Los venezolanos están muriendo. Es una verdadera crisis humanitaria y no es exagerado afirmarlo. Es una realidad cruenta y ampliamente dramática. Los venezolanos mueren; particularmente los niños. Asesinados por un sistema criminal que ha impuesto la miseria y la ruina a una nación que por muchos años fue la más rica de Latinoamérica. Es una realidad que es exhibida por The New York Times en un descorazonador reportaje que todos deberían leer.
En su versión en inglés, que encabeza la portada impresa de The New York Times, el artículo es titulado As Venezuela Collapses, Children Are Dying of Hunger. En español recibe el siguiente título: La malnutrición que mata en Venezuela. Se trata del relato de un drama que padecen miles de familias en el país: el hambre. Sufrimiento que ahora se mantiene latente entre los ciudadanos más pobres de un país en ruinas.
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Jamás se habría pensado, hace unos —al menos— diez años, que un diario como The New York Times presentaría en su portada una historia sobre niños que mueren de hambre en Venezuela. Por décadas el país petrolero fue sumamente (supuestamente) rico. La desnutrición jamás fue una preocupación en Venezuela, donde la comida incluso se desperdiciaba.
En la nota, Meridith Kohut, fotoperiodista; e Isayen Herrera, periodista; relatan la historia de varias familias que han tenido que enfrentar la tragedia que se impone. Producto, sin duda, de la voluntad de un régimen que no está dispuesto a adoptar medidas pertinentes o a permitir la colaboración humanitaria.
“Apenas a sus 17 meses, Kenyerber Aquino Merchán murió de hambre. Su padre salió de la morgue del hospital antes de la madrugada para llevarlo de regreso a casa. Cargó al bebé esquelético a la cocina y se lo entregó a un trabajador funerario que hace visitas a domicilio para las familias venezolanas que no tienen dinero para realizar un funeral”, se lee en el primer párrafo del reportaje.
Como Kenyerber, son cientos. The New York Times recorrió por cinco meses veintiún hospitales para reseñar la situación de los pacientes que son internados por desnutrición: son muchos. Demasiados, incluso para contarlo; porque el régimen lo ha prohibido. No les conviene que se sepa que a cientos de infantes el hambre los asesina.
“Se podían ver claramente la espina dorsal y las costillas de Kenyerber mientras le inyectaban los químicos de embalsamar. Las tías intentaban mantener alejados a los primitos curiosos. Sus familiares llegaron con flores y reutilizaron cajas de alimentos que reparte el Gobierno a través de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), —de las que dependen cada vez más los venezolanos ante la escasez de comida y los precios altísimos—, para recortar las pequeñas alas de cartón. Las pusieron cuidadosamente encima del ataúd de Kenyerber”.
Venezuela padece una intensa crisis económica, a la que se le suma la escasez de alimentos y medicinas. El sueldo del ciudadano promedio es intimidado por los altos precios de los productos en cualquier supermercado. Las familias ven cada vez más cuesta arriba la posibilidad de mantener una dieta apropiada. Todos bajan de peso. Le dicen “la dieta de Maduro“.
De acuerdo con la Encuesta Condiciones de Vida (Encovi), en 2016 el 74 % de los venezolanos perdió más de 8 kilos de peso. Es muy probable que este año la cifra haya aumentado sustancialmente. La es mucho más intensa. Mucho más criminal.
“El hambre ha acechado a Venezuela durante años. Pero ahora, según médicos de los hospitales públicos, está cobrando una cantidad alarmante de vidas de menores de edad”, se lee en el texto.
Médicos consultados por The New York Times contaron que las salas de emergencia en los hospitales ahora se encuentran “atiborradas de menores con desnutrición severa”.
Solo el año pasado, casi 11.500 niños murieron de hambre en Venezuela, según un boletín que filtró el mismo ministerio de la Salud —la ministra fue destituida—. Se trata de un aumento “de 30 por ciento en solo doce meses”.
“Kleiver Enrique Hernández, de 3 meses, estaba recibiendo tratamiento cerca de donde fue internado Kenyerber. Él también nació saludable —3,6 kilogramos— pero su madre, Kelly Hernández, tampoco lo podía amamantar. Lo mismo: Hernández y su novio, César González, buscaron sin tregua, pero no pudieron encontrar fórmula”.
Impera una fuerte escasez de alimento para neonatos. Ni siquiera los hospitales tienen la fórmula necesaria y, en cambio, les piden a los padres que la compren. Estos, no solo se les hace imposible por no encontrarla; sino que en caso de que tengan acceso al mercado negro, les es impagable.
The New York Times también relata el caso de otro bebé: Esteban, recién nacido. En el artículo se lee: “‘Voy con un bebé de 18 días de nacido”, dijo una doctora que corría a una sala de emergencia en Barquisimeto, Venezuela. Esteban Granadillo pesaba dos kilogramos y se veía asustado. Su madre era soltera, y no podía amamantarlo. Desesperados, los familiares le pidieron a una vecina con un bebé también recién nacido, que amamantara a Esteban. La familia también lo alimentó con botellas de leche de baca, agua de camomila y té de anís, para llenarle el estómago. ‘No encontrábamos la fórmula en ningún lugar’, dijo su tía abuela, María Peraza. ‘Sí, sabemos que estuvo mal, pero te decimos: si no hubiésemos hecho eso, el bebé habría muerto’. María se mantuvo al lado de la incubadora de Esteban por días, acariciando su estómago mientras le susurraba. Durante semanas, el bebé salió y reingresó al hospital. Murió el 8 de octubre”.
Historias como la de Esteban y Kenyerber, hay otras. Son muestras de una tragedia que sobrelleva parte importante de la población. Los venezolanos están muriendo. Los niños se desmayan en los colegios porque tienen días sin comer. En sus casas, les suplican a las madres que les den algo de comida. Algo. Lo que sea. Tienen hambre. El estómago les duele. Y son solo niños, que a Santa le piden comida en vez de juguetes.
El reportaje del New York Times es descorazonador. Además, está acompañado por las magníficas —y demoledoras— fotografías de la fotoperiodista Meredith Kohut.
Es por ello que pretender la prolongación de la agonía es más que criminal. Es un régimen perverso que está al tanto de la muerte de estos niños y ha decidido continuar profundizando sus políticas y negando la ayuda humanitaria.
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