Raúl Gorrín y Alejandro Andrade son dos símbolos de una misma tragedia. Dramas que no corresponden a una cúpula sino a gran parte de una sociedad. El primero, propietario de la compañía de seguros La Vitalicia y del medio Globovisión. El otro, también llamado «Tuerto», extesorero de Venezuela y antiguo guardaespaldas de Hugo Chávez.
Ambos cayeron esta semana —que apenas comienza—. Un duro golpe a esa trama de sobornos, corrupción y abundancia. Al «Tuerto» lo detuvo el FBI luego de allanar e incautar sus propiedades. Como ya estaba en manos de la implacable justicia americana, no le quedó sino que declararse culpable de lavado de millones de dólares.
Gorrín, en cambio, ha tenido un poco más de suerte porque la justicia lo declaró fugitivo. Seguro no le durará mucho. A él lo acusan de sobornos de más de USD $150 millones. También, sería el “gran arquitecto” de una operación de lavado de USD $1.200 millones. Lo asocian con la pareja presidencial y sus vástagos.
Medios como El Nuevo Herald (o el Miami Herald) han reseñado sus intentos de acercarse al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a través de labores de cabildeo. Fuentes anónimas han dicho a este diario que Gorrín es demasiado dadivoso a la hora de seducir. Espléndido. No distingue entre “opositores” y chavistas cuando recluta.
Al dueño de Globovisión le confiscaron 24 (léase bien, veinticuatro) propiedades en Estados Unidos. La mayoría las tiene entre Coral Gables, Sunny Isles, Aventura y New York. Al caer, sería una pieza que arrastraría a todo el tablero. Porque se entiende que Gorrín ha metido su dinero en demasiados bolsillos —hasta de supuestos amigos—.
Pero ahora nadie lo conoce. Aunque varios han salido retratados junto al corrupto, y las imágenes se han difundido con rapidez, nadie sabe quién es. Niegan, siquiera, recordarlo, los que han desfilado por su canal o han compartido algunos tragos con el empresario rojo.
“Circula una foto donde aparezco cerca de una persona investigada por la justicia norteamericana. La foto se tomó en la embajada de EEUU, en un concurrido evento. Quien se ve en el centro es un funcionario de la embajada. Por cierto, fui vetada en Globovisión, fui por última vez en 2017”, escribió en su cuenta de Twitter la diputada, presuntamente opositora, Delsa Solórzano. Hace referencia a una incómoda imagen. Parece olvidar el nombre de la “persona investigada por la justicia norteamericana”.
“Lo de Gorrín y Andrade no me atrevo a comentarlo porque cualquier indiscreción puede estorbar al vasto proceso de cercar la dictadura de Nicolás Maduro y forzar el cambio político en Venezuela”, escribió, también, el reconocido periodista venezolano Rafael Poleo.
Es natural. Ahora nadie sabía quién era realmente Raúl Gorrín. Por supuesto, cuando uno anda en un avión privado o atragantándose con langosta, no provoca ser impertinente con preguntas molestas.
Demasiado silencio en torno al desmoronamiento del magnate. Los buitres, que ya se favorecieron de la abundancia circunstancial —no legítima, claro—, ahora vuelan alto, lejos de la res que devoraron, para que nadie los señale.
Pero los corruptos caerán. Y no los llorarán los «amigos» con los que brindaron Johnnie Walker o pasearon en sus avionetas. Mundillos sin dignidad. Ni ética ni principios.