La quema y otras formas de agresiones a iglesias es un fenómeno que se está propagando en los últimos tiempos en Chile.
Los grupos mapuches iniciaron esa práctica hace unos años atrás y recientemente el mismo fenómeno se repitió en Santiago, la capital de esa nación andina.
Según estadísticas de la Fiscalía chilena, entre 2015 y 2016 fueron atacados 20 templos en la Araucanía, 12 eran capillas católicas y 8 evangélicas. El grupo armado “Weichan Auka Mapu” se adjudicó la autoría.
En 2017 se quemaron otras siete iglesias en la región de la Araucanía y en 2018 poco antes de la visita del Papa Francisco a Chile, esa práctica se expandió, llegando hasta Santiago, donde se realizaron al menos cuatro ataques contra iglesias católicas en diferentes zonas de la capital.
En los templos agredidos los extremistas dejaron panfletos buscando justificar su accionar. En algunos de ellos se expresaba que “es una respuesta a la violencia que ejerce el Estado contra nuestro pueblo. Si no respetan nuestra religión, nosotros tampoco la suya”. O, “Libertad a todos los presos políticos del mundo, Wallmapu (territorio mapuche) libre, autonomía y resistencia. Papa Francisco las próximas bombas serán en tu sotana”, como también “Cristianismo: Cómplise (sic) del represión (sic) al pueblo mapuche. Libertad machi Linconao”. O sea, que para esos grupos violentos el cristianismo es un enemigo.
Lo curioso de ese argumento es que un alto porcentaje de la población mapuche se declara cristiana: 55 % católicos y 32 % evangélicos. Además, esas iglesias están ubicadas en comunidades muy humildes, que cuentan con pocos recursos.
Por esa razón, frecuentemente esos locales también son utilizados como escuelas, centros de acopio y refugio para la comunidad cuando hay catástrofes. Por encima de todo, lo que desmiente las aseveraciones de los panfletos citados, es que esos templos fueron levantados con el esfuerzo voluntario de los propios mapuches del lugar.
En 2020, parecería que el foco de los atentados se trasladó a Santiago, pero en circunstancias muy diferentes. Si vamos a poner en contexto la quema de estas dos últimas iglesias, hay que situarlo en el marco del plebiscito que se va a realizar el 25 de octubre, para determinar si habrá una nueva Constitución o no.
Este plebiscito se efectúa en un ambiente social poco propicio para una acción de ese tipo dada la tensión y polarización reinantes. Una decisión de esa envergadura política —por las potenciales consecuencias sobre la vida nacional que tendrá hacía el futuro— debería realizarse con los espíritus más serenos.
La excusa concreta de esta ocasión para la quema de iglesias, fue conmemorar el primer aniversario de la ola de protestas que sacudieron Chile en 2019. Decenas de miles de personas se congregaron cerca de la Plaza Italia —rebautizada por los manifestantes como “Plaza Dignidad—, que fue el epicentro del estallido social del año pasado.
Ese lugar, el domingo 18 de octubre, fue el escenario de una de las concentraciones más masivas en lo que va de 2020.
Precisamente, fue en los alrededores de esa zona en que al menos dos iglesias fueron quemadas este día. Esas acciones fueron realizada por grupos radicales minoritarios porque en general, la jornada transcurrió en un ambiente festivo con jóvenes, colectivos sociales y familias portando banderas y pancartas a favor de una mayor igualdad social y coreando el lema: “¡Chile despertó!”.
El lector se preguntará qué tendrá que ver la quema de iglesias en la Araucanía, con las realizadas poco antes de la llegada del Papa a Chile, con las de estos días porque parecería que en las diversas ocasiones las causas fueron muy diferentes.
Sin embargo, a pesar de que a primera vista podría parecer que esas situaciones no tienen nada que ver una con la otra, en realidad, la causa subyacente es la misma: el propósito de desmantelar la legitimidad política de raíces liberales y cristianas que hay en Chile, al tiempo que se procura edificar una nueva legitimidad sobre bases diferentes.
Max Weber señala que existen tres tipos de legitimidad política, cada una de las cuales se fundamenta en un principio diferente: la tradicional, que se sustenta es la tradición; la racional, donde el principio que la sostiene es la legalidad, entendida como la base racional del dominio; y la carismática, sostenida por las cualidades excepcionales de un líder.
Entre los grupos radicales —ya sean los mapuches o los de la capital— no ha surgido una figura carismática sobre la cual montar ese tipo de legitimidad. La racional, se logra una vez obtenido el poder, que no es el caso todavía de ninguno de los grupos mencionados.
En consecuencia, para instaurar el segundo tipo de legitimidad (la legal), antes tienen que destruir a la legitimidad basada en la tradición. La religión es uno de los componentes más relevantes dentro de la tradición y como la cristiana es la mayoritaria dentro de Chile —incluso entre los mapuches— es necesario desprestigiarla.
Las iglesias incendiadas o atacadas con bombas son la manifestación externa de ese esfuerzo por desacreditar a las religiones establecidas. Si sus propulsores logran tener éxito en esa empresa, el siguiente paso será instalar en su lugar una “religión desacralizada” como las que se impusieron en Venezuela (“el chavismo”), en Cuba (“el castrismo”) e incluso en Argentina (“el peronismo”).
Se podrá argumentar que fueron los conquistadores españoles quienes primero atacaron y deslegitimaron a la religión de los mapuches como se denuncia en los panfletos. No les faltaría razón en ese punto si no fuera porque ahora su postura es anacrónica, ya que la mayoría de los miembros de esa etnia han optado por la cristiana.
En consecuencia, lo suyo no es una reivindicación religiosa sino el deseo de subyugar políticamente a sus congéneres.
No podemos desligar a priori el ataque a iglesias en el sur del país con lo sucedido en la capital. Todo parecería ser parte de una misma embestida a la legitimidad política imperante en el país, que como dijimos, es liberal y cristiana, dado que simultáneamente se está tratando de desprestigiar a ambas con la finalidad nada disimulada de edificar una nueva sobre bases diferentes.
La legitimidad legal vendrá a continuación porque ya no habrá valores compartidos que sirvan de baluarte contra la tiranía.
Las experiencias en Venezuela, Cuba y Argentina no han resultado nada favorables para las condiciones de vida de la población sino todo lo contrario. Tiranía, impunidad, pobreza y dolor han sido las consecuencias de la deslegitimación de la doctrina liberal y de la religión cristiana.
En momentos en que los chilenos deben tomar una decisión política trascendental —que los va a afectar directamente a cada uno de ellos y a sus a familias— estaría bueno que tengan presente el significado oculto que encierra el ataque a las iglesias.