Los latinoamericanos terminamos amando al político (o a la política, que las mujeres también tienen lo suyo) que nos roba, nos asalta, nos golpea y abusa de nosotros. Eso se ve claramente en un país como Argentina: los electores argentinos colocaron, en sus pasada elecciones PASO (Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias), en primer lugar, enfilada a la presidencia, a la dupla integrada por Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, tal como si no los conocieran, como si fueran un par de outsiders de la política, inocentes ciudadanos metidos a políticos.
Es claro que en estas primarias (en realidad, un macrosondeo electoral), la gente mostró un gran repudio a la política económica de Mauricio Macri. Pero la misma gente olvidó todos los males del régimen Kirchner: default, control de pagos, corrupción a manos llenas, el chantaje elevado a la categoría de política de Estado, uso de las instituciones con fines facciosos, agresión a críticos y opositores, polarización social, alineamiento con el chavismo y el llamado socialismo del “siglo XXI”.
Por eso es que la perspectiva de que el kirchnerismo recupere la presidencia y regrese con sus comportamientos ya conocidos causó gran nerviosismo en los mercados, provocando que el peso perdiera en unos días hasta el 30 % de su valor, la Bolsa se hundiera y la inflación se disparara, al igual que el riesgo país.
Hoy, entre los argentinos, hay mucha gente candorosa que cree que con Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, capitaneando a un peronismo unificado, las cosas serán diferentes para bien, cuando muy probablemente serán distintas, pero para mal. La dupla obtuvo 47 % de los votos. El 27 de octubre, en la primera vuelta presidencial, les bastaría retener un 45 % para ser declarados presidente y vicepresidenta electos.
Su discurso es un discurso ganador: es uno que insiste en “vamos a salir del pozo”, no en “vamos a volver”, y en la reconciliación nacional. Por lo demás, Alberto Fernández cumple bien su papel: un parapeto político que atenúa el repudio contra Cristina de Kirchner y ayuda a unificar al peronismo.
En contraste, se ve muy difícil el horizonte para el presidente Macri, que obtuvo solo el 32 % de los votos, en lo que resultó una contundente desautorización de su política económica de los pasados cuatro años.
De allí la inmediata renuncia de su ministro de Hacienda y que sus primeras decisiones tras la paliza electoral sean de corte económico, en la mejor tradición populista y de abjuración de la ortodoxia financiera: redujo el IVA en alimentos y el impuesto a la renta, otorgó pagos extras a los funcionarios, aplazó deudas fiscales y congeló el precio de la gasolina. Se entiende, pero no se justifica: Macri debe remontar en las generales del próximo 27 de octubre 15 puntos de desventaja.
En países como Rusia, Venezuela o Hong Kong, muchísimos de sus ciudadanos se juegan la vida todo los días para recuperar o defender la democracia. En Argentina, en contraste, casi la mitad del electorado decidió rendirse, sin pelear, frente a sus verdugos. Pocas veces se ha visto tamaña falta de valor cívico, de cobardía política, de renuncia a los valores civilizatorios.
En cuatro años verán el costo de haberlo hecho: el kirchnerismo y los peronistas nunca decepcionan, siempre son los verdugos, los golpeadores sin piedad de sus propios conciudadanos. Basta solo esperar.