Por: Fabrizio Tejada Arrieta
¿Quién alguna vez no escuchó esa palabrita? Tan mencionada en hogares, reuniones con amigos, comentarios en redes sociales, restaurantes, protestas de grupos denominados “Indignados”, incluso charlas de “alto nivel académico” en las universidades. Pero nadie puede definir esta corriente/doctrina/pensamiento/postura/filosofía con precisión.
Algunos dicen que es la defensa de políticas de Gobierno o Estado mínimo. Pero un término parecido ya había sido creado por Samuel Korkin que denominó “minarquismo”. También aseguran que el neoliberalismo se trata de “vender los activos del Estado a corporaciones multinacionales extranjeras, generando que éstos sean dueños de un monopolio y pongan el precio que quieran a los usuarios y generando distorsiones en el mercado”.
Pero, considerando que el “neoliberalismo” deriva del liberalismo (y para diferenciarse usan el prefijo neo-), ¿cuándo el liberalismo defendió los monopolios?, ¿cuándo el liberalismo habló de beneficiar a una empresa extranjera en desmedro de una nacional?, ¿cuándo se habló de una venta sin un proceso transparente y público? Cuando el Estado vende empresas estatales y/o hace licitaciones públicas “a dedo”, se conoce como Mercantilismo a todas esas prácticas.
Otros afirman que los máximos representantes de nuestro “amado neoliberalismo” son Margaret Thatcher, Ronald Reagan, Alberto Fujimori, Carlos Andrés Pérez, Carlos Saúl Menem, entre otros. Margaret Thatcher alguna vez se autodenominó “libertaria”, que es un grado más enérgico del liberalismo clásico. En el caso de Ronald Reagan, hay cierta discusión sobre si fue más conservador que liberal, pero en ambos casos ninguno se ha autodenominado “neoliberal”.
Es decir, ¿el neoliberalismo sería un caso de padre sin hijos? ¿Hay algún escritor, filósofo, político, pensador, intelectual que haya dicho “soy neoliberal” o ha escrito algo defendiendo a este caso sui generis paternal?
Incluso hay muchísimos errores a la hora de tildar de neoliberal a alguien. Un ejemplo muy cómico es el del expresidente de la Argentina, Carlos Saúl Menem. Lo acusan de “seguir las recetas de nefastos Organismos Internacionales de Washington” (haciendo clara referencia al Consenso de Washington). El primer y segundo punto tratan acerca de la “disciplina presupuestaria” y “ordenamiento del gasto público” respectivamente. ¿Cómo puede ser un presidente supuestamente “neoliberal” que aumente el gasto público en sus 9 años de gobierno un 90% y que la deuda pública pase de representar el 35,6% del Ingreso Nacional en 1991 a 56,9% en el 2001?
Otra cosa que habla la “Biblia de los neoliberales” es la disminución de las tasas impositivas. ¿Un presidente que aumentó del 18 al 21% el IVA puede ser denominado (según los que hablan tanto de esta palabrita) de neoliberal? El quinto punto habla de “tipo de cambio de moneda competitivo”. No sé dónde está la competitividad usando un tipo de cambio fijo atado al dólar estadounidense, cuando la productividad de un trabajador argentino no es ni la tercera parte de uno de Estados Unidos.
Por otra parte, Olavo de Carvalho, filósofo, ensayista y periodista brasileño, dice en su ensayo El mal es lo que sale de la boca de los intelectuales de izquierda. Esta tímida resurrección del liberalismo como doctrina y como intelectualmente respetable alternativa política y económica es válida ante un aluvión formidable de la propaganda calumniosa de lo culturalmente hegemónico.
El neoliberalismo se ha convertido en culpa de todo lo malo que sucedió en el mundo, especialmente en regiones donde nunca había habido absolutamente liberalismo o neoliberalismo, como África, un continente dominado por regímenes socialistas en diversos grados. Después de décadas de abuso el término “neoliberal” adquirió una connotación muy negativa, a pesar de que nadie sabe a ciencia cierta por qué —comparable a la sensación odiosa de palabras como “nazi” y fascista. Muchas personas siguen siendo comunistas y, casi todo el mundo, se considera socialista (o de “izquierda”, que es lo mismo) de la manera más natural, a pesar de que los regímenes comunistas y socialistas han cometido las peores atrocidades de la historia en todo el mundo.
Por otra parte, nadie se atreve a asumir públicamente como neoliberal . Ahora usted puede estar de acuerdo o en desacuerdo con las ideas liberales (o neoliberales), ya que es consciente de la mirada de dichas ideas y luego los somete a la crítica racional. Pero es absurdo tomar como ideas reales las caricaturas que han forjado sus enemigos. Pero eso es exactamente lo que sucede. Es muy interesante que de Carvalho usa la palabra “resurrección” para denominar al “neoliberalismo”, puesto que considera una vuelta a la vida del viejo liberalismo, mas no una redefinición asociada al prefijo neo (como es en el caso del arte con el gótico y neogótico, o en economía con la escuela clásica y neoclásica).
Enrique Ghersi en su ensayo El mito del neoliberalismo, dice que Edgar Narworth publica en 1961 un libro que su nombre traducido sería La filosofía social y económica del neoliberalismo. En él presenta como “neoliberales” a los ordoliberales de las Escuelas de Friburgo y de Munich. Pero es muy curioso que los ordoliberales llamaran neoliberales precisamente a quienes no compartían sus ideas, sin definir cuáles. Por eso, concluye Ghersi, “es difícil poder sostener que, al menos Muller-Armack, padre de la economía social de mercado, hubiese considerado a ésta como una corriente neoliberal”.
Sin embargo, el uso más notable y perverso del término en nuestros tiempos no ocurre en el interior del liberalismo, sino fuera de él. Se lo utiliza en la prensa, lo utilizan los políticos y los rivales del liberalismo quienes han hecho uso de él preferentemente, pero en un sentido distinto de los anteriormente mencionados.
En efecto, el “neoliberalismo” es utilizado para caracterizar cualquier propuesta, política o gobierno que, alejándose del socialismo más convencional, propenda al equilibrio presupuestal, combata la inflación, privatice empresas estatales y, en general, reduzca la intervención estatal en la economía. Así, por ejemplo, en América Latina se presenta como “neoliberales” a gobiernos tan disímiles como los de Carlos Salinas de Gortari en México, Carlos Andrés Pérez en Venezuela, Alberto Fujimori en el Perú, Fernando Henrique Cardoso en el Brasil o Carlos Saúl Menem en la Argentina. Una cosa semejante ocurre en África, Asia y Europa del Este.
Si tomamos la gran frase del escritor argentino Jorge Luis Borges “toda palabra alguna vez fue un neologismo”, podríamos considerar que el “neoliberalismo” sería un giro en la acepción y posturas principales del liberalismo de John Locke, Adam Smith, George Washington, Thomas Jefferson, entre otros. Pero, en realidad, siempre existió una línea de pensamiento liberal. Si hiciéramos una línea de tiempo, podríamos establecerla así:
- John Locke (1632-1704)
- Barón de Montesquieu (1689-1755)
- Benjamin Franklin (1706-1790)
- Adam Smith (1723-1790)
- George Washington (1732-1799)
- Thomas Jefferson (1743-1826)
- Jeremy Bentham (1748-1832)
- James Madison (1751-1836)
- Jean Baptiste Say (1767-1832)
- Francisco Javier Mariátegui (1793-1884)
- Frédéric Bastiat (1801-1850)
- Alexis de Tocqueville (1805-1859)
- John Stuart Mill (1806-1873)
- William Gladstone (1809-1898)
- Juan Bautista Alberdi (1810-1884)
- José Gálvez Egúsquiza (1819-1866)
- José María Químper (1828-1902)
- Carl Menger (1840-1921)
- Eugen von Bohm-Bawerk (1851-1914)
- Ludwig von Mises (1881-1973)
- Henry Hazlitt (1894-1993)
- Friedrich Hayek (1899-1992)
- Ayn Rand (1905-1982)
- Isaiah Berlin (1909-1997)
- Milton Friedman (1912-2006)
- James Buchanan (1919-2013)
- Murray Rothbard (1926-1995)
- Israel Kirzner (1930-)
Como ven, hay una gran continuidad entre muchos pensadores, filósofos y economistas de corte liberal. Y, a pesar de todo y de todas las pruebas que yo presente fundamentando mi escepticismo sobre la existencia del “neoliberalismo”, mucha gente jamás llamará “neosocialistas” a socialistas o marxistas como Castro, Chávez, Stalin o Hitler . Porque creo que también tenemos derecho, nosotros, a llamar a gente medianamente contemporánea como neosocialistas, ¿no? ¿También les podemos inventar corrientes y deformaciones?, ¿no es así? Y les respondo: “No”. No tenemos derecho. ¿Y saben por qué? Porque ellos son políticamente correctos. Los “incomprendidos”, los “revolucionarios”. Ese es el verdadero imperialismo del siglo XXI: el pensamiento políticamente correcto.
Este artículo fue originalmente publicado en Catarsis Y Harakiri.