EnglishSi fuera un pastel, al proceso electoral argentino para elegir al próximo presidente no le faltó ningún ingrediente. Tuvo intriga, esperanza, participación, incredulidad, fe, y un ingrediente estrella: la sorpresa.
Todo ello resultó en el exquisito sabor de un posible recambio. Un sabor mucho más fuerte, luego de 12 años del más férreo kirchnerismo.
Con más de 97% de las mesas escrutadas, ganó el oficialista Daniel Scioli con 36,86% de los votos. Contra 34,33% de Mauricio Macri, de Cambiemos. Más allá del ajustado resultado a favor del kirchnerista, Macri estuvo al frente durante gran parte del recuento de votos.
Fue una sorpresa, porque ninguna consultora lo hubiera imaginado. La mayoría de las encuestas realizadas días antes al domingo daban a Macri perdedor por al menos seis puntos porcentuales.
Por eso, a los siete minutos del lunes 26 de octubre, cuando representantes de la Dirección Nacional Electoral y autoridades del Ministerio de Justicia se dispusieron a publicar las primeras cifras que daban como ganador parcial al opositor Macri, la ciudad estalló de euforia.
Macri, actual Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, ganó en la ciudad que gobierna, con 50,55% de los votos a presidente.
Los porteños salieron a los balcones, agarraron sus cacerolas y cucharas y las hicieron sonar, se reprodujeron bocinazos y gritos de “¡vamos Argentina, carajo!” y “Viva la Patria”.
Pero… ¿por qué ese visceral desahogo argentino? ¿A qué se deben esas ansias de cambio? ¿Qué tiene Macri para que haya conseguido tanto respaldo?
Macri no es liberal. No lo fue, ni lo será. Es un estatista. Aumentó impuestos en la Ciudad de Buenos Aires, la endeudó externamente, creó un “Ministerio de Modernización” para “modernizar” la burocracia, subió el gasto en publicidad oficial, confundió en oportunidades al Estado con su partido (por ejemplo, tienen el mismo color institucional y además vetó la ley que lo prohibía).
Más allá de todo eso, prometió continuar con Aerolíneas Argentinas, la aerolínea de bandera de este país, y no cortar los subsidios asistenciales.
Pero a diferencia del kirchnerismo, escucha y busca consensuar. Prometió dar conferencias de prensa y no cadenas nacionales (a diferencia de Cristina Kirchner), y habla de fomentar el “emprendedurismo”.
Buscará eliminar la inflación, atraer inversiones, a través de entregarle al mundo reglas de juego claras, y seguridad jurídica.
Intuye, sin grandes raíces ni argumentos éticos ni filosóficos —de ahí viene su pragmatismo en principios—, que el socialismo no funciona.
[adrotate group=”8″]
Macri defenderá su gestión—siempre pensando en el escenario de que pueda conseguir la victoria en la segunda vuelta—, de la mano de obras públicas (como lo viene haciendo en la ciudad).
El utilitarismo en el cual se asentará el macrismo no alcanzará —nunca lo hace— para responder a los argumentos éticos.
Pero es una excelente oportunidad para que el liberalismo asome la cabeza tan aplastada por el avance de la propaganda del socialismo en la región. Es un momento clave para darle argumentos morales frente al oscuro discurso político. Ayudemos a la nueva política —siempre que llegue—, a dar batalla en el plano intelectual, en defensa del capitalismo y los derechos humanos.
Se asomó un rayo de luz en medio del huracán. Cuando nos resignábamos a cuatro años más de discrecionalidad kirchnerista, cierta porción de la población puso el pie en el freno, para darle vuelta el destino y cambiarle el rumbo a una desorientada Argentina.
Los ingredientes están. El 22 de noviembre en la segunda vuelta; prendemos el horno.