EnglishCanadá tiene un problema. Su más alto tribunal dictaminó en 2013 que las prostitutas tienen el derecho constitucional de trabajar; pero los oficiales federales aún hacen todo lo que pueden para imponer la prohibición en la industria del sexo.
Estos acrobáticos legisladores ya no procesan a las prostitutas —en tanto y en cuanto permanezcan fuera de los radares— pero van detrás de los consumidores de sus servicios. En adición a la prohibición de la demanda, el Acta de Protección a las Comunidades y a las Personas Explotadas (Ley C-36) de 2014 ilegaliza el ofrecimiento y la publicidad del trabajo sexual.
Esta Ley ad hoc es también inconstitucional, como lo afirmó Mami Soupoff, de la Fundación de la Constitución Canadiense. Ahora, un muy necesario minidocumental de Vice Media mira más allá de la leguleyería, y hasta el corazón del asunto: Por qué los políticos del establishment en Canadá siguen determinados a castigar severamente la prostitución, y el impacto de esta determinación para quienes trabajan en la industria.
https://youtu.be/S5fXBN80mxs
La Nueva Era del Trabajo Sexual Canadiense, lanzado en junio de este año, abre con un parteaguas: la narradora y presentadora del filme, “Lowell”, asienta que la prostitución es conocida como la profesión más antigua, lo cual implica la futilidad de prohibirla; pero tan pronto como emite estas palabras, la diputada Joy Smith (Conservadora-MB) contraargumenta que es “una de las opresiones más antiguas”.
Y aquí yace la más importante aseveración y hallazgo de esta película de 35 minutos de duración: Los prohibicionistas están guiados por el moralismo, opuesto este a las orientaciones de las políticas y la preocupación por los deseos de los trabajadores sexuales. Esto se hace patente cuando enmarcan toda la prostitución como coercitiva y afirman, sin ningún respaldo, que las canadienses ingresan a la industria a edades promedio de entre 12 y 14 años. John Lowman, de la Universidad Simon Fraser de la Columbia Británica ha rechazado esos argumentos, calificándolos, directamente, de leyendas urbanas.
El senador Donald Plett (Conservador-MB) incluso dejó salir el gato de la bolsa durante el debate parlamentario de la Ley C-36: “todos ustedes han hablado varias veces de cómo esto está haciendo que la prostitución sea más peligrosa. Por supuesto, no queremos hacerle la vida segura a las prostitutas; queremos deshacernos de la prostitución. Esa es la intención de la Ley”.
Sí, por supuesto, porque, ¿cómo puede hacer más segura para los participantes de una industria que se le ponga entre sombras? La prohibición de la comunicación y la publicidad, en particular, elimina los procedimientos de escrutinio que los trabajadores sexuales pueden aplicar antes de encontrarse con alguien.
De hecho, cuando se trata de reforzamiento práctico de las leyes, los esfuerzos prohibicionistas en Estados Unidos han hecho que las prostitutas y prostitutos sean más proclives a tener sexo “gratiñán” con los oficiales de policía que a que estos los arresten; más aún, sitios como Sugardaddie.com y otros, que proponen “arreglos de mutuo beneficio”, levantan la cuestión de dónde terminan las citas y comienza la prostitución (como se puntualizó en el Show de Bob Zadek con Maggie McNeill, una acompañante sexual que se convirtió en bloguera).
El argumento de que el trabajo sexual no puede ser voluntario, venido de Joy Smith o de otros prohibicionistas, es, presumiblemente, una estratagema retórica, dado que el reconocimiento de lo contrario sacudiría los valores de la opinión pública. Sin embargo, los ejemplos en contrario abundan, y la productora Adri Murguia incluye muchos de ellos en su filme, tanto en Canadá como en Nevada (EE.UU.) donde la prostitución es legal y regulada en algunos de sus condados.
Una prostituta en Canadá, a quien le modificaron la voz para el filme, manifestó en términos planos que un acto sexual bajo coerción no es trabajo sexual, sino violación; estos son dos asuntos muy diferentes, y fusionarlos, señala, es ofensivo hacia los adultos, dado que implica que son incapaces de tomar sus propias decisiones.

Murguia no se olvida de incluir a un “putero” canadiense en el filme, pues los consumidores de servicios sexuales son ahora los principales objetivos de la persecución. Chester Brown, un dibujante canadiense, y autor de Pagando Por Ello (Paying for it) no teme admitir su actividad, e incluso bromea sobre la incapacidad de la policía para hacer cumplir las leyes con él. Afirma ser monógamo con una prostituta, y dice que “todas las cosas negativas que pasan en el trabajo sexual (…) están cubiertas por otras leyes (…) las de asalto, violación, etcétera”.
El climax de La Nueva Era…, no obstante, es el perfil que hace de cómo funciona la industria del sexo en Nevada, donde los legisladores la reconocen y la manejan con gran cuidado por la seguridad. La propietaria de un burdel en el pueblo de Pahrump incluso afirma que ha recibido un número creciente de consultas de mujeres canadienses que quieren trabajar allí, aunque debe descartarlas debido a los controles migratorios.
Tal revelación constituye un desafío para los canadienses: ¿Cuán liberal es el país en lo que refiere a los conflictos de los trabajadores sexuales? ¿Está Canadá “realmente muy atrasado” en el tema, como señaló una de las trabajadoras sexuales expatriadas en Nevada?
La implicación no verbalizada a través del filme es que un electorado mejor informado no permitiría que continuara semejante error, y solo por eso ya es recomendable. Pero La Nueva Era del Trabajo Sexual Canadiense va mucho más allá: Es un llamado a aquellos que quieren dignidad para la prostitución, estén de acuerdo o no con sus actividades a nivel personal, para que den seguimiento a la situación y escuchen a los trabajadores sexuales.