Much ado about nothing es una de las tantas comedias románticas del célebre dramaturgo, poeta y actor inglés William Shakespeare, que fuera escrita entre 1598 y 1599.
“Ado”, sustantivo, refiere a un estado de agitación o gran alboroto. La traducción literal de la obra sería entonces “mucho alboroto por nada”, frase que permanece acuñada en el inglés desde entonces – en español, como es predecible, la comedia trascendió como “Mucho ruido y pocas nueces”.
En nuestra pos-posmodernidad del nuevo milenio, en la cual ser víctima de algo es cool, es fácil caer en las trampas alarmistas de quienes nos bombardean con fatalismos apocalípticos. Al menos una vez al año se nos informa que tal o cual fenómeno podría acabar con el mundo tal y como lo conocemos, o simplemente acabar con el mundo, sin más.
El cambio climático es real y es asimismo antropogénico, existe vasta evidencia al respecto – y no, harta nieve durante dos semanas con registros de fríos históricos no califica como “prueba anti-cambio climático”, ya que “tiempo” y “clima” no son sinónimos.
Los negacionistas suelen argumentar que nuestro debilitado planeta ha experimentado ya varios cambios climáticos y el mundo ha seguido girando – hasta aquí, están en lo correcto. No obstante, a) ninguno de ellos fue un proceso acelerado de 200 años, como el actual y b) todos se tradujeron en eliminación masiva de especies. Es decir, incluso si los negacionistas tuviesen razón, el cambio climático seguiría siendo una amenaza para la mayoría de nosotros.
Ahora bien, un par de hippies enojados con Monsanto (no sin motivos) se las han arreglado para encontrar un nuevo enemigo público: los pesticidas, y muy particularmente, el glifosato. La prensa de renombre occidental no ha dudado en hacerse eco de estas acusaciones, siendo un ejemplo reciente de ello el juicio por 289 millones de dólares ganado el jardinero estadounidense Dewayne Johnson, un paciente de cáncer linfático que atribuye su actual estado de salud a la exposición al glifosato.
Sin embargo, la conexión entre el glifosato y el cáncer no ha sido probada aún. Las distintas asociaciones ecologistas se han empeñado en denigrar las investigaciones que así lo confirman, y eligen aferrarse a un estudio que coloca al mencionado herbicida como “cancerígeno probable”, al mismo nivel que la carne roja o el mate.
Primero, hay que entender cómo funcionan los estudios científicos. Una universidad o institución x elige un tema e investiga al respecto. El resultado, que evita los juicios categóricos (las conclusiones son generalmente sugeridas, al estilo de “las observaciones parecerían demostrar una relación entre a y b”) son recogidas luego por otras universidades, que corroboran o refutan el resultado original, siempre eludiendo expresiones terminantes o inapelables, práctica que iría en contra de las bases de la ciencia.
Es en este contexto que la ausencia de pruebas en contra del uso de glifosato se hace menester: no hay una mayoría de estudios que indiquen que el herbicida causaría cáncer. Es más, el glifosato no se aplica solo, sino que acompañado de otros herbicidas y pesticidas, ¿cómo se puede entonces asegurar que es el glifosato ese “cancerígeno probable” que estamos buscando (y culpando)?
El glifosato es esencial para los agricultores. Evita que crezcan hierbas indeseadas en las plantaciones. Es, también, de baja persistencia y baja toxicidad. Su prohibición podría llevar a un cambio radical en la agricultura, ya que un sustituto a gran escala que sea, a su vez, más amigable para con el medio ambiente, no ha sido aún concebido.
Esta histeria colectiva – y, vale la pena recalcar, cruelmente “boliburguesa” y urbana – derivará en aumentos de precios para el consumidor en productos tan básicos como la harina y el arroz y podría significar la ruina para muchos productores rurales.
El caso del glifosato parecería ser el “much ado about nothing” moderno. Elegimos unirnos ciegamente a la alarma en vez de exigir más y mejores investigaciones, o de cuestionar los posibles intereses detrás de este armageddon mediático.
Pensándolo bien, quizás estemos ante el fin de los tiempos. No será el glifosato el que nos ultime – ni los organismos genéticamente modificados, ni la industria farmacéutica, ni mucho menos la vacunación infantil. Será, en cambio, nuestra profunda arrogancia de pretender saber lo que ignoramos. Tal vez, después de todo, lo merezcamos.