Desde que el gobierno uruguayo comenzó su aventura (estatista) de legalización, el debate sobre legalizar el consumo, producción y venta de marihuana en México y otras partes del mundo ha ganado espacio en redes sociales, medios de comunicación y actores políticos. Estos últimos intentan verse cool, sobre todo los progres, y emprenden la elaboración de foros y la posibilidad de legalizar las drogas.
Poco importa que no tengan las facultades (jurídicas) para hacerlo o que en realidad no se atrevan (de facto) a desautorizar la legislación impuesta por la Federación. El debate es algo que los mantendrá aparentemente ocupados, con temas de vital importancia y con los reflectores encima. Pero más allá del acto publicitario, esta confrontación será el mismo desfile de ideas cliché de siempre: es un problema de salud o educación, del tejido social o desigualdad, de violencia, de gasto, etc. Todos argumentan costos y beneficios, mayores y menores con relación a alguna escala que consideran suficientemente importante como para pasar sobre otras consideraciones.
Muchos liberales, aplauden el debate y la posibilidad de legalizar sin denunciar que estas ideas atacan por un lado el paternalismo del estado prohibicionista (o militarista al menos) pero por el otro sugieren otro tipo de paternalismo, el suyo, el bueno: mejores escuelas, mejores programas educativos, mejores profesores, mejores hospitales, mejores policías, mejores programas sociales, mejores cárceles, mejores humanos, mejores sociedades, etc. A lo mucho la voz, del liberalismo a-la-mexicana señala que se debe tener cuidado en la conducción de política pública, con los incentivos perversos, problemas de corrupción, etc.
Esta entrada no es para discutir como los intentos intervencionistas, aun cuando se realizan con la mejor de las intenciones, son en sí paternalistas y peligrosos para la libertad individual; ni de como los “mercados liberados” podrían ofrecer mejor los beneficios que anhelan quienes debaten frente a las cámaras políticas y mediáticas. Aquí voy a esbozar los elementos de un argumento que difícilmente tendrán su lugar en el mercado (regulado) de ideas que nos venderán nuestros expertos y opinólogos: el argumento moral por la libertad individual y la igualdad.
El meollo del asunto, lejos de las discusiones, no se trata de balancear costos y beneficios. El cálculo y diseño institucional es importante porque las instituciones importan, pero el daño causado al pasar por encima de consideraciones de libertad e igualdad es mayor a cualquier beneficio que puedan proponer en dicho debate.
Libertad moral y propiedad privada ¿qué es un crimen?:
Parece obvio, pero no está por demás recordar que como individuos poseemos un derecho primordial sobre nosotros mismos. El derecho sobre nuestra mente y cuerpo es la base para una navegación exitosa a través de la existencia como humanos. Una navegación exitosa no en el sentido de infalibilidad, sino en el sentido de ser capaces de aprender de las fallas y corregir nuestras acciones si queremos alcanzar determinadas metas, o inclusive cambiar de metas.
Esta libertad individual para actuar como mejor consideremos reconoce la autonomía moral para propiamente actuar y solo puede ser limitada por la conclusión lógica de sus premisas: todo individuo es dueño de su mente y cuerpo, por lo tanto es moralmente autónomo y es inaceptable imponer ideas o restricciones físicas de manera coercitiva.
Cada individuo es un fin en sí mismo y no puede ser sólo un medio para los fines de otro individuo. Esto no significa que no necesitemos de otros como medios. El intercambio pacífico y la división de trabajo sirven como fundamento para la vida en sociedad, donde el individuo puede diseñar y perseguir su ideal de bienestar. Pero significa que debemos respetar la persona y propiedad de los demás.
Un crimen es la transgresión de este reconocimiento y su castigo busca asegurar “la mayor libertad –compatible con la igual libertad de otros– para todos y cada uno de los individuos para perseguir su propia felicidad, bajo la guía de su propio juicio y el uso de su propiedad”[1].
Esas palabras son de Lysander Spooner, quien argumentaba que el hombre actúa para buscar su felicidad de cualquier manera que éste la haya concebido y definido en un momento dado. En ese sentido el anarquista norteamericano llamaba virtud a aquello que nos acerca a nuestra meta y vicio a aquello que nos aleja. Pero aclaraba que no existen cosas o acciones que sean virtuosas o viciosas en sí, en realidad se trata de una cuestión de grado o frecuencia, esto es lo que convierte una actividad en virtud (o vicio). Además, reconocía que “cada ser humano difiere en su constitución física, mental y emocional, y así como en las circunstancias que lo rodean”, por lo tanto “acciones que son virtuosas y llevan a la felicidad de una persona pueden ser viciosas y llevar al sufrimiento de otra persona”[2]. Esto señala una primera dificultad, hay una subjetividad inescapable cuando hablamos de vicios y virtudes en individuos libres. También parece ser, bajo estas definiciones, que un vicio no es un crimen.
Más allá de la naturaleza de los vicios, si algo es seguro es que nadie más que el individuo puede valorar si algo es virtuoso o vicioso con relación a sus preferencias, planes y objetivos. Nadie más que él puede hacer ese cálculo y nadie tiene más interés que él en hacerlo. Independientemente del consejo u opinión de terceros, el derecho sobre nuestro cuerpo y vida nos legitima a experimentar para decidir lo que aceptamos o rechazamos en nuestro organismo y vida. La criminalización de cualquier vicio bajo cualquier argumento significa, según Spooner, “negar la mayor libertad –compatible con la igual libertad de otros– para todos y cada uno de los individuos para perseguir su propia felicidad, bajo la guía de su propio juicio y el uso de su propiedad”. Así de profundo lastima a los individuos la criminalización. No es extraño que lo que destruya nuestra sociedad hoy sea la guerra contra un crimen que no es crimen, y no el uso recreativo de una sustancia.
Demanda de igualdad
Una observación que Spooner hacía con relación a la capacidad del gobierno para castigar los vicios (si es que asumiéramos que tiene autoridad para hacerlo) se refiere a la de los altos costos materiales y sociales de perseguir y encarcelar a toda persona que actuara de algún modo considerado vicioso y por lo tanto criminal: no habría jueces ni prisiones suficientes, y si los hubiera no quedaría nadie fuera de las rejas. Decía también que no hay nadie que razonablemente pueda apoyar la idea de un gobierno que criminalizara todo vicio, y por lo tanto el prohibicionista escoge una, la que encuentre más desastrosa, y se enfoca en criminalizarla.
Aun en países completamente intervencionistas y paternalistas como México, el gobierno no es capaz de lanzar una lucha contra todo aquello que considera dañino. El tiempo y el capital político (i.e. la capacidad de hacer abusos o tonterías sin que salgamos todos a la calle al mismo tiempo) son escasos. Esto resulta afortunado para aquellos cuyas preferencias están aún fuera del radar y alcance del Estado. Pero resulta insultante para quienes ven que algunas de sus preferencias han sido etiquetadas como inaceptables y criminales. El sentimiento moral involucrado es el del tratamiento injusto: algunos tienen más libertad que otros. Esta es una muestra más que la lucha por la libertad individual es una lucha por la igualdad.
Legalizar es lo mismo o un poco mejor que criminalizar, liberar es mejor
Me parece que Spooner fue algo ingenuo en suponer que el gobierno jamás haría una batalla frente a todos los vicios. Desde donde yo lo veo, el estado moderno continúa su expansión sobre la esfera de libertad individual cada vez más tranquilo. La idea de que todo es problema de todos, no porque nos importe, sino porque todos contribuimos forzadamente a un sistema de salud y a un gobierno que supuestamente debe “garantizar el derecho de la protección de la salud” es ampliamente aceptada. El prohibicionista y el liberal ligero convergen ahora en un discurso donde ya no son “vicios” sino “problemas de salud pública”, abriendo la puerta a la posible legalización.
El punto es que si todos estamos de acuerdo en que criminalizar es el peor acercamiento a tomar, no todos estamos convencidos que la legalización sea necesariamente mejor. Y esto no es solo por la falta de riqueza argumentativa en el debate o en las propuestas, sino porque alimenta la costumbre de que todo debe ser regulado por el gobierno. “Nadie te prohíbe que fumes, tomes, consumas drogas, sal, grasas o bebidas azucaradas… solo tienes que pagar más por ellos”, es una frase frecuente en discusiones sobre “salud pública”, el eufemismo más exitoso de prohibicionismo.
Quienes pensamos la libertad debemos mantener el argumento claro en este como en otros debates. Yo no estoy puesto para pagar impuestos, si estoy puesto será como parte del ejercicio de mi libertad individual y mientras no dañe a nadie más tengo la libertad para hacerlo sin interferencia de ningún tipo por parte de nadie, así como la completa responsabilidad sobre el impacto que eso genere en mi búsqueda individual a mis metas.
Menos gobierno, no más.
La legalización y criminalización abren la puerta al crecimiento del gobierno en diferentes áreas, por eso digo que no a la legalización o criminalización de la marihuana, y sí a la libertad y responsabilidad individual. Sí a la autonomía, sí a la liberación de nuestro cuerpo.
[1] Hay muchos autores libertarios que han escrito al respecto, pero para este artículo utilizo la obra de Lysander Spooner.
[2] Spooner inclusive reconoce la variable intertemporal para un mismo individuo: Many acts, also, that are virtuous, and tend to happiness, in the case of one man, at one time, and under one set of circumstances, are vicious, and tend to unhappiness, in the case of the same man, at another time, and under other circumstances.