La impotencia ya no es algo que se le haga sencillo disimular a Maduro. El absurdo entramado publicitario que intenta señalar a cualquier “alguien más” como responsable de lo que sucede en Venezuela también se deshilacha en cámara lenta. No es que tal situación sea particularmente relevante para la salida del chavismo —casi lo único de lo que nos interesaría saber—, pero sí es posible analizar la transición que viven quienes mantienen a todo el país encarcelado.
El desgaste era inevitable. Tratar constantemente con criminales de todo tipo, por más que tengan múltiples habilidades en esos menesteres, demanda vigilancia y desconfianza sin descanso. Se trata de ese tipo de condiciones que producen deterioro aunque se acepten y se entiendan. De paso, afectan especialmente cuando las cosas no salen según lo esperado.
La franquicia cubana
Ese resultado esperado, por cierto, era alcanzar un equilibrio a lo Cuba; es decir, que los abusos institucionales se puedan realizar sin interferencia o incomodidad de ningún tipo. No obstante, la situación venezolana no puede imitar el sendero de la isla, a pesar de que los torturadores al mando lo intenten, porque las circunstancias son fundamentalmente disímiles.
Entre otras diferencias, resalta el hecho de que la corrupción es la única institución vigente en Venezuela. No es que en Cuba no fuese importante una descomposición semejante, sino que no había tanto que repartir.
El sistema venezolano es, desde los inicios de la “revolución”, un esquema de incentivos notablemente atractivo, que financia la comodidad de los involucrados en posiciones claves, para que se olviden de su propia alma y, además, implica un procedimiento que permite costear una estructura dedicada a triturar a quienquiera que se atraviese.
Ni salud ni educación
Toda pretensión comunista que se mantenga suficiente tiempo en el poder desemboca en la esclavización sistemática de la población. Refinando tal principio, los Castro fueron capaces de certificar a un grupo de profesionales como algo remotamente parecido a médicos, lo que les permitió viralizar ciertas mentiras evidentes; entre ellas, que se preocupan por la salud y educación de su gente o que tales servicios son eficientes en alguna medida.
Incluso intentado admitir la falsa calidad en educación y salud, pronto nos tropezaremos con que esas buenas intenciones bastaron para cobrar por la exportación de sus siervos-médicos a dondequiera que resulte publicitaria o financieramente conveniente, gesto que destruye toda posibilidad de suponer un propósito alternativo al del propio beneficio, aún en esas ocasiones en las que estos profesionales no se desempeñan como espías, policías, informantes o pistoleros en el lugar que los recibe.
De petrochequera a colonia
La cúpula chavista está fatalmente enamorada de los logros de la dictadura cubana, que se centran exclusivamente en la capacidad de machacar a su propia gente e insistir en que hacen lo opuesto. Gracias a las naturales consecuencias de su política de sanguijuela, el señor Maduro no tiene más remedio que pasar de ser uno de los muchos financistas de la isla a protector de la única colonia con la que cuenta Cuba.
Probablemente de ahí surgen sus recientes exabruptos. La presión ha de ser elevada dado que, para sobrevivir, es imperativo que cambie su modelo de producción, cimentado solo en corrupción. Debe ser capaz de lograr, en una sociedad profundamente penetrada por la trasgresión, un respeto a normas absurdas que no ha logrado, jamás, ni siquiera sociedades muy sanas y productivas.
El imperecedero delirio de controlar lo incontrolable
No podemos esperar que tras más de veinte años de gigantes fracasos, la reacción de uno de los más funestos líderes de la historia latinoamericana sea medianamente sensata o útil.
No ha logrado que una sola de las empresas expropiadas sea productiva, pero le ordena a las telefónicas ampliar el ancho de banda. Ha hecho grandes esfuerzos por destruir la educación pública y privada, pero exige “producir” más médicos y menos abogados, como si se tratase del menú que pide para el almuerzo, imitando a las más exageradas caricaturas de los peores monarcas.
Poco importan los planes de los propios estudiantes o las genuinas necesidades de las personas. Desde el persistente desvarío planificador, este conductor de autobuses nos enseña la eterna enfermedad mental del burócrata: creer saber qué necesita la población, mejor que ella misma.
Autodestrucción y justicia
Tampoco desea tener más personal en salud para mejorar la situación sanitaria de nadie, lo necesita porque es la única propuesta que es capaz de ofrecer la, ya cansada, asesoría cubana: “esclavizar más”.
Los chavistas empiezan a notar lo que tarde o temprano descubre toda organización criminal: la abundancia que se requiere para poder pensar en el saqueo surge exclusivamente del mundo civilizado. El delincuente es absolutamente dependiente de la productividad de alguien más; por eso, entre exabruptos, abusos y a pesar de su elevada capacidad para la crueldad, la cúpula revolucionaria empieza a constatar el ciclo autodestructivo en el que se ha insertado.
‘¿Para qué necesitamos abogados?’, pregunta el desencajado dictador. No nota que, con esa interrogante, confiesa el condenable sentido de sus intenciones: ¿Para qué necesitaríamos profesionales dedicados a la justicia? Más aún, ¿para qué haría falta justicia en un país en el que cada castigo y aliciente se administra con abusivo criterio partidista?