Dos noticias, muy diferentes entre sí, apuntan en estos días al irremisible fracaso del socialismo en todas sus variantes: la cruel represión del régimen de Maduro en Venezuela y el resultado de las elecciones francesas. El socialismo de los venezolanos es una expresión –cruda y desordenada- de las ideas socialistas extremas, de ese marxismo que, aplicado por primera vez en Rusia hace justo 100 años, se llamó a sí mismo comunismo.
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Los franceses, por otra parte, como la mayoría de los europeos, han mostrado el pasado domingo que ya no tienen fe en la otra variante del socialismo, esa forma “ligth” o moderada que en muchos países se llamó socialdemocracia o socialismo democrático. Ambas ideologías coinciden en un punto fundamental: su rechazo a lo que llaman capitalismo, que no es otra cosa que la economía de libre mercado, donde todos tienen derecho a producir y consumir de acuerdo a sus ideas, sus posibilidades y sus necesidades. Unos quieren eliminarlo por completo –los comunistas- en tanto que los otros desean controlarlo y reducirlo a su mínima expresión.
Los socialistas venezolanos han mostrado que, al final, tienen la misma vocación totalitaria que sus predecesores soviéticos y chinos y sus hermanos cubanos. No solo han hundido en la pobreza a la que fuera una rica nación petrolera, sino que han mostrado que su pretendida democracia es solo una farsa, pues no vacilan en reprimir brutalmente a su pueblo cuando este sale a protestar por la vida miserable que lleva. La destrucción del aparato productivo que ha sufrido Venezuela durante años, debida a las agresiones constantes contra la propiedad privada, ha llevado a una economía incapaz de sostenerse por sí misma, de ofrecer los bienes que la gente necesita. Escasez, inflación y desempleo son las consecuencias directas de este modo de gobernar, que desemboca en la represión y la dictadura cuando la ciudadanía se levanta para tratar de cambiar la realidad que vive.
Frente a esta forma totalitaria de entender el socialismo existe otra, democrática y menos extrema, de apuntar hacia los mismos fines. Durante décadas los socialdemócratas han sido el principal partido político en Europa y han ido modelando las sociedades de casi todos sus países en tanto que, en Estados Unidos, el Partido Demócrata ha ido promoviendo e implementando parecidas políticas a partir de los años treinta del pasado siglo. Pero ahora el escenario político ha cambiado.
El Partido Socialista de Francia, que fuera en muchas ocasiones el más votado por los electores, ha sacado apenas un 6,2 % de los votos, quedando en un desmedrado quinto lugar. Los laboristas ingleses viven entretanto una crisis interna de carácter profundo, los socialistas españoles luchan por mantener su segundo lugar en las preferencias y algo similar ocurre en Alemania y hasta en Escandinavia. Partidos de derecha populista, de izquierda extrema o incluso liberales restan fuerza a quienes, hasta hace poco, resultaban la fuerza más importante del panorama político en casi todas partes. Y, para completar el cuadro, las izquierdas han retrocedido en todas las últimas elecciones libres que se han llevado a cabo en América Latina y no tienen, tampoco, mayor fuerza en Asia o en África.
Los socialistas crearon un modelo de gobierno que, basado en muy altos impuestos, tenía como fin principal transferir la riqueza de los que más tienen hacia los más pobres. Esto se hizo creando el llamado Estado de Bienestar, en que la salud, la educación, las pensiones y a veces hasta la vivienda, se convertían en prestaciones estatales. Los mercados se regulaban de mil variadas formas y por todas partes se imponían controles a la actividad productiva y hasta al consumo. Este modelo de gobierno es el que impera hoy en Europa y, en buena medida, también en los Estados Unidos, pero es una forma de intervenir en la sociedad que –con el tiempo- ha ido mostrando sus limitaciones y los profundos problemas que crea: ha ido aumentando el tamaño y los gastos de los gobiernos llevando a un endeudamiento colosal y a severas crisis económicas, se ha mostrado cada vez más ineficaz en cuanto a los servicios que presta y ha ido atentando contra las libertades y los valores de una sociedad libre.
No soy tan ingenuo como para creer que los electorados comprenden, hoy, que el Estado de Bienestar es un experimento fracasado. Pero sí resulta obvio el malestar que se siente ante las consecuencias negativas que producen gobiernos inmensos, ineficaces y expoliadores. Es por eso que los socialistas moderados están siendo fuertemente castigados en todas las elecciones, aunque todavía no se encuentre una respuesta que verdaderamente pueda sacar a los países de la complicada situación en que se encuentran. Baste decir, para cerrar estas líneas, que a mi juicio la única solución de fondo está en recuperar las libertades individuales, aceptar la necesidad de una economía libre y reducir sustancialmente las funciones y la extensión del aparato estatal. En Europa, y en todas partes del mundo.