EnglishCon las elecciones a la vuelta de la esquina, los progresistas parecen estar buscando chivos expiatorios. El blanco principal en el que se han enfocado últimamente han sido los hermanos Koch. Desde tener una amplia red de manejo de “dinero sucio” hasta prevenir que el país tenga un mejor sistema de transporte y financiar grupos que sabotean las políticas para luchar contra el cambio climático, los Koch son presentados como el nuevo anticristo que quiere arruinar a los Estados Unidos.
Sin embargo, sean estas aseveraciones verdaderas o falsas, este retrato es otra historia clásica del tronco y la espina.
Las donaciones de donaciones de campaña hechas por sindicatos apoyados por el Partido Demócrata exceden a las realizadas por los hermanos. Desde 1989 hasta 2014, gremios como el SEIU, UAW, y AFL-CIO aportaron el 55% de todas las contribuciones a campañas políticas. El PAC Act Blue del Partido Demócrata ha sido el contribuyente individual de campañas más prolífico en los últimos 25 años, aportando hasta US$100 millones, a pesar de que fue creado hace tan solo 10 años.
No se puede negar que las industrias Koch han realizado contribuciones cuantiosas a las campañas políticas. Desde 1989, han donado US$18 millones, de los cuales la mayoría estuvo destinada para causas republicanas. Eso hace a la empresa el donante Nº 59 en cuanto a tamaño, un puesto mucho más bajo que el de los seis sindicatos más grandes, que aportaron 15 veces esa suma. Incluso cuando sumamos todas las donaciones indirectas que los Koch han hecho a través de sus organizaciones sin fines de lucro como Americans for Prosperity, el peso que tienen sus aportes es esencialmente equivalente a los de los sindicatos: hasta las elecciones de 2012, los Koch aportaron $407 millones, versus los $400 millones donados por los sindicatos. A pesar de esta evidencia algunos progresistas, molestos porque haya quedado demostrada su equivocación, desestiman estos números argumentando que uno sólo de los hermanos Koch tiene más poder de influencia que 2000 sindicalistas.
No obstante, es incorrecto comparar las donaciones políticas de una empresa privada y dos individuos particulares con las realizadas por sindicatos conformados por miles de trabajadores. Primero que nada, la mayoría de los sindicatos tienen membresía obligatoria, lo que significa que si un empleado desea trabajar, tiene que pagar cuotas de negociación colectiva. A menos de los que trabajadores vivan en un estado donde existan leyes de derecho al trabajo que les permitan elegir no pagar estas cuotas, casi no tendrán voz ni voto en cómo son utilizadas sus cuotas, incluyendo a los políticos que se terminan beneficiando de los aportes del sindicato.
Esta práctica antidemocrática es dolorosamente obvia en la provincia canadiense de Québec, donde casi el 40% de la fuerza laboral está sindicada. No solamente los sindicatos están vehemente opuestos a proporcionar información sobre sus estados financieros, sino que también han entregado abiertamente fondos a estudiantes revoltosos para sacar al hostil gobierno liberal, y apoyar la causa del secesionista Partido Quebequés.
Volviendo a los Estados Unidos, los progresistas olvidan convenientemente que su bando también se beneficia de una buena cantidad de dinero sucio. Una gran cantidad del dinero de campaña del Partido Demócrata puede ser rastreado hasta George Soros, su más apreciado tesorero. A través de su Open Society Institute, el magnate ha aportado varios millones para bloquear las nominaciones de George W. Bush, para hacer campaña en contra de republicanos para el Congreso, y oponerse a reformas de la Seguridad Social.
Soros también tiene vínculos con medios prominentes, como ABC, NBC y el The New York Times. Si los Koch tuvieran las mismas conexiones, muchas élites medíaticas sin duda se hubiesen dencunciado conflictos de interés. Pero cuando el dinero sucio está de su lado, presentan una visión muy sesgada del mundo.
En resumen, los progresistas deberían verse en el espejo antes de atacar a los hermanos Koch. Ellos también tienen su propia agenda y quieren promoverla como cualquier otro grupo. La belleza del sistema estadounidense radica en que las contribuciones políticas permiten que ambos bandos puedan ejercer libremente su libertad de expresión e intenten convencer al electorado.