A José María Vargas se le respeta hoy como valor fundamental de la civilidad política venezolana, de la medicina y de la academia. Pero una y otra vez, fue derrotado en su vida. De forma casi siempre irremediable.
Al estallar la guerra de independencia, su generación estaba en la primera línea. Tres años menor que Bolívar, tuvo que tomar una decisión que sería para algunos una mancha hasta su muerte e incluso después: se fue de Venezuela. No se queda a pelear una guerra que, si bien era de su generación, no era para él. No era útil para la guerra. Lo sería, sin duda, para la posguerra. Y lo demostró.
Pero nunca le perdonaron los hombres de armas y la clase blanco-criolla de ambos bandos, su partida de Venezuela en el momento en que lo hizo. Cobarde, huidizo, fueron los insultos menores. Y el regreso fue peor. Si ponerse a buen resguardo fuera del país, cuando sentía que más que ayudar, estorbaría uniéndose a una guerra, el retorno fue otro argumento usado contra él.
Porque así como lo acusaron de cobarde por irse, lo acusaron de oportunista por regresar. Pero su retorno fue quizás la demostración más patente de que estaba en lo correcto al irse del país: se fue a seguir su formación, su investigación, su labor académica. Y cuando regresó, lo hizo precisamente para construir República, con sus conocimientos. Dirigiendo por orden de Bolívar la construcción, desde los despojos de la Universidad Real y Pontificia de Caracas, la Universidad republicana que se convertiría en la Universidad Central de Venezuela. Ese detalle, más que contar como un mérito en su biografía, es usada como muestra de arribismo del que se fue y regresó por un cargo.
Lo que no se cuenta es que nunca cobró por la docencia. Era docente y decente a la vez.
Quizás por esa decencia aceptó se le postulara como presidente en un difícil momento de la recién nacida República. Era demasiado decente, demasiado civil y demasiado cívico para sortear el oleaje furibundo de una Nación entregada al arbitrio militar del que aún, hoy, no sale.
Expelido de la presidencia por una militarada, quedaría de ese momento su frase histórica, impermeable al paso de los años, de los tiempos y de los tiranos, “El mundo no es del hombre valiente. El mundo es del hombre justo y honrado”.
Una y otra vez, la historia venezolana ha intentado sacudirse esa sentencia. Han intentado convertir en frase de resentimiento del derrotado una frase de reivindicación de la honradez.
Pero, sin embargo, ahí está: justicia y honradez es lo que se exige hoy en un gobernante, por encima de su valentía. Es un triunfo de José María Vargas, histórico.
No soy guaireño, soy varguense
La Guaira es la capital del Estado Vargas. Vargas es el nombre que recibe la entidad federal conformada por ese trozo de tierra conocido por la geografía como el Litoral Central venezolano. Desde Carayaca y El Junko en su parte occidental, hasta Chuspa en su extremo oriental. Desde las faldas de la Cordillera de la costa, Ávila incluido, hasta el Mar Caribe que vemos desde que abrimos los ojos quienes en esa tierra nacimos, nos criamos y vivimos.
José María Vargas nació en lo que hoy se conoce como la Parroquia La Guaira. Específicamente en la hacienda Guanape, donde también naciera el otro prócer regional, Carlos Soublette. Con los años, a La Guaira se le conocería como puerto, siendo ese casi su único atractivo. Todo giraría alrededor de ese puerto.
Cuando Venezuela se hace República, cuando decide hacer nación a partir de ciertas interpretaciones de la historia, empezó lo que llamaba Briceño Iragorry una “manía onomástica”, es decir, la costumbre de cambiar de nombre a las instituciones, al país, a las entidades federales o ciudades. Así, desde Ciudad Ojeda hasta Ciudad Guayana, responden a esta manía.
Se renombra al Litoral Central con el apellido del prócer civil. El Departamento Vargas del Distrito Federal sería la entidad federal donde me tocó nacer. No en La Guaira.
Porque entonces a mi generación le correspondió siempre pelear con ese asunto. Porque La Guaira es una ciudad y una parroquia. La capital del Estado, sí. Pero yo no soy guaireño, pues no nací en La Guaira. Nací en Maiquetía. Pude haber nacido en Macuto o en Naiguatá o en Carayaca o en Catia La Mar. Y aún así, no sería guaireño. Sería varguense, igual que lo soy.
Y si hubiese nacido en La Guaira, sería guaireño y varguense. Pues el gentilicio me lo da la entidad federal, no la ciudad donde nací.
Eso había que discutirlo cada vez que tocaba. Cuando uno llegaba a Caracas, a la universidad, y lo llamaban “el guaireño”. Esa pelea me acompaña hasta hoy, pues cuando fui a tramitar el último pasaporte que obtuve en Venezuela, me preguntaron la ciudad donde nací y dije: Maiquetía. El funcionario dijo “bueno, en La Guaira”. Y yo le riposté: “no, en Maiquetía”.
En mi pasaporte y en todas mis documentaciones otorgadas en el país donde resido legalmente hoy, aparece en el espacio asignado a la ciudad de nacimiento “La Guaira”. ¿Por qué? Porque en el sistema del Saime no aparece Maiquetía, sino La Guaira, Catia la Mar y Naiguatá. Así, después de defender toda la vida con orgullo mi nacimiento en el Hospital de Clínicas San José de Maiquetía y mi militancia en las filas de aficionados de los Leones del Caracas (porque los Tiburones son de La Guaira y yo no) aquí en Alemania me tienen por guaireño.
Pero yo soy varguense y varguista. Porque en Vargas, en ese gentilicio, nos uníamos mi mamá, que nació en La Guaira y mis hermanos y yo que nacimos en Maiquetía, con mi papá criado en Pariata y mi abuela nacida en Carayaca, con mis bisabuelos llegados en una de las oleadas de margariteños y carupaneros a la región, con Reverón pintando en Macuto y Pedro Elías Gutiérrez componiendo por allí.
Eso no lo sabe Carneiro, que del único estado que conoce es del estado de ebriedad o del estado de zozobra en el que su cargo de destructor de la región ha sumido a los varguenses por más de ocho años.
Pero la generación que vio nacer el Municipio Vargas y peleó la creación del Estado Vargas, lo sabemos.
Defender a Vargas ayer y hoy
Jorge Luis García Carneiro, personaje infame impuesto por militaradas y fraude electoral como gobernador del estado Vargas, ha decidido cambiarle el nombre a la entidad y llamar “Estado La Guaira”. La argumentación falaz que usan para dicha afrenta, es que “la gente dice que es guaireña y que esto es La Guaira”.
Siendo así, habría que llamar al Estado Lara como Estado Barquisimeto. O a Nueva Esparta Estado Margarita. O al estado Bolívar “Estado Guayana”.
El asunto es que habría quien defendiera el nombre de la región, en cada uno de esos casos. En Vargas, desde hace años había que combatir, desde la opinión, los embates antivarguistas desatados desde el poder chavistas. Tan temprano como en 2011, el Concejo Municipal planteaba cambiar el nombre de la misma manera. Desde las páginas del diario Hoy, cerrado gracias a las presiones de Carneiro, se combatía contra ese intento y desde el espacio que allí tuve, denuncié el desaguisado.
Pero había gente que callaba y además a su manera se sumaba a la demolición anti varguista.
Resulta ser que cierta clase política emergente, más preocupada de las consignas que de las ideas, más pendiente de las encuestas que de la historia, sostenía que había que usar el término “guaireño” y hablar de “La Guaira” porque “La gente se identifica así más que como varguenses”.
De esa manera, la clase política opositora varguense, negaba ser varguense, prefiriendo decir que eran “guaireños” y que su región era “La Guaira”. Los principales propulsores de semejante desaguisado eran dos nacidos en el departamento Vargas: José Manuel Olivares y Juan Guaidó.
Olivares como candidato a gobernador en 2017 junto a su jefe de campaña Guaidó, decidieron que se usaría “La Guaira” y “guaireños” para hablarle a los ciudadanos de la región. Es decir, dos civiles, nacidos en Vargas, uno de ellos además médico egresado de la Escuela Vargas de la UCV, decidieron matar a Vargas porque las encuestas decían.
Es sintomático de la clase política que conforman ambos una situación como esa. Es una clase política que puesta en la encrucijada de convencer a la ciudadanía de hacer lo correcto o decir lo que cierta gente quiere oir, se van por el camino fácil. No hay conciencia de región, menos de nación. No hay conciencia de gentilicio, menos de nacionalidad.
Hoy, el otrora candidato a la gobernación está en el exilio. Su jefe de campaña dice ser el Presidente Interino, y puesto frente al poder militar, le esta yendo peor que a su predecesor y paisano José María Vargas. Porque ni una frase digna es capaz de legarnos. Solo consignas.
Y así, de forma triste, solo quedan preguntas ¿Será capaz de defender a la nación alguien que no fue capaz de defender siquiera el nombre de su región? ¿Será capaz de defender a la civilidad frente al militarismo quien no fue capaz de defender el nombre de su paisano pionero civilista?
Ojalá esta historia la terminen escribiendo los Vargas y no los carujos. Ojalá.