EnglishPor: Julio César Mejía
El fortalecimiento de movimientos políticos radicalmente estatistas en Europa es alarmante. Pareciera ser que buena parte del electorado europeo busca desesperadamente que los políticos les aten un nudo gordiano en el cuello, pero eso sí, esperando que les digan cosas bonitas al oído mientras lo hacen. Por eso no es exagerado decir que en el viejo continente preparan el camino para repetir lo que fallaron en hacer en el siglo XX, y lo harán de nuevo en el XXI.
La notable votación que recibió la Coalición de Izquierda Radical (Syriza) el 25 de enero en Grecia, así como la multitudinaria marcha liderada por Podemos y su lugar en la intención de voto en España, son prueba de ello. De igual forma, el éxito de movimientos nacionalistas como el Frente Nacional y el Movimiento por una Hungría Mejor, que han venido adquiriendo mayor fuerza en Francia y Hungría, parece indicar que para algunos recorrer el camino de servidumbre una vez, no fue suficiente.
¿Quién iba a imaginar que la fórmula alquímica para tropezar obstinadamente hasta diez veces con la misma piedra y que ese populismo repleto de conceptos elásticos y ambiguos como, “neoliberalismo”, “pueblo” e “interés nacional”, podría ser exportado desde Venezuela hacia Europa? ¿Cómo sospechar que se insistiría decididamente en reiterar las equivocaciones que tanto le costaron a la humanidad? Hace unas décadas muy pocos lo habrían visto venir.
En este sentido, el mayor error, el que no se puede cometer de nuevo, es entender este fenómeno a través de las definiciones caducas de izquierda y derecha. Europa no vive la manifestación de los extremos opuestos del espectro político, al contrario, los que son presentados a veces como adversarios ideológicos tienen mucho más en común de lo que les gustaría reconocer. Basta con observar las similitudes en los programas y discursos de estas agrupaciones radicales, las cuales son verdaderamente impresionantes.
En primer lugar, pretenden hacerle frente a la difícil situación económica a través de los mismos medios que la causaron, es decir, aumentando el intervencionismo económico, incrementando el gasto público, restringiendo el mercado laboral, nacionalizando sectores completos y oponiéndose al libre comercio. En segundo lugar, acuden al viejo ardid de culpar a terceros, por eso han identificado a los mismos enemigos, léase Alemania, Estados Unidos, el Banco Central Europeo, al FMI o a la Troika. En tercer lugar, pretenden someter a individuos de carne y hueso a ideas abstractas como “la gente”, “la patria”, “las clases populares”, “el pueblo” o a “la nación”.
(…) un problema de Estado hipertrofiado no se soluciona con más Estado, y que aunque insistan, la gasolina no apaga incendios.
Dicho de otra manera, el resurgimiento de estas agrupaciones con discursos radicales, lejos de ser contrarias, son en realidad la expresión de un mismo fenómeno, la desaparición de la lógica individual y la reaparición de la peligrosa lógica colectivista. Su rasgo común es desconocer que el individuo puede ser un fin en sí mismo y, por tanto, pretenden convertirlo en un medio para los fines de alguien más.
La buena noticia es que estas corrientes colectivistas descubrirán que así como en el pasado el intervencionismo estatal, las regulaciones, el alto gasto público y el déficit fiscal disparado, no generaron mayor riqueza, tampoco lo harán ahora. Más temprano que tarde se encontrarán con que nada ha cambiado aún, que un problema de Estado hipertrofiado no se soluciona con más Estado, y que aunque insistan, la gasolina no apaga incendios.
Por eso no deja de ser preocupante que muchos intelectuales de izquierda permanezcan mudos al ver cómo se insiste en un modelo que hoy día fracasa en Venezuela, que hagan suya la victoria de Syriza en Grecia y celebren con entusiasmo el crecimiento de Podemos en España. No han comprendido que el fantasma que recorre Europa ya no es el de ninguna ideología, sino el de las víctimas del colectivismo que tanta miseria dejó a su paso. Son personas que calzan a la perfección con la definición de locura dada por Albert Einstein: intentar una y otra vez lo mismo esperando un resultado diferente.
Julio César Mejía es profesional en Gobierno y Relaciones Internacionales con maestría en Asuntos Internacionales. Ha sido Asesor de Relaciones del Comandante del Ejército Nacional de Colombia y Coordinador Local para Estudiantes Por la Libertad. Actualmente es Director General del Centro para la Libre Iniciativa en Colombia. Síguelo en @JulioMej49.