incompatible con el de Piketty.
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Ante todo, merece reconocimiento que Piketty realizara un largo trabajo de recopilación y análisis estadístico, y más que lo hiciera disponible en línea. Alegra que ganara mucho dinero con su best seller porque buen trabajo le costó. Y más porque acertó en lo que demandaban los socialistas en sentido amplio de un teórico: la confirmación de sus viejos prejuicios anticapitalistas con ropaje científico nuevo y original.
La continuidad como referente socialista popular se debe a que Piketty concluye que el capitalismo es injusto por desigualitario. Ancestral identificación supersticiosa de desigual con injusto. Pero en términos aristocráticos afirma que el problema de la desigualdad –que considera producto de la acumulación de capital y rentas– rompe el principio de meritocracia. Y algo de razón tendría de ser cierto que es posible dormirse sobre un capital que se autoreproduzca, sin esfuerzo ni riesgo alguno, a una rata de crecimiento mayor que el resto de la sociedad. Simplificando, eso es lo que sostiene Piketty. Y es falso. Es la nueva manera de afirmar que la riqueza creciente de los ricos causa pobreza creciente de los pobres. Mentira de todo intelectual socialista racionalizada en abstrusas teorías, a las que como creyentes se aferran.
Los marxistas rechazaron a Piketty por “reformista burgués”. Como a Keynes, aunque Keynes no negaba totalmente el subconsumismo y la tendencia al rendimiento decreciente del capital de Marx; las replanteaba en más sofisticados términos. Piketty niega totalmente a Marx para llegar por otra vía a algo muy parecido a la “ley de la concentración de capital” que en Marx es producto de sus rentas menguantes que exigirían expoliar más al trabajo. Mientras que en Piketty es automatismo de la superior renta del capital ante el trabajo.
Los capitalistas, según Marx, incrementarían la explotación de los trabajadores para compensar la caída de ganancias que profetizó como efecto inevitable de la acumulación de capital. Capital acumulándose y concentrándose para tasas de renta cada vez menores da la “cruel ley de latón de la oligarquía” que unos marxistas denominan de bronce y otros de hierro. Afirman que el capital se concentra, su renta baja y aumenta la tasa de explotación sobre el trabajo depauperando al proletariado.
Según Piketty, un empobrecimiento relativo sería producto de lo contrario que el capital que se concentre obtenga mayor renta que el promedio y que el trabajo. En la ley de hierro piketista la mayor tasa de ganancia del capital es la que depaupera relativamente al trabajo. Mantiene relevancia tras el momento de moda del libro porque la teoría marxista de la inevitable depauperación del proletariado chocó con la realidad mucho antes que la promesa del paraíso comunista.
El modelo pikettyano parte del que necesariamente r>g siendo r renta del capital y g crecimiento del producto. Así, r es el promedio de las tasas internas de retorno que Piketty suma como capital total. Tratar la renta del capital así no tiene significado económico, salvo que se entienda al capital como “fondo homogéneo que se autoreproduce”. Modelo neoclásico ampliamente difundido y materialmente inaplicable. Tanto Jevons como Menger entendían el capital como estructura intertemporal de flujo. Menger y Böhm-Bawerk articulan la teoría de los bienes de primer orden y orden superior que explica ese flujo de valor agregado por atribución desde los bienes que llamamos ahora de consumo, hacia los de capital. Capital son bienes dedicados a producir otros bienes. Como los bienes no lo son sino por el servicio que nos proveen, el valor de cualquier capital en cualquier etapa depende de su renta futura especulada, y no al revés. El capital vale cuando está invertido de manera que produce rentas capaces de reponerlo y alcanzar ganancias. Si no es capaz de producir ganancias, o vale menos de lo que cueste reconvertirlo a una inversión productiva o no vale nada.
No, el capital no produce una renta mágica eterna y mayor que la del trabajo. Gran parte del capital pierde valor cuando ya no sirve para producir lo que el mercado demanda. Miles de millones en capital invertido para hacer película fotográfica cayeron a casi nada cuando la fotografía digital desplazo a la fotografía química. Piketty se niega a comprender que no es el capital el que le da valor a la renta, sino la renta la que le da valor al capital.
Sin embargo, Piketty será una referencia muy importante para muchos por mucho tiempo. Tiene una teoría económica que concluye más o menos lo mismo que el marxismo, que el capital explota al trabajo. Pero a diferencias del marxismo, la teoría de la explotación de Piketty no depende del valor trabajo ni ha sufrido refutaciones tan completas como la de Böhm-Bawerk a Marx. Y más importante, su promesa socialista de envidioso igualitarismo todavía no está asociada al socialismo material y sus totalitarismos criminales de escala genocida.