EnglishEn 2009, cuando el ex Presidente Álvaro Uribe (2002-2010) trató de cambiar la constitución colombiana por segunda vez para aferrarse al poder, a través de la reelección que estaba en un principio prohibida, escribí un artículo en El Tiempo que mencionaba las ideas de Alexis de Tocqueville al respecto. Toqueville comprendió los beneficios de la reelección presidencial en una democracia moderna, que se resumen en la posibilidad de mantener una continuidad en la política pública y el liderazgo. Sin embargo, él advirtió sobre los peligros que la reelección podría conllevar.
Según Tocqueville, al aumentar la autoridad del presidente, la reelección hace crecer una peligrosa ambición sin límites por el poder e incrementa el entusiasmo con el que un grupo de partidarios comparten el botín de la victoria. Un oficial cuya campaña tenga la maquinaria del Estado a su disposición, por lo general recurrirá a métodos inescrupulosos para obtener el triunfo electoral. Los altos cargos se convierten en una recompensa por mera lealtad o adulación, y no por talento; y las reelecciones no promueven el arte de gobernar, sino el populismo electoral y la tiranía de la mayoría.
Bueno, resulta que Tocqueville, como de costumbre, tenía razón. A pesar de que la Corte Constitucional de Colombia prohibió una segunda reelección de Uribe, el público se enteró de confabulaciones y tratos engañosos relacionados con la obtención de apoyo parlamentario para la primera reelección. Esto incluyó el soborno de varios miembros del parlamento y el reparto de notarías a sus aliados.
Durante los últimos cuatro años, el Presidente Juan Manuel Santos, Ministro de Defensa de Uribe y su sucesor, ha liderado una coalición multipartidista, que yo he comparado con un Estado de partido único. Su objetivo, en mi opinión, ha sido ganar una reelección sin esfuerzo. Ha aumentado el tamaño y el alcance de la burocracia estatal con el fin de dar puestos de trabajo a los miembros de prácticamente todos los partidos. Santos espera que financiando despilfarros, creando organismos paraestatales y repartiendo generosamente la “mermelada” del Estado, como se conoce dicha práctica en Colombia, se garantice los votos suficientes para permanecer en el poder.
Santos ganó fácilmente el apoyo de su propio partido, Partido Social de la Unidad Nacional, el del Partido Liberal — miembro de la Internacional Socialista desde la década de 1990 — y del Partido Cambio Radical. Éste último es el fuerte de Germán Vargas Lleras, exministro de Interior y Vivienda de Santos y barón electoral por mérito propio. Muchos expertos argumentaron que si el Partido Conservador — segundo lugar en 2010 en términos de votación general en el parlamento — apoyaba la reelección del presidente, entonces Santos sería un candidato seguro para los próximos cuatro años.
Semanas antes del 26 de enero, fecha de elecciones primarias del Partido Conservador, medios de comunicación informaron que los miembros del partido de Santos, al cual yo también pertenezco, pagaban a sus seguidores para que pudieran viajar a Bogotá desde diferentes regiones y votar a favor de una alianza con el presidente. Esto enfureció a las bases del partido, la cual incluye a miembros de mucho tiempo, estudiantes y nuevos candidatos como yo.
Al descubrir que el liderazgo conservador había vendido el partido para ganarse el patrocinio y dinero del gobierno, sus consternados miembros clamaban por que los conservadores se opusieran a la reelección de Santos y lanzaran su propio candidato. Las escalas dentro del “movimiento independencia” se inclinaban fuertemente hacia Marta Lucía Ramírez, quien se desempeñó como ministro de Defensa de Uribe antes de Santos. El año pasado Ramírez, una mujer muy decidida, había estado viajando por Colombia para obtener el apoyo de los líderes locales.
Prácticamente todos los principales medios de comunicación predijeron una victoria fácil para los partidarios de Santos, que eran liderados por el senador Roberto Gerlein, gran contribuyente a las campañas, octogenario de la costa atlántica, quien durante décadas ha dirigido una gran maquinaria electoral. Gerlein recientemente se hizo famoso al referirse a los actos homosexuales como “escatológicos“. Aún así, el que hablara con los miembros del partido sabía que las primarias no serían un paseo para Santos y sus seguidores conservadores. Cuando un amigo me preguntó un día antes de la convención qué sucedería, le dije que no tenía la menor idea de cuál sería el resultado.
A las 7 de la mañana me reuní con un grupo de unos 25 estudiantes universitarios en la casa del senador Juan Mario Laserna, un economista educado de Yale y Stanford. Laserna había dirigido el puñado de diputados conservadores que optaron por independencia y apoyado abiertamente a Ramírez antes de la convención. Cuando se dirigió a nosotros, el senador citó el Discurso del Día de San Crispín; tal era el estado de ánimo.
Cuando llegamos a la sala de convenciones donde las elecciones primarias se llevarían a cabo, el espíritu rebelde era palpable. Aunque habían personas que hacían cola para entrar al lugar llevando camisetas con la inscripción “Conservadores con Santos “, éstas fueron bastante pocas. Por otro lado, los fieles al partido estaban creando un verdadero escándalo, coreando consignas como “¡El partido no está en venta!” y “¡No a Santos, Serpa y Samper!”. Los dos últimos son los peces gordos del Partido Liberal que estuvieron involucrados en un colosal escándalo en los años 90, cuando se supo que el Cartel de Cali del narcotráfico había financiado la campaña presidencial de Ernesto Samper (que gobernó desde 1994 hasta 1998).
Hicimos nuestra pequeña contribución a las festividades invitando a un par de bailarines profesionales de tango al evento. Mientras éstos giraban provocativamente frente a los miembros de la Convención y medios de comunicación, nosotros levantamos pancartas que enunciaban: el Partido Conservador ha tenido “más posturas que principios”. Honestamente, ¿quién puede decir que la política es aburrida?
Una vez dentro del edificio — tal era la magnitud del desorden que logré entrar por una puerta lateral — el público escuchó tres discursos difícilmente estelares. El primero, pronunciado por el presidente del Partido Omar Yepes, simplemente aburrido, pidiendo consenso y quejándose de que los conservadores no tenían representantes en La Habana, donde el gobierno está negociando la paz con las FARC.
“¿Acaso no piensan en nada más aparte de trabajos en el gobierno?” comenté en mi cuenta de Twitter.
A partir de entonces Álvaro Leyva y Pablo Victoria, un par de veteranos que estaban como candidatos en las primarias, hablaban como caudillos provinciales; refiriéndose repetidamente a la historia colombiana de mediados del siglo 20, mientras hacían uso de una amplia gama de analogías militares. Leyva fue especialmente dramático, pisando fuerte el escenario y arrojando hojas de papel al aire para enfatizar un punto. Al público le hizo gracia, y se escucharon amplios aplausos cada vez que el orador abogó por un candidato conservador independiente.
Cuando Ramírez se puso de pie para hablar, se hizo evidente que la inmensa mayoría de los presentes apoyaban su candidatura. A pesar de que era la única candidata que presentó una visión coherente del presente y futuro, no se asemejó mucho a Elizabeth I en Tilbury. Su discurso era aburrido, tecnocrático y excesivamente largo; habló cerca de tres cuartos de hora cuando su espacio era de 15 minutos. Con alivio escuché sus últimas declaraciones y fue entonces cuando se produjo el hecho más destacado del día.
Cuando el senador Gerlein subió al podio para presentar su caso a favor de una alianza con Santos, la multitud comenzó a cantar, silbar y a burlarse cada vez más fuerte, al punto que sus palabras eran imperceptibles. Ramírez y el presidente del partido intervinieron en vano, y Gerlein, dándose cuenta de que el oprobio no estaba dispuesto a ceder, bajó del escenario — más tarde aseguró que fue agredido físicamente — llevándose a sus amigos a favor de Santos con él.
Después de una pausa de 20 minutos, el proceso se reanudó y se les dio a los partidarios de Santos una oportunidad más para hablar, pero éstos se negaron a participar. De hecho, ya se habían reunido fuera de la sala de convenciones planeando boicotear las primarias removiendo a todos sus partidarios y de esta manera impedir que se lograra quórum.
No obstante, la votación se llevó a cabo y, después de que las disfuncionales máquinas de voto electrónico casi entorpecieron toda la convención, el partido eligió tener un candidato independiente con 1.190 votos a favor y 119 en contra. En la siguiente ronda de votaciones, Ramírez emergió como la ganadora con 1.047 votos, mientras que Victoria y Leyva obtuvieron unos pocos 138 y 84 votos respectivamente.
El resultado de las elecciones primarias del partido Conservador alteraron el terreno político considerablemente. Santos estaba esperando el apoyo del partido para su reelección; de hecho, había volado desde España con el fin de dar un discurso de aceptación que nunca tuvo lugar.
Ramírez, a quien la legitimidad de su candidatura ha sido legalmente impugnada por sus enemigos conservadores, ha ido subiendo en los sondeos de opinión. La semana pasada llegó a 7,7% en una encuesta, quedando en segundo lugar después de Santos que cuenta con el 25%. Sin embargo, para ser más preciso, Santos obtuvo el segundo lugar, ya que más del 30% del público pretende depositar un voto en blanco en las urnas. Claramente la desilusión y el enojo con la política tradicional han alcanzado niveles sin precedentes.
Aunque yo condeno el rango conservador y la falta de tolerancia hacia el senador Gerlein, la libertad de expresión es absoluta en mi opinión, y nadie, ni siquiera los intolerantes, deben ser censurados. Yo percibí que su salida de la sala de convenciones fue un acontecimiento de importancia simbólica. Me quedé sorprendido por la forma en que los miembros de un partido son considerados arcaicos por algunos y sumisos por otros; claramente rechazaba la antigua y habitual forma de hacer política. A pesar de que persiste un sano escepticismo hacia los políticos, creo que hay un deseo general de conseguir ideas, principios y propuestas serias.
Tal vez estoy siendo demasiado optimista, pero creo que el objetivo de mi campaña para crear una corriente libertaria dentro del partido conservador se puede lograr.
Dicho esto, me preocupa la candidatura de Ramírez. Por un lado, ella no es la campeona absoluta de los mercados libres. Por otro lado, se habla mucho de una posible alianza entre ella y el ex presidente Uribe, quien se ha convertido en el principal opositor de Santos como resultado del proceso de paz y ha designado a un candidato a la presidencia, que lucha por mantenerse a flote, llamado Óscar Iván Zuluaga. Un acuerdo de cualquier tipo con su nuevo partido, Centro Democrático, socavaría gravemente la independencia que los conservadores ganaron en la convención. Éstos, sin embargo, son temas para otro artículo.
Por ahora, mi mayor deseo es que los colombianos escuchen las advertencias de Tocqueville; y tomen todas las medidas necesarias para limitar el poder presidencial y el poder del Estado en general.
Traducido por Isabella Loaiza Saa.