EnglishLa “paz a través de la fuerza” ha sido el mantra de la teoría política conservadora por varias décadas. La idea de que una fuerza militar fuerte garantiza la seguridad, y que una débil invita a la guerra, se deriva de las lecciones aprendidas en la Primera y Segunda Guerra Mundial.
Antes del ataque a Pearl Harbor, la fuerza militar de Estados Unidos había sido casi neutral desde el fin de la Primera Guerra Mundial y la Gran Depresión.
En ambas guerras mundiales, la patria estadounidense se ahorró lo peor de la batalla, con la notable excepción de Pearl Harbor y otras pequeñas incursiones en las Islas Aleutianas y la Batalla de Midway. Un factor clave y casi universalmente aceptado que subyace a las victorias estadounidenses en ambas guerras fue la habilidad de Estados Unidos para brindar apoyo sin estar bajo la constante presión de ser bombardeados. Esto fue posible gracias a su posición geográfica y su inmensa capacidad de fabricación.
Durante la etapa posterior a la Segunda Guerra Mundial y el comienzo de la Guerra Fría, los Estados Unidos desarrollaron un plan estratégico que permitía que sus militares pudieran pelear en dos guerras y media. Ello implica que la defensa estadounidense fue diseñada después de la guerra en Europa, la guerra en el Pacífico y las campañas africanas. Para la potencia norteamericana, esto significó tener que mantener una infraestructura militar masiva y global, con bases pre-posicionadas en decenas de países.
Tras el final de la Guerra Fría y los avances en tecnología militar, mucha de esa infraestructura ya no fue necesitada. Esta obsolescencia combinada con la presión presupuestaria, agendas ideológicas, y recuerdos por siempre distantes de una crisis mundial, llevó a un patrón casi consistente de reducción de las fuerzas.
Adelantándonos a hoy en día, encontramos que el gobierno actual en los Estados Unidos ha determinado que recortes forzosos en el número de efectivos, beneficios e incluso en fuerzas nucleares no es suficiente. La Casa Blanca de Obama está pidiendo recortar más en defensa — mucho más. Son tan profundos los recortes que podrían cambiar el balance de poder, inclinándose menos hacia las democracias del Hemisferio Occidental y más hacia las manos de los comunistas y dictadores.
Esto implica más problemas para Latinoamérica. Desde la llegada de la Doctrina Monroe y la acumulación del poderío militar estadounidense en el siglo 20, muy pocos conflictos de gran relevancia han ocurrido en Latinoamérica. El escudo nuclear estadounidense y la fuerza militar masiva permitió a muchos países darse el lujo de no tener que invertir tanto en su propia fuerza armada. Países como Costa Rica, que han sobrevivido con una sola fuerza policial militarizada, podrían de repente verse en la necesidad de re-evaluar por completo su infraestructura de defensa.
Los recortes no sólo amenazan la seguridad estadounidense, también abren la puerta a un vacío de poder militar de Centroamérica y Sudamérica. Esto permitirá una mayor influencia para dictadores socialistas y sus aspirantes, y les facilitará considerar conflictos transfronterizos que podrían amenazar la mera existencia de países enteros. Los recortes limitarían la habilitad de los Estados Unidos para desplegar fuerzas en más de un conflicto grande al mismo tiempo, y esas fuerzas fácilmente podrían ser distraídas por conflictos importantes como en el Medio Oriente o el Pacífico Occidental.
Los recortes presupuestarios también suceden en el mismo momento en que Rusia está activamente buscando bases militares para barcos y bombardeos estratégicos en Latinoamérica, específicamente en Cuba, Venezuela y Nicaragua. Combine esto con el plan existente de unir Sudamérica en un sólo país bajo un régimen socialista y obtendrá todos los ingredientes para crear una crisis en el continente.