Pocos países desarrollados mantienen un nivel tan elevado de estatismo como Francia. El rol del Estado galo en el día a día económico es tan pronunciado que el gasto público está cerca de suponer el 60% del PIB, doce puntos por encima de la media europea. Si a eso le sumamos la extrema rigidez de sus leyes laborales, el elevado peso de los impuestos o el exceso regulatorio en el que se mueven las empresas, todo parecería apuntar que Francia no es país para capitalistas.
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Esa mentalidad alérgica al mercado alimenta la candidatura extremista de Marine Le Pen, que conjuga un discurso nacionalista y anti-inmigración con una visión económica muy similar a la de la extrema izquierda. Le Pen quiere emitir moneda para monetizar la deuda pública, controlar los salarios por decreto, poner trabas al libre comercio, subir los impuestos, nacionalizar empresas…
Pero hay otra Francia. Hay una Francia que resiste a golpe de ingenio, dinamismo, esfuerzo y productividad. Hay una Francia que ha logrado convertir a París en una gran capital para las finanzas y los nuevos modelos de emprendimiento. Hay una Francia que se inserta en la globalización gracias al dinamismo de sus grandes conglomerados y sus poderosas empresas multinacionales. Hay una Francia que sigue puliendo su industria turística, apostando por un modelo de alto valor añadido que resiste incluso los golpes del terrorismo. Hay una Francia que apuesta con firmeza por la energía nuclear y se ha asegurado así un suministro eléctrico mucho más barato y estable que el de otros países europeos. Y esa Francia también votará en las próximas elecciones.
La pregunta es qué opción elegirá esa Francia. A priori, el favorito para captar el voto reformista era el candidato de Los Republicanos, François Fillon. Su discurso conquistó al electorado en las primarias del centro-derecha. Prometía bajar impuestos, reducir la plantilla de empleados públicos en 500.000 personas, recortar el gasto público del 57% al 49% del PIB. Pero su figura está cada vez más cuestionada, a raíz de diversas informaciones que apuntan a posibles casos de corrupción.
Fillon ha afirmado que está sufriendo “un intento de asesinato político”, pero en su partido ya no tienen claro si toca aguantar la presión o conviene cambiar de candidato antes de que sea demasiado tarde. Y en medio de esta ceremonia de la confusión ha irrumpido la enigmática figura de Emmanuel Macron, un joven banquero que ha sido ministro de Economía con François Hollande y que no solo ha movilizado a los votantes jóvenes, sino que también está conquistando el apoyo de las bases moderadas del Partido Socialista al tiempo que “caza” votos de Los Republicanos, aprovechando la difícil situación que enfrenta Fillon.
En la práctica, Macron apuesta por recetas económicas que no se alejan tanto de las que ha esbozado Fillon. Quiere menos impuestos y menos cotizaciones, aunque plantea rebajas más moderadas que el aspirante de centro-derecha. Habla de simplificar la Administración a base de reducir trámites, papeleo y regulación. Apuesta por una reforma laboral que aumente la flexibilidad y reduzca el peso de los sindicatos sectoriales. Pero no todo son guiños liberales y Macron también aboga por un aumento de la inversión pública.
Todo apunta a que Fillon y Macron se disputan el paso a segunda vuelta. El candidato de centro-derecha lo tiene cada vez más complicado, a raíz de los escándalos que han salido a la luz a escasas semanas de las elecciones. Con Macron ocurre todo lo contrario y, en las últimas semanas, su candidatura se ha hecho cada vez más fuerte. Lo que está claro es que la Francia que lleva años resistiendo pide a gritos un cambio sensato, alejado del extremismo de Le Pen pero también de la alergia al capitalismo de los anteriores gobiernos. Está por ver si el candidato de la Francia reformista será un liberal-conservador o un socio-liberal, pero por el bien del país galo y de toda Europa, esperemos que el eventual rival de Le Pen consiga aglutinar un voto mayoritario que tumbe al populismo y adopte de una vez por todas una agenda de reformas económicas inspirada en las ideas del laissez faire.