Como habíamos advertido desde inicios de la administración del socialista Andrés Manuel López Obrador (AMLO), iba a llegar el momento de acabar con la joya de la corona de la democracia representativa de México, de destruir el Instituto Nacional Electoral (INE).
Ya estamos en ese punto y hoy AMLO propone reformas a la Constitución para demoler al INE y sustituirlo por el Instituto Nacional de Elecciones y Consultas (INEC). ¿Por qué? Porque simplemente, no es un demócrata. Sino un adicto al autoritarismo.
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Ya el título propuesto para este nuevo organismo mueve a la risa, pero debería mover más bien a la preocupación, porque coloca a las consultas al mismo nivel de importancia de las elecciones, lo cual anuncia que tendría el mismo peso y efectos vinculantes una simple consulta que unos comicios, porque se trataría de “la voluntad del pueblo”, para “poner o quitar” a un gobernante.
Todo esto en la lógica de buscar la manera de alargar el tiempo de la administración presidencial, a través de “extensiones de periodo” vía consultas. ¿Para qué hacer elecciones, si puedes hacer simples consultas? O bien, llegas al poder con una elección, pero luego vas alargando tu estancia con consultas “vinculantes”.
El presidente socialista nunca ha ocultado que odia al INE, que sus consejeros le parecen detestables, llegados a sus puestos por acuerdos supuestamente corruptos entre los partidos políticos y que son herederos del peor de los males, el neoliberalismo.
El neoliberalismo, dicho sea de paso, para AMLO, no es sólo lo que es, un modelo económico que promueve el libre comercio internacional, la apertura de los mercados, las alianzas regionales, sino es la escuela de los malditos, es sinónimo de corrupción, saqueo, abusos del poder, oligarquías abusivas, conservadurismo, derecha, partidos políticos que no lo apoyan, empresarios opositores, clasemedieros aspiracionistas, académicos cómplices, toda una vasta amalgama creación del resentimiento político y social.
La verdad de las cosas es muy simple, pero no por simpe menos terrible: AMLO no es un demócrata, sino un promotor de una tiranía socialista, y todos sus proyectos tienen por común denominador la construcción de un régimen autoritario, uno que concentra el poder en sus manos, que centraliza funciones, que nunca delega, que empodera al Ejército por obvia conveniencia, que usa el mega asistencialismo para cimentar una base social electorera, que diluye la separación de poderes, que desfonda o elimina institutos autónomos.
Un régimen que quiere estatizar la electricidad y el litio, dejando fuera no sólo a su tan rechazada inversión extranjera “saqueadora”, sino también a la inversión privada mexicana. ¿Por qué? Porque se trata de inyectar el socialismo en México. Por eso.
¿Y para qué quiere inyectar el socialismo blando en México? Para tener todo el control político del país, desinstalando toda institución democrática, y sustituyéndola por una centralizada. Crear una nueva clase social única: los pobres, destruyendo a la clase media y ahorcando a la clase adinerada, obligándola a dejar el país, o bien, a pagar “impuestos para los ricos”, arrodillándolos para ponerlos al servicio de un proyecto socialista, o bien, que se atengan a las consecuencias fiscales o hasta penales. O te acoplas o los instrumentos del Estado serán usados para perseguirte y neutralizarte.
Y hoy, en la segunda mitad de su gobierno, el guión del socialista blando dice que ya toca ir por el principal pilar de la democracia electoral, un instituto que tanto trabajo, sudor y lágrimas nos tomó a los mexicanos poner en pie, décadas enteras, ante regímenes igualmente autoritarios que el de AMLO, pero no de esencia socialista.
Sin embargo, justo como su reforma eléctrica no contó con los votos suficientes para hacerse ley, porque obvio es que la oposición no iba a convalidar estos despropósitos centralizadores y ahuyentadores de inversión, además de que no se iba a prestar a colaborar con la predominancia de energías sucias, hoy tampoco va a contar con la anuencia legislativa suficiente su paquete reformista electoral, que incluye además acabar con los diputados y senadores “plurinominales”, dejando sólo a los elegidos de manera directa, por mayoría.
Si de antemano sabe AMLO que sus iniciativas una vez más no van a ser aprobadas, ¿para qué las plantea? La respuesta es: para generar la narrativa de necesidad de continuidad de su gobierno una vez llegado a su término legal en 2024. Ya sea él mismo perpetuándose en el poder, usando como herramienta la revocación-ratificación de mandato, o bien a través de algunas de sus fichas políticas.
Sus reformas electorales no van a pasar. Imposible que pasen sin el apoyo de la oposición. Pero este rechazo justificará nuevas embestidas desde el poder, contra los diputados, nuevos linchamientos públicos, nuevas campañas llamándolos traidores, incluso usando posters de “se busca” con foto y datos personales privados, incitando a la violencia, incurriendo con claridad en delitos de odio, propiciando golpes e incluso cosas más serias, que nadie desea.
La democracia mexicana palidece, señores. AMLO, ese demoledor de instituciones.