
Hace casi 100 años una disputa enfrentaba a los historiadores de América Latina, ¿quién había sido el prócer más importante de las repúblicas americanas? Se trataba de una disputa eminentemente latinoamericana. George Washington no podía entrar en la contienda y, si se lo mencionaba, era rápidamente desechado por los investigadores.
El “latinoamericanismo” académico por entonces no se basaba en teorías leninistas sazonadas con un dependentismo de orientación cepalista como en la segunda mitad del siglo XX. Esa corriente era más bien purista, ya que se basaba en la pretensión del escritor uruguayo José Enrique Rodó, quien, en su novela/ensayo de 1900 “Ariel”, caracterizó el espíritu latinoamericano como contrario al materialismo anglosajón.
Para Rodó, el materialismo representaba la corrupción de lo sublime en los latinoamericanos, de la renuncia a lo que hace a los latinoamericanos “superiores” a su contraparte del norte. El escritor uruguayo, sin presentirlo, legitimó una percepción que llevaba tiempo gestándose en las jóvenes repúblicas del sur: Latinoamérica es, a priori, de un espíritu superior a los vecinos del hemisferio norte.
Mientras que cruzando el río Bravo las preocupaciones eran materiales, guiadas por la ambición de miles de personas que día a día buscaban construir su bienestar, Latinoamérica era la patria de hombres trascendentales, que se elevaban sobre las necesidades cotidianas. Como los grandes filósofos de la antigüedad, Latinoamérica simbolizaba el triunfo de lo espiritual-trascendente frente a lo material-mundano.
En Venezuela, este tema trascendental reforzó la mitificación de la máxima figura criolla, Simón Bolívar. De acuerdo con el trabajo del investigador Germán Carrera Damas, las élites gubernamentales siempre intentaron hacer uso de la figura impoluta del prócer venezolano para afianzar su poder como herederos y continuadores de su accionar.
Bolívar fue desprovisto de todo lo que era mundano, llegando incluso a admirársele su promiscuidad en vista de que no se podía juzgar mujer alguna que cayera a los pies del más grande hombre que ha pisado estas tierras.

Cada administración en Venezuela ha sido consecuente con esta religión. El panteón nacional no se toca, y como con los santos, es imposible juzgar realmente sus acciones.
En el panteón criollo todos tienen algo de sagrado, pero Bolívar alcanza lo divino. Así, Bolívar fue: conservador, liberal, dictador, monaguista, Azul, liberal amarillo, liberal restaurador, libertador, demócrata, socialdemócrata y hoy, socialista puro; todo esto después de morir.
Por supuesto que el chavismo no ha sido ajeno a la idea. Nacido de un intento pretoriano de retomar el poder para quienes legítimamente estaba concebido, los militares, el chavismo basó su argumento en una tesis reciclada de la izquierda guerrillera que luego del fracaso decidió abandonar la lucha armada y entrar en los cuarteles para ir ganando adeptos.
Hoy, cuando la principal discusión gira en torno a la crisis integral que vive Venezuela y cómo se puede solucionar, es curioso que desde distintas trincheras se asuma que el proyecto original, es decir, el proyecto bolivariano, estaba orientado desde sus inicios a hacer de la república venezolana un sistema permanente de libertades, justicia y bienestar.
Para quienes se asombren de lo que pasa actualmente en el país deben entender que esto es nada nuevo, que los controles de precios datan de los años 30, el pionero del control de cambio fue un presidente socialdemócrata en los 80, y que lo timorato no le viene a los gobernantes de la nada.
En Venezuela nadie levanta otras banderas que: el Estado como motor del desarrollo, nacionalización de sectores, enfoque en garantizar derechos sociales, fomento de la participación de todos los sectores organizados en la repartición de la renta, sistema de concesiones a los medios de comunicación, énfasis y preferencia de la educación pública. ¿Qué otra cosa se puede esperar de esto, si lo venimos practicando desde hace más de medio siglo?
Al chavismo hoy, a través de sus claros tintes antidemocráticos y fuertes crisis económicas, le ha tocado demostrar a la población las consecuencias de insistir durante tanto tiempo en la cerrazón económica y la persecución política.
Venezuela cuenta hoy con menos medios libres que nunca; puede que existan más, pero todos están sometidos al poder gubernamental.
Venezuela cuenta hoy con un sector productivo tan asfixiado que se ve en la diatriba de participar del contrabando o ir a la quiebra, con precios controlados, divisas controladas, beneficios controlados.
Venezuela cuenta hoy con un sistema educativo fracasado, que llevó hasta el límite la insostenibilidad del sistema público de educación, de currículo unitario, planificado centralmente desde el ministerio de turno.
Y he aquí donde radica parte del problema, la obsesión por el control recorre transversalmente el espectro político, por lo demás poco diverso en el fondo. No es de extrañar que se pueda justificar, dos siglos después, la implementación de una medida haciendo referencia a algún discurso, carta o decreto de Bolívar.
La teología bolivariana, así como llegó a justificar cualquier decisión del Sol americano, sigue utilizándose para expandir el control sobre los demás.