El pasado lunes 15 de abril el mundo contempló con tristeza cómo ardía en llamas Notre-Dame de París, una de las catedrales más hermosas e icónicas del globo. Ubicada en île de la Cité, Notre-Dame es reflejo de evolución y progreso, razón por la cual su arquitectura (que muchos medios, durante la semana que culminó, minimizaron a “gótica”) es irregular y obedece a varios estilos. Su construcción oficial (es decir, en tanto iglesia católica) remonta a la baja Edad Media, más precisamente al 1163 y fue impulsada por Maurice de Sully. La historia de Notre-Dame, no obstante, no comienza allí.
Se sospecha que hubo, en ese mismo sitio, una suerte de templo pagano galorromano dedicado a Júpiter y fue, probablemente, un importante punto de encuentro de los parisii, tribu oriunda de Lutecia; o al menos eso es lo que sugiere el Pilar de los nautas descubierto en la catedral en 1711. El templo se convertiría luego en una basílica paleocristiana, consolidándose como tal, ya formalizada en el cristianismo, con los merovingios y de la mano de los carolingios, se consagró como catedral (sobreviviría entonces su primer incendio).
La historia de Notre-Dame es, por lo tanto, la historia de Occidente. Es reflejo de nuestros valores, de nuestras ambiciones y aspiraciones y, sobre todo, de nuestra resiliencia. Quien crea que Notre-Dame es propiedad exclusiva del catolicismo (o del cristianismo), probablemente también sostenga que la tierra es plana o que las vacunas causan autismo. Para hacerla corta, hablamos de tontos.
Así y todo, y a pesar de estar al tanto de la existencia de la estupidez como condición humana ineludible, no pude evitar sentir el más profundo de los desprecios por quienes se alegraban de que la catedral fuese consumida por las llamas. ¿Qué tan ignorante se puede ser en la época en la que toda información está a un clic de distancia? Todos somos ignorantes de algo, la sola idea de absorber la totalidad del conocimiento alcanzado por los seres humanos hasta el presente es ridícula, pero alguien que pretenda ser deliberadamente ignorante ya no sería tal, estaríamos ante un simple idiota.
“La única iglesia que ilumina es la que arde” o “se prende fuego el patriarcado” fueron algunos de los tuits que me generaron estupor. ¿Cómo se puede estar orgulloso de semejante despliegue de falta de ilustración? No solo hay quienes creen que Notre-Dame es un mero símbolo católico, no solo hay quienes afirman que la catedral es un monumento fálico que celebra la dominación masculina, sino que, además, como si este sinfín de disparates no fuera suficiente, hay quienes se tragaron el verso que escaparon al “sistema” porque no usan corbata o tacones. Quien está en Twitter, lo sepa o no, ya es parte activa del sistema.
Sin embargo, los idiotas no se limitaron a festejar el fuego, como si recién hubiesen abandonado el pleistoceno inferior, sino que también arremetieron contra quienes realizaron donaciones para reconstruir Notre-Dame, argumentando, entre otras cosas, que ese dinero podría tener “mejores fines”.
Para hacer semejante enunciado es necesario nadar en soberbia. En primer lugar, espanta la arrogancia infinita de creer que yo podré dar mejor uso al dinero ajeno que quien lo produjo. Solo en 2018, el grupo Arnault (que dirige Christian Dior y Luis Vuitton) empleó a 13 500 personas solo en Francia. Bernard Arnault ostenta la fortuna más importante de Europa, y está, según Forbes, en la cuarta posición de las personas más ricas del mundo. Aun así, Arnault tiene que soportar que un usuario de Twitter que nunca produjo absolutamente nada y lucha para llegar a fin de mes le diga que no puede donar 200 000 000 de euros (sin deducción fiscal, porque renunció a ella) para la reconstrucción de un monumento histórico patrimonio de la humanidad.
Pero eso no es todo. Los idiotas parecen ignorar que las donaciones a los países más necesitados tienen idénticos orígenes, es decir, naciones capitalistas con gran acumulación de fortuna. En 2017, por ejemplo, Estados Unidos (sus habitantes, empresarios y fundaciones) donó un total de 410 mil millones de dólares, suma que representa el 2,1 % de su PBI. No hay que olvidar, por otro lado, que la caridad no solo se cuenta en dinero. El programa de becas escolares de Bill Gates en África, por citar uno de los casos más célebres, tiene y tendrá vital importancia para el desarrollo definitivo y real del continente.
Oponerse sistemáticamente a cualquier posible iniciativa no te hace rebelde ni moralmente superior. Te revela, no obstante, caprichoso, desinformado e infantil. Notre-Dame, por su parte, con su magnificencia y estilo único, con sus más de diez siglos encima, sobrevivirá (gracias a todas esas donaciones de privados) a pesar del fuego, a pesar de los derrumbes y a pesar, muy especialmente, de la inmensa idiotez de quienes pretenden saberlo todo.