
EnglishHay terribles injusticias, como la de Alan Turing, sobre quien, solo décadas después de su tragedia, la humanidad reflexiona con angustia y se pregunta cómo lo que tuvo que enfrentar pudo ser posible. Creo que algún día Ross Ulbricht pasará a integrar esa lista de personas demasiado avanzadas para su tiempo y condenadas por leyes y sociedades retrógradas.
La policía federal estadounidense arrestó a Ulbricht en octubre de 2013, acusándolo de ser Dread Pirate Roberts, la mente detrás de una página web llamada Silk Road, que facilitaba el intercambio de todo tipo de productos y servicios entre sus usuarios, pero especialmente drogas: desde marihuana hasta la heroína más pura.
En mayo de 2015, la jueza de Nueva York Katherine Forrest lo sentenció a pasar el resto de su vida en prisión sin posibilidad de libertad condicional. No por cometer ningún acto de violencia, sino por operar una página donde personas compraban y vendían substancias para introducirse en sus propios cuerpos.
Desde su captura hasta la condena, la mayoría de los medios únicamente se enfocaron en pintar a Ulbricht como alguien que vivía una vida secreta como líder de un cartel de drogas de un tenebroso submundo digital, donde abundan pedófilos y criminales.
El documental Deep Web muestra el otro lado de la historia: la de los familiares de Ulbricht, la de los periodistas que se tomaron el trabajo de investigar a Silk Road y los activistas y defensores de derechos humanos que apoyaron al hoy recluso. Es un apasionante relato narrado por Keanu Reeves, que busca explicar los motivos —hasta altruistas— de Silk Road.
La verdad es que Silk Road no era solamente un eBay de las drogas que movía más de US$1 mil millones. Era un foro con el explícito propósito de reducir los daños de la guerra contra las drogas y facilitar el intercambio pacífico. El sitio contenía recomendaciones sobre el uso de las substancias, repartía agujas nuevas sin costo, y algunos vendedores se rehusaban a vender a gente que les parecía irresponsable.
Como era de esperarse, el documental, dirigido por Alex Winters pone en duda el hecho de que Ross Ulbricht fuera realmente Dread Pirate Roberts, contrastando la naturaleza pacífica y amable del joven de tan solo 29 años al momento de su arresto. Algo que tampoco cierra es que, a pesar de tener un posgrado en física de materiales, Ulbricht no era programador ni tenía la preparación para llevar a cabo una empresa informática de esta naturaleza.
Probablemente Dread Pirate Roberts, cuyo nombre viene de un personaje de ficción que heredó el cargo de otra persona, hayan sido distintos individuos entre 2011 y 2013.
Pero aun si la acusación fuese cierta — Ulbricht reconoció haber fundado el sitio y su profesa ideología libertaria coincide con las publicaciones de DPR — lo sorprendente del caso es cómo el Gobierno de EE.UU. emprendió una cacería brutal contra el joven para hacer cumplir leyes injustas. Y solo contra Ross Ulbricht.
A pesar de que eran varios los administradores que usaban la cuenta de Dread Pirate Roberts — un exvendedor entrevistado en el documental aseguró que llegaron a ser tres personas —el único acusado de operar Silk Road fue Ross Ulbricht.
El juicio estuvo plagado de irregularidades, y los fiscales tenían una sola cosa en mente: hacer del acusado “un ejemplo” en la guerra contra las drogas, que ahora se libraba en el mundo digital.
Inicialmente, la Fiscalía lo acusó de seis cargos, incluyendo asesinato y sicariato, para así negarle la posibilidad de fianza. Dos meses más tarde, la imputación definitiva solo fue por narcotráfico, conspiración para cometer delito informático y lavado de dinero. La propia Fiscalía reconoció que ninguna persona fue asesinada.
Sin embargo, las acusaciones relacionadas con homicidios inexplicablemente quedaron en el expediente del juicio, lo cual habrá influenciado al jurado en la condena. La intención de los fiscales era clara: seguir vinculando los presuntos crímenes sin víctimas de Ross Ulbricht a crímenes violentos.
Un dato clave que todavía permanece en misterio es cómo la policía encontró el servidor donde estaba alojada la página. La Cuarta Enmienda a la Constitución de Estados Unidos protege a todos los ciudadanos de “búsquedas e incautaciones irrazonables”; sin embargo la Fiscalía se rehúsa a clarificar si consiguieron tales informaciones de manera legal o fraudulenta.
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La explicación técnica del FBI no convenció para nada a los expertos, quienes sospechan que la oscura mano de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) y sus programas de vigilancia masiva tuvieron algo que ver.
Deep Web argumenta acertadamente que, de no revertirse el fallo, la sentencia contra Ulbricht puede crear un peligroso precedente: abre la puerta para que creadores de web sean criminalmente responsables de lo que sus usuarios hagan y que quien use Bitcoin, la moneda digital que promete revolucionar el sistema financiero, sea sospechoso de lavado de dinero.
Para cambiar el paradigma dominante, a veces y lamentablemente, deben surgir mártires como Ross Ulbricht. Hay, no obstante, esperanzas: cada vez más países están tomando pasos para abandonar la absurda guerra contra las drogas, y mercados rebeldes similares a Silk Road continúan surgiendo en la Deep Web.
La saña contra Ulbricht y otros son pataleos de ahogado de Gobiernos que aún no entienden que nunca podrán apagar la llama de la libertad. “No perderé mi amor por la humanidad durante mis años de encarcelamiento”, escribió Ross a la corte antes de ir a prisión. Solo espero que la humanidad no se olvide de quienes lucharon por ella.