Por Andrés Villota Gómez*
La “Gente Decente” de Bogotá, estilo de vida y distinción en el siglo XIX –vistos por viajeros extranjeros- (sic) es el título de un trabajo hecho por el antropólogo Thomas Fisher en 1999, basado en los relatos siempre objetivos de los extranjeros que visitaban a la Bogotá del Siglo XIX. Fisher dice que, a partir del año 1835, un grupo de personas de la sociedad bogotana empezó a “diferenciarse ostentosamente” del resto de los habitantes de la ciudad y de las otras partes del país, “dando importancia al exclusivismo” exaltando la altura social que les daba el “refinamiento de los gustos”, y basándose en la “apariencia decente”.
Como herencia de la era colonial y emulando a la Nobleza, el trabajo manual, y en general, la actividad productiva era vista como algo propio de la “plebe” y no de personas Decentes. El único trabajo digno para un Decente, era laborar en el incipiente aparato Estatal, o dicho de otra manera, “dedicarse a la política”.
En un primer momento la distinción social no estaba asociada a la riqueza, pues los ricos de la época, eran los de las provincias cercanas a Bogotá, o los que provenían de las regiones que prosperaban gracias a las minas y a los cultivos dedicados a la exportación.
Por eso, exaltaban su exclusividad con elementos no asociados a la riqueza, tales como el origen puro y sin mezclas raciales de su familia, o la educación y el conocimiento. Tanto que, se hacían llamar “Doctores” así su grado de instrucción fuera básico. Y asumían que, los de las capas sociales bajas, eran ignorantes sin instrucción alguna. Por lo tanto, y cito textual, “el estilo de vida tipo europeo cultivado por las capas altas de Bogotá servía a la reproducción de las desigualdades”
En años posteriores, coincidió que la Gente Decente de Bogotá, se volvió también la más adinerada de la ciudad, por causas asociadas al aumento en los precios de la finca raíz. Y en el caso particular de Judas Tadeo Landínez (el hombre más rico que ha tenido Colombia en toda su historia) su condición de Ministro de Hacienda durante el gobierno del Presidente José Ignacio de Márquez, y su condición de ”Decente”, le permitió granjearse la confianza de todos los acaudalados de la región para amasar una inmensa fortuna a través de la creación del primer Esquema de Ponzi colombiano.
La aplicación de la ley, no tenía alcance para ese grupo social de los Decentes. Y seguramente desde esa época, se acuñó la frase de “la ley es para los de ruana”. La impunidad era una constante en los actos de corrupción de los políticos e incluso, señala Fisher, gozaba de impunidad, asesinar a sus adversarios políticos. Por una razón elemental: los encargados de administrar justicia, eran los mismos Decentes.
Doscientos años después, se ha demostrado que, se mantiene esa marcada diferencia entre los Decentes de Bogotá y el resto de la población colombiana. Sin embargo, no necesariamente son los descendientes directos de la Gente Decente de Bogotá del siglo XIX porque la mayoría de esas familias salieron rumbo al exilio, huyendo del secuestro, la extorsión, y la muerte, de manos de las Guerrillas Comunistas del M-19, las FARC, el EPL, y el ELN.
Con la masificación del acceso a la educación superior que se presentó en el mundo durante la segunda mitad del siglo XX, el auge de la Universidad Pública, y las posibilidades de financiación para cursar estudios superiores; la educación dejó de ser un privilegio para unos pocos en Colombia.
Por eso los altos niveles de escolaridad alcanzados por algunos, son un argumento para crear exclusivismo y distinción, frente a los que solamente ostentan el título de bachiller, por ejemplo. O simplemente, se trata de exaltar la inteligencia propia, calificando de “bestias” a los que no tienen la misma filiación política que un Decente. Y también, cómo hace doscientos años, el único trabajo digno para un Decente es un cargo público o un contrato con el Estado.
El distanciamiento, la categoría, la superioridad, la altura intelectual, la suficiencia moral, la pureza racial; son varias de las formas que puede mostrar la diferenciación y el exclusivismo social. Y tal vez, la característica más notoria, es la nula capacidad de auto crítica. De reconocer los errores, y de por supuesto, enfrentar la acción de la justicia. Por eso, ante las acusaciones, se responde con acusaciones y con cuestionamientos morales a quienes los acusan, cómo una forma de evadir responsabilidades.
En muchos de los grandes escándalos por corrupción en los que se han visto involucrados los Decentes, cuando han sido descubiertos, siempre cuestionan a los investigadores o a quienes los denuncian. Y en todos los casos, el argumento principal de la defensa, ha sido la calidad y superioridad moral del investigado. Con un agravante: Doscientos años después, los Decentes, también son los encargados de juzgar a los mismos Decentes. La historia se repite.
Sin embargo esa diferenciación, no puede ser vista cómo exclusión. O por lo menos, para efectos electorales. Por lo tanto, los Decentes de hoy, tratan de ser más, muchos más. Y no el pequeño grupo exclusivo que pretendieron ser, durante el siglo antepasado.
Pero en el futuro, seguirán siendo una minoría. El “Decentismo” bogotano, esta en franca decadencia. Los escándalos por corrupción en los que están involucrados los Decentes, la caída en la credibilidad de los medios de comunicación dirigidos por los Decentes, la reforma estructural a la Justicia (a la que se oponen los Decentes), y el fortalecimiento del poder regional cómo consecuencia del post conflicto, le resta cada vez más importancia y vigencia a un concepto que funcionó en el pasado pero que hoy, a todas luces, es anacrónico.
*Andrés Villota Gómez es Consultor en temas de inversión responsable y sostenible. Ex corredor de bolsa con 20 años de experiencia en el Mercado Bursátil colombiano. Profesor universitario de materias financieras y bursátiles, en Universidades como la Nacional de Colombia, el Externado, y el CESA, entre otras. Profesional en Finanzas y Relaciones Internacionales de la Universidad Externado de Colombia. Con Especialización en Derecho del Mercado de Capitales de la Pontificia Universidad Javeriana., y Maestría en Relaciones Internacionales de la Pontificia Universidad Javeriana