En su extraordinaria biografía sobre el dictador español Francisco Franco, Paul Preston, el historiador británico, hace un retrato de un hombre nada brillante, pero con una ambición descomunal, y con un especial “talento” para “poner a sus enemigos, a lo largo del los 38 años de su régimen, a elegir entre dos miserias”.
Jean-Paul Sartre acuñó el término “mala fe” para describir el fenómeno en el que un ser humano, entre dos opciones, elige la que rechaza la libertad en función de un objetivo inferior (cosificarse) que conlleva también un menor sacrificio personal. El filósofo francés también hizo en numerosas oportunidades referencia a los regímenes que, en todo momento, colocan a sus adversarios ante una bifurcación con dos caminos igualmente malos, y así rompen aquello de que “entre dos males, elige el menor”, de Tomás de Aquino, un concepto que es piedra angular de la filosofía occidental.
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Así que lo que las rectoras del Consejo Nacional Electoral de Venezuela hicieron esta semana (y no diré “decidieron”, porque ellas obviamente no deciden nada; lo decide su jefe, Jorge Rodríguez, y por encima de él Nicolás Maduro y más arriba Raúl Castro) fue una expresión acabada de lo que Preston y Sartre percibieron en Franco y en los regímenes dictatoriales en general: La oposición venezolana se debate hoy entre retirarse o aceptar las condiciones, prácticamente inejecutables (enfatizaré el “prácticamente“); y a todas luces ilegales que impusieron las rectoras, en un régimen sin separación de poderes y en el que estas no podrán ser llevadas al redil democrático por la vía institucional, es decir, el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ).
Si en cambio, se retira, le deja el camino libre a Maduro para gobernar hasta 2019 o asume que la vía para derrocarlo es la desobediencia, que inexorablemente llevará a la violencia (propia o de los rivales); si aceptan las condiciones, van con casi toda la seguridad (y aquí enfatizaré también el casi) al matadero.
Es posible que se logre el 20 %, pero, como en una andanada de proyectiles a un buque (primero una carga de superficie y poco después otras de profundidad), las rectoras ya dijeron que el referendo no podrá realizarse en 2016 (muchos argumentan que el año que viene pierde toda su efectividad política) y Rodríguez ya anunció que es posible que en los próximos días el TSJ anule el 1 % inicial y de esta manera retorne el procedimiento al principio.
El fin de la democracia
Por supuesto, lo primero que hay que analizar es que la decisión del CNE elimina, sin pudores, el último formalismo democrático que regía en Venezuela: Las elecciones. 25 años después del golpe de Estado de Hugo Chávez, sus herederos han logrado lo que se propusieron en 1992: desmontar por completo el Estado de Derecho.
Lo segundo es más difícil de percibir y es la pregunta de fondo: ¿Se puede combatir a un régimen de estas características democráticamente, o vale, y sobre todo, es efectivo para la oposición venezolana volver a la vía insurreccional?
Quienes responden que sí a la primera parte de la pregunta (o por lo menos la consideran una alternativa más eficiente que la segunda), obviamente, van a responder que no tenemos más remedio que escoger el camino de seguir participando, aún denunciando las condiciones ilegales establecidas por las funcionarias del CNE; quienes creen que la segunda vía es más efectiva, obviamente, dirán que lo que procede es desconocer a un régimen que ha derogado la Constitución de facto. Y la propia Constitución obliga a cualquier venezolano “investido o no de autoridad”, a devolver su vigencia cuando está ha sido derogada “por cualquier camino distinto al establecido en esta misma Constitución: Es decir, una Asamblea Nacional Constituyente.
Quienes opinan que hay que pasar a la acción, a su vez, indican que el artículo al que hacía referencia (el 350) nos faculta para una desobediencia civil, pacífica o no; y que hay que convocar a una Asamblea Constituyente, suerte de botón de “Reset” para todos los poderes públicos. Tienen un argumento poderoso: La ética de la urgencia. Cada día de permanencia de Nicolás Maduro y de la oligarquía que se ha hecho del poder en Venezuela al frente del país se mide en vidas humanas e incontables sufrimientos para la ciudadanía.
Tres argumentos
Pero la política es también “el arte de lo posible”, y en estos momentos, desalojar del poder a Maduro por la vía insurreccional es mucho más difícil y menos eficiente que por la vía electoral, aún con lo alto que han puesto el listón, al menos por tres razones.
La primera de ellas es la propia “mala fe” de la que hablaba Sartre. Los venezolanos no parecen dispuestos a dejarse matar por los criminales que el chavismo ha puesto en las calles desde 2002 y que desde ese mismo año están demostrando que pueden hacerlo, y tienen el entrenamiento y la falta de humanidad como para ello.
Si los venezolanos no apreciaran sus vidas, los 2 millones de personas (muchos dicen que este año se ha sumado otro millón) que se han ido del país recientemente habrían salido a las calles y hubieran tumbado al Gobierno, junto con los otros 11 millones que quieren firmar para revocar a Maduro. Este sí es un número contundente que aboga a favor de permanecer por la vía democrática, la que nos quieren obturar completamente. Por supuesto, Maduro no matará a 11 millones de personas, ni los que lo siguen aceptarían semejante orden, pero es una lotería en la que nadie que tenga algo que perder quiere participar.
La segunda es que probablemente, la vía insurreccional plantearía un escenario internacional mucho menos favorable a la oposición que el que hoy tiene, donde Maduro y su régimen son parias. Les devolvería legitimidad. Internacionalmente sería muy difícil de “vender” además, el retiro de la oposición del camino electoral, aún con todas las dificultades que esta misma comunidad conoce muy bien.
La tercera es simplemente una pregunta que apela a las conciencias de aquellos que hablan de una Asamblea Nacional Constituyente (o de revocar a Maduro en virtud de su supuesta nacionalidad colombiana): Un Gobierno que, con todos los poderes cooptados, se ha resistido tan fuertemente a un referendo revocatorio (incluso considerando que buena parte del chavismo piensa que Maduro es un “bacalao” que los está llevando al basurero de la Historia), ¿aceptará de mejor talante “resetear” todos los poderes y un desalojo definitivo y total del poder, como si fuera una extirpación?
A quien esto escribe muchas veces lo llaman ingenuo por insistir con la vía electoral, pero yo creo que muchos más ingenuos son los que responden afirmativamente a la pregunta anterior. Ni hablar de los que proponen un “paro nacional indefinido” en un país en el que el Estado controla la mitad de la economía, y ha paralizado de facto la otra mitad con sus decisiones.
A la Mesa de la Unidad Democrática se le pueden criticar muchas cosas, incluyendo que ante lo previsible, la declaración de las rectoras del CNE, no hubiera una respuesta preparada. Pero decir que están en contubernio con el chavismo (algo que repiten mucho sobre todo los “dirigentes” de la diáspora venezolana) o que deben ser “sustituidos por otros, más auténticos” solo pone en bandeja lo que el chavismo sueña: Seguir sin oposición, con “oposiciones” dispersas y antagónicas entre sí. Como en Bolivia o como en Zimbabue.
Estos dirigentes lo son porque en muchos casos se han jugado el prestigio personal y hasta la integridad física y porque han demostrado estar dispuestos a permanecer unidos luego de muchos años de desunión. Porque los “más auténticos” no van a aparecer simplemente porque estos desaparezcan. Porque son lo que hay. ¿Así o más claro?
Insisto: Los que catalogan de “ingenuos” a los líderes de la oposición resultan mucho más ingenuos, porque el escenario que busca Maduro, que incluso anhela, es el de la violencia. Ahí lleva ventaja indudable, y los países vecinos, en este escenario, pueden prepararse para una crisis humanitaria de refugiados venezolanos.
Creo que la MUD va a seguir adelante, incluso denunciando las condiciones actuales del referendo. Dos días después del anuncio del CNE, cuando el humo se ha disipado, es esta decisión la que devuelve la pelota y se la pone difícil al Gobierno de Maduro: lograr ese 20% pese a todo, con una manifestación de millones de venezolanos firmando en los puntos que dispusieron en los lugares que controlan. Con un 1 de septiembre repetido en tres días en todos los rincones del país y cubierto por la prensa internacional.
Obligar a Maduro y a la oligarquía amurallada que hoy gobierna Venezuela a terminar de desnudarse. A que eliminen el referendo por la vía del TSJ. Y entonces sí, cerradas todas las compuertas, Venezuela tendrá la justificación, interna y externa, para decir: Este es un régimen dictatorial, y lo desconocemos por completo. No solo Venezuela: Toda la comunidad internacional. Tras ello, el derrumbe puede ser cuestión de días –o de horas.
Pero para llegar allí aún falta todo este largo trayecto. Hoy más que nunca son rescatables las palabras de Leopoldo López al momento de ingresar en su injusta prisión: “El que se cansa pierde”.
Acepto y discuto gustoso cualquier opinión en contrario.