Por Jair Peña Gómez*
Más de 30 precandidatos presidenciales, la mitad y otros tantos sin apoyo institucional, recolectando firmas en la I guerra del autógrafo, 13 partidos políticos con personería jurídica y cerca de un centenar de movimientos ciudadanos queriendo alcanzarla, nos retratan de manera tragicómica la democracia participativa colombiana.
Atrás quedaron las pugnas bipartidistas, al menos desde un punto de vista institucional, pues las ideologías siguen más vigentes que nunca: el conservatismo representado por el Centro Democrático, un sector minoritario del Partido Conservador y la mayoría de los ciudadanos que dijeron No al acuerdo de La Habana, y el liberalismo –aunque fragmentado– representado por Cambio Radical, el Partido Liberal, el Partido de la U y, curiosamente, por los congresistas conservadores. No hay espacios para el consenso, cada quién tira para su lado, el personalismo está a flor de piel, quizá desde siempre, pero a propósito de Halloween, lo disfrazan.
¿No surgirá nunca más un Jorge Eliecer Gaitán, Laureano Gómez Castro, Alberto Lleras Camargo, Gilberto Álzate Avendaño, Mariano Ospina Pérez, Alfonso López Michelsen, Luis Carlos Galán, Álvaro Gómez Hurtado o Álvaro Uribe Vélez capaz de poner a medio país más uno a mirar hacia un mismo norte? Lo digo en calidad de candidatos presidenciales, pues Uribe, el presidente y expresidente más popular en la historia de Colombia, sigue vivo, y esperemos lo esté por mucho tiempo.
Por lo demás, no hay quien aglutine. Ojalá el país estuviera polarizado como lo sugieren los eruditos de nada, lo cual supondría que hay dos posiciones antagónicas. ¡No, no!, el país está atomizado, segmentado, casi pulverizado. En cada rincón del territorio surgen microliderazgos, pero nadie con la capacidad de coser el trapo roto que nos ha dejado Santos. Colombia está en busca de referentes, personas con formación, experiencia e integridad, líderes con la fuerza necesaria para tomar las riendas de esta bestia desbocada, y seguro que los hay, pero son silenciados o bloqueados por un régimen que como un abrebocas a la corrupción exige unos cuantos cientos de millones de pesos para obtener el aval de un partido político.
El hartazgo de la ciudadanía es creciente. El lema de estas elecciones parece ser: “no más de lo mismo”, pero preocupa que esta indignación generalizada conduzca al país por el camino del populismo. La tienen fácil los encantadores de serpientes, esos que dicen lo que las personas quieren oír y no lo que necesitan escuchar, y que enarbolando las banderas de la anticorrupción, la lucha contra la desigualdad, el patriotismo y el proteccionismo económico, tienen el camino allanado para hacerse con presidencia y Congreso, el combo completo.
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Apostilla: Colombia cae del puesto 53 al puesto 59 en la medición Doing Business del Banco Mundial. Somos el país número 142 en cuanto a facilidad para el pago de impuestos, 177 en cumplimiento de contratos, 125 en comercio transfronterizo y 96 en creación de negocios. Aun así, Mauricio Cárdenas, ministro de Hacienda, afirma, en cada oportunidad que se le presenta, que la economía va viento en popa, después de todo crecemos más que Venezuela… ¡Caradura!
Jair Peñaa es estudiante de Ciencia Política. Conservador/liberal, columnista de opinión, analista y asesor político. Director del movimiento ciudadano Acción Republicana y miembro de Nueva Democracia (Plataforma Cívica). ProVida.