El miedo confunde, obnubila, paraliza. El miedo nubla la razón, reduce la perspectiva y anula el pensamiento crítico. Hay, sin embargo, una delgada línea que separa al miedo de la cobardía.
Tan imperceptible, tan ínfima es esta línea que la selección argentina la cruzó sin darse cuenta al cancelar el partido amistoso en y contra Israel el pasado martes 5 de junio.
Las protestas previas al partido (que iba a disputarse el sábado) por parte de un puñado de extremistas, crearon pánico en la superestrella de fútbol Lionel Messi (quien recibiera directas amenazas de muerte), así como en el resto del seleccionado.
La causa del conflicto era que el partido se jugaría en Jerusalén, capital histórica del Estado judío, y ciudad que Hamas y sus secuaces (gran parte del progresismo occidental) consideran “suya”, o íntegramente musulmana al menos.
El gobierno de Israel ofreció a la AFA cambiar la ciudad del amistoso y disputar el partido en Haifa, pero para entonces el temblor de piernas en los representantes de Argentina en el próximo Mundial apenas les permitía mantenerse en pie. Nada los haría cambiar de opinión.
No está claro aún quién tomó la decisión, si el Ministerio de Relaciones Exteriores argentino tuvo voz y voto o si fue un capricho de la AFA, que nunca niega migajas de pan al show y al escándalo. Lo realmente importante, lo que debe llegar a titulares, es que el miedo se convirtió en cobardía, y la cobardía se convirtió en complicidad.
Si esto no fuera cierto, uno de los grupos terroristas más poderosos del mundo no estaría celebrando la postura final de los seleccionados. La nefasta congratulación y agradecimiento hacia el equipo de Jorge Sampaoli vino de parte de Husam Badran, vocero de Hamas: “la decisión de la Argentina de cancelar un partido amistoso con el equipo de la ocupación israelí es altamente encomiable y es una posición muy apreciada”.
La incomprensión que rodea al conflicto israelí – palestino es enorme, y es probable que ello no cambie por algunas décadas – no hay suficiente voluntad en esa dirección. Hay quienes hablan de apartheid y de genocidio sin animarse a echar un vistazo a los diarios y medios que describen, con precisión suiza, la otra cara de la moneda.
Esta confirmación de sesgo es casi imperdonable en una era en la que todo está a un click de distancia. Basta visitar Wikipedia para corroborar, a modo de ejemplo, que los homosexuales palestinos solicitan refugio en Israel ya que en su tierra natal podrían, en el mejor de los casos, terminar en la cárcel – la ironía de ver banderas palestinas en Marchas del Orgullo LGTB es infinita.
En Israel, las mujeres musulmanas trabajan en pie de igualdad con los hombres, con cristianos, judíos y ateos. En territorios palestinos, una mujer debe suplicar al estado para poder divorciarse, y si el permiso le es otorgado, debe devolver su dote.
No obstante, en algún momento de la historia, quizás debido a un jamás atenuado antisemitismo, Israel comenzó a ser el villano de la película. Los dirigidos por Sampaoli, al igual que un buen porcentaje de la población occidental, deberían saber que Israel no tiene problema alguno con el pueblo palestino, es más: es su única garantía de seguridad.
El Estado judío lucha contra una agrupación terrorista sin escrúpulos que usa hospitales, escuelas y niños como escudo. Hamas tiene un talento increíble para tirar la primera piedra y luego esconder la mano.
Todo el asunto se vuelve incluso más engorroso porque Argentina, más que ningún otro país en América Latina, fue testigo (y en suelo propio) del horror que deja a su paso el odio. Después de aquel 18 de julio de 1994 ninguno de los compatriotas del hoy célebre Lionel Messi se podría haber imaginado que los jugadores de fútbol de su país harían tan poco por honrar su memoria y por pararse firmes ante el terrorismo.
La selección argentina no ha comunicado aún que desiste de asistir al Mundial que se disputará en Rusia. Es eso lo que esperamos de un grupo de personas que cree estar manifestándose contra las injusticias del planeta; después de todo, en Rusia las infamias son reales – pregúntenle, si no, a homosexuales y voces opositoras.
La gran protectora de Bachar el-Assad, cuyo sangriento régimen causó una de las crisis migratorias más graves de la historia, no merece la iluminada presencia de estos humanistas inquebrantables.
Los ecos de la cobardía del seleccionado argentino serán recordados por los libres como un guiño al terrorismo, como un acto de complicidad desvergonzado (y desmemoriado). A veces, es cierto, es sólo fútbol. Otras no.